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El hermano bastardo de Franco

Destinado en Filipinas, Nicolás Franco Salgado-Araújo, padre del Caudillo, dejó embarazada a una manileña de tan solo catorce años
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Las hemerotecas guardan celosamente tesoros dialécticos, en este caso, sobre Francisco Franco Bahamonde, personaje de sobra conocido y vituperado hoy como el mismísimo diablo. «Yo tengo por Franco un gran afecto y admiración», manifestó Juan Carlos I, Rey Emérito, en cierta ocasión. Y no fue el único: «Mi adhesión a Franco y su obra es inquebrantable», aseguró Adolfo Suárez. Por no hablar de Torcuato Fernández Miranda, quien afirmó con aire mesiánico: «Franco seguirá con nosotros por los siglos de los siglos». En cierto modo no le faltó razón, pues el antiguo Caudillo de España parece estar hoy más vivo que nunca. Y, como remate, esta otra frase del Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela: «Dios ha bendecido a Franco, nuestro Caudillo y padre». Hay muchas más...
Las hemerotecas y archivos custodian también otro tipo de tesoros históricos poco conocidos, como la existencia de Eugenio Franco Puey, el hermano bastardo de Franco. Su padre, Nicolás Franco Salgado-Araújo, fue destinado a Filipinas en 1888. Manila era entonces una ciudad colonial muy agradable y acogedora, en la que la simbiosis entre el blanco y el indígena se asentaba en tres siglos de dominación española. Nicolás, padre del futuro Caudillo de España, enseguida se percató de que a las bellas manileñas les gustaba vestir de hilo, adoraban las orquídeas y se perfumaban con «ilang-ilang», el exótico aceite oriental de dulce y penetrante aroma, muy apreciado como afrodisíaco.
Siestas con paipái
En la base naval de Cavite, el recién llegado pronto sucumbió a las siestas acompañadas de paipái durante las tibias noches aromadas por las flores blancas de la sampaguita. Poco más había que hacer allí, pues el general Weyler acababa de reducir la sublevación de los moros de Mindanao; y en la vecina isla de Luzón, salvo esporádicas acciones de los piratas, también se respiraba tranquilidad. Nicolás era ya un hombre «de ideología y talante liberales», en palabras de su hija Pilar Franco. Todo lo contrario que su futura esposa Pilar Bahamonde, «más bien conservadora y muy religiosa», añadía ésta. Calificativos que, en el caso de Nicolás, tal vez fueran en exceso diplomáticos, pues el padre de Francisco Franco siguió desde su juventud una vida disipada, hasta el punto de dejar embarazada a una dulce manileña de tan solo catorce años, Concepción Puey, hija de un militar, cuando él estaba a punto de cumplir treinta y tres. Fue así como, al nacer Francisco, a su hermano Nicolás se sumaba desde hacía tres años uno bastardo, Eugenio Franco Puey, alumbrado en Cavite (Filipinas), el 28 de diciembre de 1889. Con razón exclamó luego doña Úrsula, madre de la esposa de Eugenio Franco Puey: «¡Vaya inocentada, niña!».
Tras la pérdida de las colonias, Eugenio regresó a la metrópoli con nueve años. Más tarde quiso ser marino, como su padre, pero acabó en topógrafo, ingresando en el Instituto Topográfico y Catastral, donde transcurrió gran parte de su vida sin hacer la menor ostentación de sus antecedentes, por más que el apellido Franco abriese entonces todas las puertas. Abandonada por Nicolás, Concepción Puey se casaría luego con Bernardino Aguado, que alcanzó el grado de general. La existencia de aquel hermano bastardo era un secreto a voces en el seno familiar. El propio Nicolás le había escrito sobre su hijo ilegítimo a Francisco Franco Salgado-Araújo, ayudante de campo del Generalísimo Franco, en marzo de 1940.
Luego, el 8 de abril de 1950, el yerno del hermanastro de Francisco Franco, Hipólito Escolar Sobrino, casado con Concha Franco (hija de Eugenio), escribió una carta al Caudillo dándole cuenta de la «buena nueva»: «[...] Me tomo la libertad de escribir a V. E. para informarle de un asunto familiar, probablemente hasta el momento ignorado por V. E. Se trata de que mi suegro, don Eugenio Franco Puey, es hijo natural del padre de V. E. Nació en Cavite el 28 de diciembre de 1889 y fue reconocido legalmente por el padre de V. E., que más tarde, en el momento de casarse en el año 1918, le dio el consentimiento paternal a que venía obligado. Su madre, doña Concepción Puey, ya fallecida, casó con don Bernardino Aguado Muñoz Fernández Grande, muerto como general de Artillería. Una timidez excesiva y, en parte, lo delicado del asunto, han hecho que V. E. no supiera la noticia directamente de él, que en la actualidad vive en Malasaña 5, y presta sus servicios como topógrafo en el Instituto Topográfico y Catastral...». Lo dicho: las hemerotecas, y en este caso los archivos, guardan legajos de un valor histórico incalculable.

La recompensa

Poco después de recibir la carta de Hipólito Escolar Sobrino, Franco le hizo nombrar generosamente director de la Biblioteca Nacional, tal y como éste reconocía en su obra autobiográfica «Gente del Libro», publicada por su editorial Gredos en 1999. Hipólito Escolar permanecería al frente de la Biblioteca Nacional hasta 1982. Él mismo recordaba la primera vez que su novia le presentó a su padre, el hermanastro del Caudillo, y al resto de su familia: «Conchita, que estaba deseando mostrarme a los suyos, me pidió que pasara a recogerla a casa para conocer, y que me conociera, a la familia, en Malasaña 5, casi en la Glorieta de Bilbao [...] No estaban bien económicamente porque ahora dependían exclusivamente del sueldo de funcionario del Instituto Geográfico Catastral del padre [Eugenio Franco Puey]... Eugenio, el padre, había nacido en Cavite y era hijo del contador de navío Nicolás Franco y de Concepción Puey».