«La traviata»: La verdad del Canto Verdiano
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De Giuseppe Verdi. Intérpretes: Lana Kos, Ismael Jordi, Javier Franco, Sandra Ferrández, Marifé Nogales, Albert Casals, Isaac Galán, Tomeu Bibiloni, S. Palatchi, E. Faraldo, E. Muñoz, C. García. Director musical: Nicola Luisotti. Concepto escénico: Leo Castaldi. Teatro Real. Madrid, 8-VII-2020.
Hemos querido volver al Real para vivir de nuevo la experiencia insólita de esta «Traviata» «bajo el virus» y apreciar otra vez el esfuerzo que ha supuesto llevarla a un escenario rodeado de las lógicas limitaciones espaciales, con movimientos y gestos muy controlados, con coro a la griega y el foso ampliado al máximo. En él, la Orquesta ha funcionado, como lo viene haciendo, muy engrasada llevada de la mano persuasiva de Luisotti, siempre musical y expresivo. Dirección sin aristas, bien torneada y delineada, solo con episódicas caídas de tensión dramática por mor de una discutible aplicación del ritmo. Coro sin problemas.
Queríamos escuchar a la soprano croata Lana Kos, que tan buen sabor de boca nos dejara hace unos pocos años como Luisa Miller. La voz es de gran calidad: cremosa, bien timbrada y emitida, ancha y dotada de un atractivo vibrato cordial, manejada con suma habilidad en persecución de un fraseo muy intencionado, de muy sana veta dramática, lo que le permitió lograr efectos magníficos a lo largo del dúo con Germont y, sobre todo, durante el tercer acto, en los instantes previos a su muerte. En ellos se hizo real y humano el conturbado personaje y brilló en lo más alto el genio de Verdi.
Admirable lectura de la carta de Germont y un «Addio del passato» (sin repetición, criterio aplicado a otros números de la obra) excelentemente dicho y respirado. Lástima del desabrido cierre. El instrumento de Kos, que pierde algunos enteros en la zona grave, encuentra ciertas dificultades en la sobreaguda (Do, Re bemol 5), en donde no se mueve con la misma comodidad y cala ligeramente. Sin embargo, se atrevió con el Mi bemol 5 no escrito al final de «Sempre libera», donde estuvo bastante apurada, aunque diera todas las notas.
Teníamos interés también en escuchar a los otros dos protagonistas, que eran españoles (parece que la dirección del Real empieza a animarse a incluirlos en los repartos en mayor proporción). Ismael Jordi sigue siendo un tenor lírico-ligero de muy canónica emisión y muy depurado arte de canto (con Kraus como referencia insigne), domina los reguladores y matiza lo indecible con la mayor de las intenciones expresivas. El timbre no es especialmente rico ni pastoso, algo escaso de armónicos, lo que impide a veces mostrar las medias tintas del carácter de Alfredo. Se atrevió valientemente con el Do 4 (no escrito), mantenido durante bastantes segundos, de la «cabaletta» «O mio rimorso» (una sola estrofa). La voz del barítono coruñés Javier Franco se ha oscurecido y ensanchado, se ha hecho más recia, a la vez que ha perdido algo de lustre, de igualdad y de brillo. La emisión es algo irregular y en ocasiones no cantó del todo afinado. Pero otorgó enjundia, presencia y autenticidad al cavernícola Germont y expuso con cuidado y buena línea «Di Provenza», sin olvidar las apoyaturas y los mordentes. Los demás intérpretes mantuvieron el buen nivel del primer día.