Así era Hernán Cortés: el secreto sobre cómo conquistó México
La ayuda que recibió el conquistador por parte de los aborígenes fue la clave de la victoria de los españoles en América
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El 13 de agosto de 1521 caía Tenochtitlan, desaparecía el mundo azteca y nacía un orden nuevo: el español. La sustitución de una cultura hegemónica por otra diferente ha sido una constante a lo largo de la Historia desde el mundo antiguo hasta el moderno, y a nadie le asombra. Pero, al contrario de lo que ha sucedido en otros capítulos anteriores del pasado, la derrota mexica abría las puertas a dos tipos de leyendas, la heroica y la negra, y planteaba una interrogante axial: ¿Cómo Hernán Cortés pudo imponerse a un imperio con su escasa hueste? La respuesta a esta pregunta, muchas veces interesada, ha dado pie a grandes loas y, por el contrario, a encendidas críticas, y todavía hoy da pie a polémicas. Ha ocurrido, por ejemplo, en el programa de televisión "El mejor de la historia": José Manuel García-Margallo le ha dado una lección de historia a Mercedes Milá, ante el comentario de ella tildando a Cortés de "animal" y "asesino impresionante": "Hernán Cortés llegó con 600 hombres y 16 caballos, conquistó un imperio de 7 millones y el 99% de sus tropas eran indios que habían estado oprimidos por los aztecas", aseguró Margallo, mientras que defendió la labor de España en América, pues la llenó de catedrales y universidades: "Compara esto con lo que hicieron los ingleses en 14 colonias", dijo.
«Por la dimensión geográfica de lo conquistado, el volumen poblacional afectado y la trascendencia histórica de lo acontecido, sin duda me atrevería comparar la conquista de América con las emprendidas por Roma, tanto en tiempos de la República como del Imperio», reconoce por su parte el historiador Antonio Espino López. Él es el autor de «Vencer o morir» (Desperta Ferro), un volumen donde expone las razones que ayudaron a los conquistadores a imponerse. Una obra fundamentada en testimonios que desmienten tópicos extendidos y que rebate ideas equivocadas, como es la influencia que tuvieron las armas de los españoles y las supuestas ventajas que les reportaban. «La diferencia tecnológica entre el armamento europeo y el de los mexicas ha sido uno de los argumentos más utilizados a la hora de buscar una respuesta para la conquista. Pero no es así en absoluto. Hubo pocas armas europeas al servicio de Cortés y los suyos. Su tecnología era arcaica, los cañones, pocos, las escopetas también escasas (las fuentes no hablan de arcabuces ni siquiera), el suministro de pólvora, limitado. Eran todas ellas armas psicológicas que reforzaban la autoestima del combatiente hispano. Más decisivas fueron las espadas y otras armas blancas, claves en la supervivencia de Cortés y sus hombres en los combates cuerpo a cuerpo».
Uno de los factores que se elude o se ignora ha sido la implicación de pueblos autóctonos en la derrota de los aztecas. Ellos se convirtieron en un apoyo esencial de las tropas españolas en su avance. «La ayuda que recibe Cortés y su gente por parte de toda una nómina de aliados aborígenes es la clave de la victoria hispana. Multitud de habitantes de muchas ciudades, unos de buen grado, como los tlaxcaltecas, los habitantes de Huejotzingo o los totonacas de Cempoallan; y, otros, porque no se les dejó ninguna otra opción como fueron los que residían en Tetzcoco, Cholula, Tepeacac, conformaron un ejército aliado aborigen hecho de decenas de miles de guerreros, y otros tantos porteadores, zapadores y demás personal de servicio, incluidas miles de mujeres nativas», dice.
Con este flanco cubierto y el impacto de las enfermedades, los hombres de Cortés acabaron con el imperio de Moctezuma. Pero a su favor había otro condicionante que subraya Espino López: la manera de combatir y de hacer la guerra. Los españoles venían de los largos siglos de la Reconquista y de batirse en docenas de campos de batalla. «No fue un ejército y, mucho menos, uno real, el que conquistó México. La hueste de Cortés es un grupo armado de voluntarios entre los que se contaba con elementos que habían hecho la guerra en Europa», matiza.
La mentalidad europea
Este legado guerrero acuñó una manera de plantarse ante el enemigo. Para ellos, la victoria se hacía sobre la reducción del contrario. Un rasgo que ya habían mostrado frente a sus adversarios en Europa. «Influyó la mentalidad europea, en este caso castellana, de poner en práctica lo que podríamos calificar como “guerra total”. Me refiero a que no se dudó en aniquilar, masacrar, quemar localidades, hacer esclavos, torturar... Esto hubo de chocar con la manera de hacer la guerra de los mexicas. Los aztecas, que también eran guerreros duros y crueles, desarrollaron tácticas relativamente pobres en la batalla, pues su fin no era aniquilar al contrario, sino hacerlo prisionero para sacrificarlo más adelante a sus dioses. Por ello, sus combates degeneraban en luchas cuerpo a cuerpo muy parciales, porque la máxima aspiración del guerrero mexica era atrapar, cuantos más contrarios mejor».
Pero había algo más. Una especie de predisposición a considerarse mejores en la guerra: «Más que una mentalidad militar me atrevería a señalar que fue la “mentalidad conquistadora”, es decir, el deseo por realizar una conquista sin abandonar el objetivo y sin importar las consecuencias personales. Esa “mentalidad conquistadora” representa la seguridad de que, a pesar de todos los quebrantos que habría que padecer, la victoria estaba de su lado. Una mentalidad que le permitió a Cortés, un personaje dotado de un carisma indescriptible, de seducir a sus hombres para que siguiesen luchando un día más».
Espino López no olvida recalcar quiénes eran los aztecas y afirma que «nadie niega la crueldad con la que podían llegar a tratar a los pueblos de su entorno los mexicas. Se ha señalado que sus prácticas religiosas, que incluían los sacrificios humanos y la ingesta ritual de los cuerpos de los sacrificados, fueron tanto una manera de perpetuar su “tiranía” sobre los vencidos en sus campañas militares, como otra de mantener viva su agresividad con respecto a sus enemigos no derrotados en batalla e, incluso, una forma poco sutil de coaccionar al propio cuerpo social mexica».
Para el autor, «Cortés no es un héroe, ya que para alcanzar sus fines no dudó en llevar a la muerte a millares de seres humanos», pero asegura que «ni Moctezuma ni los mexicas fueron meras víctimas. Moctezuma, un emperador empecinado durante su reinado en conquistar las tierras que se les habían resistido a sus predecesores, es decir, un señor guerrero, tampoco es una víctima». Y puntualiza este punto: «Fue una víctima de sus errores de apreciación política. Y los mexicas eran un pueblo conquistador y guerrero que perdieron una guerra, clave a manos de sus enemigos tradicionales, de aquellos pueblos que habían padecido antes su yugo, liderados por un grupo extranjero».
La conquista continúa siendo controvertida. Y para Espino López solo se podrá pasar la página cuando las cosas se hayan explicado «lo más objetivamente posible y no se escatimen informaciones», y asegura que «en el caso de la opinión pública española, si tuviese un conocimiento más profundo de lo acontecido, podría entender mucho mejor las reivindicaciones que llegan del continente hermano». El historiador señala uno de los problemas : «En nuestro país, la concepción que nuestros conciudadanos tienen acerca de la conquista y su significado es la que se generó en la época franquista, pero no son conscientes de ello».