Rolling Stones en Madrid: jubilarse no es una opción
Mick Jagger, Ronnie Wood y Keith Richards ofrecieron ayer en el Wanda el primer concierto de su gira «Sixty», con la que celebran sus 60 años de puro rock and roll
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Un sol implacable alumbraba ayer los alrededores del Wanda Metropolitano de Madrid y el asfalto aguardaba ardiente lo que estaba por llegar. Desde el mediodía, varias personas ya se resguardaban a la sombra, esperando impacientes sus citas con el diablo y en espera a que se abriera la puerta directa hacia el inframundo. O, mejor dicho, hacia el concierto de los Rolling Stones. Pasaban las horas, aumentaban los nervios, el aforo aumentaba, los teloneros daban lo mejor de sí mismos con una palpable emoción, hasta que por fin llegaba el turno de disfrutar del rock and roll en su máximo esplendor. Lenguas fuera, pantalones ajustados, melenas al viento y, con todos ustedes, sus Satánicas Majestades: Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood –quien además celebraba en el escenario su 75 cumpleaños– saltaron al cuadrilátero reventando los termómetros y desatando un auténtico apocalipsis musical. Rozando las 80 primaveras, los Stones volvieron a demostrar hasta qué punto sus caderas continúan siendo la exaltación de la juventud y la libertad, en un concierto eléctrico y que sin duda quedará grabado en la retina de las 53.000 personas que bailaban desde cada rincón del estadio.
La considerada como banda de rock más grande del mundo, para algunos también la más peligrosa y canalla, demostró ayer el alto nivel de inmortalidad del género. La inagotable voz de Jagger o los estelares riffs de guitarra se entrelazaron en un hermoso viaje musical capaz de alzar al rock and roll al pódium de la más intelectual música clásica. Todo ello, acompañados de Steve Jordan en la batería, que sustituye a Charlie Watts, quien falleció en agosto de 2021 pero que sigue presente en cada paso hacia delante de la banda.
La entrada al escenario de sus Satánicas Majestades fue, cómo no, salvaje. Y bajo los ritmos de uno de sus clásicos: “Street Fighting Man” inauguró el espectáculo, tema icónico seguido de “19th Nervous Breakdown”, “Sad sad sad” y “Tumbling dice”. Una auténtica euforia entre escenario y público, que se desató tras unas emocionantes imágenes de Charlie Watts. Se sucedieron vídeos del batería con el grupo, sonriendo o actuando en pleno show, que sobrecogieron a cada espectador: “Es nuestro primer tour en Europa sin Charlie y le echamos mucho de menos”, dijo un Jagger casi sin aliento, pero con energía de sobra y en perfecto español. Porque parece no bastarle con demostrar ese imparable movimiento de caderas, que cada comentario entre canción y canción lo hizo en nuestro idioma. El inicio del show se consagró con un tema que tocaban por primera vez, que no es poco, en 60 años: “Out of time”. “Vamos a ver cómo sale”, decía el cantante, y la respuesta del público habría sido “impecable”. Las únicas palabras en inglés que pronunció fueron las de sus propias canciones: a “You Can’t Always Get What You Want” le siguieron “Living in a ghost town”, “Honky tonk woman” o “Happy”.
Los Stones regresaban a España desde que ofrecieran su último concierto en Barcelona en 2017, y qué mejor pistoletazo de salida a la gira europea «Sixty» –con ella celebran el 60 aniversario de una banda incombustible– que en un gigantesco estadio y a través de un escenario «con una fachada gigante, elegante, de 55 metros de ancho y 70 metros de alto», detallaba el director artístico de los Stones desde hace 40 años Patrick Woodroffe ayer, en un encuentro previo al concierto ante la Prensa. «Los Stones siempre han sido los más grandes en términos de organizar un show –continuó Woodroffe–, las dos horas que pasas escuchándoles son especiales, pero el mayor reto que siempre se plantean es el de hacer el mejor espectáculo. No significa nada si no se siente que todo viene de ellos, no de un gran sistema de sonido o de vídeo, sino que cuando algo suceda, deben dejar claro que ellos lo han provocado. Estimulan una especie de magia». Y es que si los Stones siempre han portado esa imagen de desobediencia, sexo, drogas, provocaciones y rock and roll, desde el escenario siempre son capaces de contrastar con su especial visión de moralidad. «Son unos artistas muy comprometidos con lo que hacen, no todos son así. Han estado en Amsterdam ensayando durante casi dos meses, cinco días a la semana, para estar seguro de que cuando subieran al cuadrilátero todo estuviese completamente atado. Están en muy buena forma y todo se lo toman bastante en serio», asegura Woodroffe.
En tan buena forma que Wood saltó ayer a lo ancho y largo del escenario, Richards no perdió de vista ningún acorde y Jagger… bailó, se lució en la pasarela, se agachó, se levantó, tocó la armónica y la guitarra. Incontables las veces que se cambió la chaqueta roja por una camisa estampada, las veces que supo, desde su sitio, revolucionar a las miles de personas que coreaban cada palabra pronunciada. El cuadrilátero se le hizo pequeño al cantante, quien no paró de pasear y correr animando al público. Tampoco faltó el “cumpleaños feliz” por parte de todo el estadio a un Wood que se recorrió todo el escenario, así como un homenaje a la voz de Richards quien, con su compañero guitarrista al teclado, cantó ante el Wanda “Slipping away”. Tampoco faltaron, cómo no, “Paint it black”, “Sympathy for the devil”, “Jumpin’ Jack flash”, “Gimme shelter” -gran oportunidad que tomaron los Stones para reflejar la bandera de Ucrania en las pantallas y en la camisa de Jagger-, y, como cierre apoteósico e inolvidable, “(I can’t get no) Satisfaction”. Pruebas de más de que estos músicos son como el buen vino: mientras más viejos, mejor es la cata. Con 25 álbumes de estudio y 250 millones de discos vendidos a sus espaldas, el séquito estoniano volvió a sentar ayer las bases de la libertad musical y creativa, a través de clásicos de su arsenal de canciones, así como todo tipo de sorpresas provenientes de su inmensa discografía.
Puedo decirles categóricamente que los Rolling Stones nunca harán una gira de despedida», apuntaba ayer Woodroffe saciando esa incógnita permanente alrededor de los músicos, pues en cada tour se especula si dirán el último adiós, pero en el siguiente vuelven a demostrar que nadie puede con sus Satánicas Majestades. «Puede ser que esta sea la última vez que hagan un tour», matizó el director creativo del espectáculo, «pero nunca lo tienen en mente, porque es una banda de rock, su trabajo es tocar música, viven por y para ello, y de hecho ellos son los únicos que no se preguntan nunca si será la última o penúltima vez. Esta gira es otro capítulo, quién sabe a dónde irán, como Keith ha dicho tantas veces, la carrera de los Stones es un territorio inexplorado».
Ayer el Wanda acogió, por tanto, un concierto histórico, que se une a la larga lista de grandes shows que han regalado los Stones durante su gran carrera musical. De hecho, entre los mejores que han ofrecido nunca –y así lo recordaba ayer Woodroffe–, figura el que dieron en 1982 en el ya inexistente Estadio Vicente Calderón, también en la capital. Aquel día todo parecía estar alineado en pro de la actuación de los Stones: música, ambiente, público, sonido, e incluso naturaleza. Inolvidable para muchos aquella imagen en la que, justo cuando cayó un rayo por la tormenta eléctrica que se desató sobre aquel público, saltó Jagger al escenario. Una velada emocionante, al igual que los otros 22 conciertos que han ofrecido en nuestro país. Ahora, se suma el celebrado ayer, que transmitió incluso más emoción que nunca, gracias a la legendaria forma de seguir regalando, aún con 80 años, el rock and roll más eléctrico y sensual.