Aniversario de la batalla de Covadonga: cómo explicar a Don Pelayo 1.300 años después
El líder astur, vinculado a la reconquista y el origen de España, abre un debate en un país agitado por los nacionalismos, lo políticamente correcto, el revisionismo histórico y unos planes educativos dispersos
La conmemoración en 2022 de la batalla de Covadonga, librada en el 722, hace ahora 1.300 años (aunque existen discrepancias sobre la fecha exacta), trae consigo la delicada cuestión de cómo explicar hoy la figura de Don Pelayo, ligada al nacimiento del reino Astur, la fundación de España y los orígenes de la reconquista, un término ahora también cuestionado y sujeto a un minucioso debate. Un asunto controvertido en esta época marcada por el revisionismo del pasado, y en un país como el nuestro, tensionado por los nacionalismos, las nuevas sensibilidades, las exigencias de lo políticamente correcto, el rechazo de los viejos mitos por parte de diversos sectores más o menos ideologizados y el conflicto secular que arrastramos a la hora de enfrentarnos a los capítulos de nuestra historia, ya sean brillantes y loables como oscuros y desafortunados.
Unas premisas a las que hay que añadir un pormenor, nada baladí o irrelevante, como fue la manipulación que este personaje sufrió durante el franquismo, algo que afectó a su complexión real y que ajustó su leyenda al molde del régimen. Una tergiversación que no era la primera ni tampoco ha sido la última que ha padecido, que todavía condiciona en gran parte su percepción y la mirada que tenemos sobre él. «No se puede poner en duda su historicidad. Lo que sucedió es que Pelayo fue engrandecido posteriormente. En Covadonga hubo, más que una batalla, una escaramuza. Lo que tiene importancia es su trascendencia, tanto como acto fundacional del reino de Asturias como acicate para lo que después se daría en llamar “reconquista”», explica José Soto Chica, profesor de historia de la Universidad de Granada y autor de «Imperios y bárbaros» y «los visigodos».
«Exactamente no sabemos quién era, pero sí que fue un caudillo astur que resiste a los musulmanes, que pretenden asfixiarlos con impuestos. Debió ser un noble, un soldado o un espatario visigodo, que se alía con los astures, les lleva tácticas militares para su defensa y para que puedan reforzar las fortificaciones en los pasos hacia el norte», comenta por su parte José Luis Corral, profesor de Historia de la Universidad de Zaragoza y autor de una amplia bibliografía histórica, una novela sobre El Cid y otro ciclo narrativo centrado en los Austrias. Para Ana Echevarría, catedrática de historia de la UNED, autora de «Almanzor, un califa en la sombra» y «Catalina de Lancaster, reina regente de Castilla», existe un problema esencial que nunca hay que dejar de percibir y que nos condiciona a la hora de abordar su estudio: «No disponemos de demasiadas fuentes. Salvando las distancias, por supuesto, sería un equivalente al Rey Arturo. Sabemos que existe, pero no quién fue. ¿Cómo atribuir entonces las cosas que se le adjudican con los escasos documentos que existen? Tenemos la idea de que fue un jefe militar, de origen godo o astur, que se enfrenta a los musulmanes de la zona y que posteriormente su nombre se funde en una lista de reyes. Esto es lo que muestran las fuentes».
Un aspecto oculto
Don Pelayo pervive en la memoria colectiva como el líder que infligió la primera derrota a los árabes y que detuvo su avance. Su heroísmo fue ensalzado por la tradición, el hecho magnificado y su nombre convertido en un estandarte a lo largo de los siglos y no solo en la Edad Media. Pero en esta historia se suele omitir un aspecto crucial que se ha dejado de lado porque achicaría su dimensión legendaria. Se estima que, durante diez años, él se entendió con los gobernantes de Al-Ándalus y que hasta participó en matrimonios mixtos con el ánimo de formar parte de la nueva estructura política que se había impuesto en España. Como asegura José Soto Chica, él «acepta que ha habido un cambio de régimen y trata de medrar dentro de él. Es un intento de encajar en ese nuevo mundo, pero no lo consiguió y se convirtió en un líder rebelde».
El desafío que supone hoy su nombre trasciende los hechos biográficos, aún hundidos en demasiadas indeterminaciones, y va más allá. ¿Cómo hay que enseñarlo a los estudiantes? ¿Cómo se va a percibir en las comunidades autónomas con un acentuado cariz nacionalista? ¿Y cómo es percibido en el contexto de las nuevas ideologías que han nacido? «Hoy todo es controvertido. Todo es revisión. A la hora de acercarnos a la historia pesan más el presentismo y las ideologías. Y sucede en cualquier ámbito y en cada una de las ideologías y partidos. En lugar de primar un enfoque justo sobre el pasado, juzgamos desde hoy. Ahora, a Pelayo, desde ambientes pequeño nacionalistas lo ven como un héroe construido desde el castellanismo y el nacionalismo español, y, también, como el fundador de la nación española. A Pelayo, por supuesto, eso ni se le ocurrió. Pero es lo que hay...», comenta Corral con resignación.
Ana Echevarría resalta otro punto: las manipulaciones que se han sucedido a su alrededor y que todavía se dan: «Han existido ya desde la propia Edad Media. La “reconquista” basada en su figura se afianza en la cronística del siglo XII, repitiéndose hasta el siglo XXI. Hubo una tergiversación franquista, pero también ha habido otra en posfranquismo, a nivel nacionalista. En la actualidad, cada Comunidad Autónoma se ha agarrado a sus héroes y mitos fundacionales, que ha considerado sus fundamentos históricos. Por ejemplo, Andalucía está construida autonómicamente alrededor del Califato andalusí, ignorando todo lo que se perdió con la derrota y expulsión de los moriscos, y la reconstrucción social a lo largo de los siglos XV a XVII, que es cristiana. En Asturias, por supuesto, es esencial Covadonga. Y no le diga allí a nadie que no lo es, aunque el Reino de Pamplona fuera igual de importante. Lo que se quiere recalcar ahora es solo la historia autonómica. Y es lo que después se vende para atraer el turismo, por supuesto».
Soto Chica admite que lo que está sucediendo con la historia en nuestro país se extiende ya por Europa y empieza a ocurrir también en otras naciones: «Incluso en Francia. Lo pudimos ver durante el bicentenario de Napoleón. En España, esto proviene del franquismo, no de antes. Si uno atiende a los planes que contemplaba la República Española, se da cuenta de que reivindicaba todo este legado que le había llegado del pasado. Lo hacía sin ningún rubor. Y me refiero al PSOE y a Manuel Azaña. Estos problemas con la historia no suceden hasta que sobreviene la dictadura. La cuestión ahora es cómo limpiar la historia. Creo que tenemos que recurrir a las fuentes y contar lo que ocurrió con la mayor fidelidad que podamos. Cuando lo haces, y ves lo que ocurrió en realidad, pues lo entiendes todo mucho mejor. Es una pena, porque España tiene una historia que es rica y que es fundamental también para el mundo...».
Ana Echevarría ahonda en otra arista que afecta a la visión de Pelayo: «Lo que interesa en estos momentos a muchos actores sociales es vender una historia diferente. Lo que importa no es la conquista, sino la convivencia. Si pretendes alentar una historia que destaca a grupos menos privilegiados, no te queda más remedio que apartar a los más privilegiados. Para ello tienes que destrozar los mitos. Aquí, con la figura de Pelayo, se junta la idea del inicio de España con la voluntad de las ideologías nacionalistas de borrarlo y de la crítica a la historia tradicional franquista. Hasta se quieren abolir las biografías de los personajes en aras de hacer una historia más democrática y destacar lo que suponga una revolución. Hay muchos movimientos contemporáneos interesados en deshacer estas figuras». Ana Echevarría señala una consecuencia: «Si no entendemos lo que inspira a un hombre a hacer algo, no entenderemos lo que está haciendo. La ideología de “reconquista” de los reinos cristianos durante un largo periodo está afectada por esta figura. Si no la entiendes en ese contexto, con lo que supone para los hombres del medievo, no comprenderás en qué estaba basado el avance de estos reinos».
Educación y nacionalismos
José Luis Corral suma a sus explicaciones, su propia desilusión sobre la enseñanza: «Es muy difícil explicar a Don Pelayo porque, además, los alumnos de la ESO que nos llegan carecen de base suficiente. Sus conocimientos son cada vez menores. La historia solo se emplea para justificar el presente. Han convertido la historia en una asignatura de fechas y reyes». Y aporta una reflexión: «La dictadura se apropió de todo y uno de los errores de la derecha actual ha sido no desvincularse de eso. El franquismo fue una simplificación tremenda, se apropió de elementos míticos y los convirtió en Historia porque necesitaba un mito fundacional para justificar que España había sido una nación desde Adán. Es curioso, porque ahora es lo mismo que hacen los nacionalistas de Cataluña y del País Vasco». Para Soto Chica se comete un error no querer contar nuestro pasado y encerrarnos «en patrias diminutas». «Tenemos una especie de psicopatología con nuestra historia. Es como si la única utilidad fuera la de dividir y no motivar y afirmar bases. Esto es fruto de la incultura. Esto no sucedía en la Segunda República. Niceto Alcalá-Zamora era un hombre culto, con conocimiento de la historia. Hoy pocos tienen una idea de lo que realmente es nuestro país».
Ana Echevarría concluye con una frase que suena a lamento: «Es un grave problema. La educación no tendría que haber salido de las competencias del Gobierno del Estado jamás. Todavía estamos sufriendo los últimos coletazos de la historiografía franquista y ahora arrastramos falsedades que se venden en algunas autonomías, y que son una respuesta combativa a lo anterior. Me parece bien que se enseñe el pasado de cada autonomía, pero sin la historia global no tiene sentido...».