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F. Scott Fitzgerald: un mitómano obsesionado con su pene

El escritor que hizo carne el verbo de la Generación Perdida era también un parásito de la vida de Zelda Sayre
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Scott Fitzgerald y Zelda fueron dos figuras clave de la era del jazz: noches largas, mucho alcohol y brillante ingenio. El autor, que formó parte de la Generación Perdida, vivió un éxito inmediato pero tuvo enormes dificultades vitales, en un paralelismo con el curso de la historia estadounidense, que pasó de los bulliciosos años veinte a la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
Fitzgerald soñó desde joven con ser una figura romántica. Aunque se alistó en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, nunca fue enviado a Europa, pero él mismo se ajustó a su ideal de un joven soldado elegante. En aquella época conoció a Zelda Sayre, ocurrente y tan alocada como él. Su familia también era inusual. En la biografía que escribió Nancy Milford cuenta que la primera vez que invitó a su novio, su padre y ella empezaron a discutir de forma tan violenta que el hombre acabó persiguiéndola con un cuchillo alrededor de la mesa del comedor. Scott y Zelda se casaron el 3 de abril de 1920 en la rectoría de la neoyorkina catedral de Saint Patrick.
Pronto, sus hazañas se hicieron célebres en toda Nueva York. Zelda se bañaba en la fuente de Union Square, bailaban sobre las mesas de las cocinas de los restaurantes y pasaban horas dando vueltas en las puertas giratorias de los hoteles. La montaban donde iban, conscientes de que sus actos ayudaban a afianzar su fama. Dorothy Parker recuerda que la primera vez que vio a Zelda iba asomada de la ventana de un taxi de cuyo techo se colgaba Scott. Todo el mundo quería conocerles: excéntricos, alocados, hedonistas y dispuestos a disfrutar al máximo las posibilidades que se les brindaban. Fueron el epítome de la era del jazz: el escritor juerguista y la «flapper». Pero... empezaron a surgir diferencias. Zelda descubrió que Scott era un hombre miedoso que inventaba historias para esconderse. Además, resultó ser un vampiro de sus propios diarios. Dependía de ellos pues extraía ideas e incluso frases literales que luego aparecían en sus escritos. Aparte de sugerir títulos de algunas de sus novelas, o insistir para eliminar el final feliz de «Hermosos y malditos», ella escribió junto a él parte de la obra «The vegetable».
Bisexualidad y ¿micropene?
El 26 de octubre de 1921 nació la hija de ambos, a la que llamaron Scottie. La madre se despertó de la anestesia diciendo: «Espero que sea hermosa y tonta, una tontita hermosa». Cuando se quedó embarazada una segunda vez, Scott apuntó en su agenda «Zelda y su abortista». No hay más menciones al tema, pero todo apunta a que abortó. Pese al relativo éxito de sus obras, ganarse la vida como escritor era complicado, máxime cuando se llevaba un tren de vida tan agitado como el de la pareja. Así que, como tantos americanos con espíritu bohemio, decidieron mudarse una temporada a vivir a Europa. Scott albergaba la esperanza de terminar su tercera novela, «El gran Gatsby», en la que no era capaz de avanzar debido no solo al ritmo de fiestas, sino también a que la bebida se había convertido para él en un problema.
Consiguió acabar el libro, pero mientras lo hacía, Zelda tuvo una aventura con el aviador Édouard Jozan, lo que desencadenaría una crisis profunda en su matrimonio. Después de que ella le pidiera el divorcio, optó por una conducta tan peligrosa como imprudente: «Le pidió un cigarrillo a Scott cuando tomaba una curva peligrosa, se zambulló en el Mediterráneo por la noche desde una roca de casi diez metros de altura, y se tomó una sobredosis de píldoras para dormir».
No solo ella tuvo relaciones lésbicas con su profesora de ballet, si no que siempre insinuó la presunta bisexualidad de su marido. Ya habitando en el París de los años 20, los Fitzgerald habían acudido como invitados al salón lésbico de Natalie Barney, donde Zelda flirteó con Dolly Wilde, sobrina de Oscar Wilde. En su novela «Suave es la noche», Scott escribiría con repugnancia sobre ese mundo, quizá porque tiempo después, su esposa le echaría en cara que era un homosexual enamorado de Ernest Hemingway. La explicación de Zelda era que una noche, al volver Scott en muy mal estado tras salir con el autor de «El viejo y el mar», «en un estupor de borracho, me contó un montón de cosas y llegó a murmurar “ya no más, baby”», que ella dedujo como un comentario de amante hacia Ernest. A ello se suman las inseguridades sexuales de Fitzgerald, desgranadas por Hemingway en su relato «Una cuestión de tamaño». Fitzgerald le confesó que Zelda le había dicho que su pene era demasiado pequeño y por eso nunca le había satisfecho sexualmente. Le pidió su opinión, fueron al servicio a comprobarlo y Ernest le tranquilizó con un «estás perfectamente bien». Luego lo llevó al Louvre para que se comparase con los penes de las estatuas clásicas.
Abonado al alcoholismo
Se presentaba como «F. Scott Fitzgerald, el renombrado alcohólico», y soltaba frases como «no puedo estar sobrio el tiempo suficiente como para tolerar el hecho de estar sobrio». Esa fue la tónica de su vida. Una vida dispersa llena de desorbitados gastos: viajes, hoteles, fiestas, trajes, alquileres, el carísimo mayordomo negro de que le cocinaba platos exóticos o los psiquiátricos de Zelda, recurrentes desde el primer ingreso en 1930. Cuando conoció a la que sería su última amante, Sheilah Graham, para quien ideó un plan de estudios para culturizar a esa joven cronista de origen judío y pocos estudios, ella confesaría que tomaba ginebra acompañada de pastillas para dormir y bencedrina para despertarse a la mañana siguiente. Cuando dejaba de beber, tenían que cuidarle enfermeras que le alimentaban por vía intravenosa porque no podía comer sin vomitar. El 21 de diciembre de 1940 murió de un ataque al corazón. Los últimos años de la vida de Zelda fueron un viacrucis de entradas y salidas de sanatorios mentales por lo que hoy sería un Trastorno Afectivo Bipolar mal diagnosticad. Falleció durante el incendio del último cotolengo en el que estuvo.