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Testimonios

El dolor de vivir la DANA en la distancia

La sensación de culpa e impotencia se multiplica en el caso de los valencianos que viven lejos de su tierra

Una de las cajas de material escolar preparadas en el CEIP de Benimantell La Razón

El día 29 de octubre Javi estaba trabajando, como un martes cualquiera, en la cafetería de Madrid en la que era camarero desde hacía un tiempo. Había escuchado las alertas por lluvias en Valencia, pero «como buen valenciano», dice, sabes que es una gota fría, y ya está, «estamos acostumbrados». Pero algo cambió de repente. Mensajes preguntándole por su familia de Utiel. ¿Qué estaba pasando? Rápidamente intentó ponerse en contacto con su prima, y efectivamente, al cabo de unas horas descubrió que ella, su hijo y su madre, la tía de Javi, habían tenido que ser rescatados.

«Me empezaron a llegar videos de coches flotando en Utiel, todo inundado, ahí fui consciente de que aquello no era una gota fría normal». «Luego otro amigo empezó a preguntar por una amiga que vive en Paiporta, y a la que no conseguíamos localizar, ahí fue cuando sentí pánico».

La culpa, la impotencia y la frustración de los valencianos que no hemos sido víctimas directas de la DANA, se multiplican en el caso de los valencianos que, además, viven fuera.

«Claro, en Madrid la gente no era consciente de lo que estaba pasando. Sí, te miraban con tristeza... Pero allí la vida seguía, y yo estaba destrozado por ver mi tierra ahogada, literalmente», cuenta Javi sin poder contener las lágrimas. «No me podía separar de la tele, era como una droga», relata este joven quien, a día de hoy, ya se encuentra en Valencia.

Antes de la DANA ya tenía previsto dejar su trabajo y regresar a su tierra, y casi un mes después de la tragedia, ha podido comprobar ya en persona a qué huele el horror. «Veías vídeos, fotos, pero no sabías realmente cómo se estaba viviendo aquí».

Ángela es otra valenciana afincada en Madrid desde hace años, donde vive con su marido Jose y su pequeña Valentina de cuatro años. Una niña que nació durante los primeros meses de la pandemia, aislada con sus padres, y que ahora ve a su madre llorar desconsolada por algo que todavía no es capaz de entender: el dolor de ver tu tierra arrasada.

El día 29 de octubre Ángela tenía que coger un avión Vigo-Madrid. «El vuelo se retrasó por las lluvias en Madrid, imagínate...Yo había visto las alertas por lluvia en Valencia pero pensaba que sería una gota fría como las de siempre». La primera señal de alarma en el caso de Ángela llegó a través de su madre. «A mediodía hablé con ella, estaba llorando, muy asustada porque se había inundado la planta baja de casa». La familia de Ángela vive en Castelló, un pequeño pueblo de La Ribera donde en la mañana del martes cayeron más de 400 litros por metro cuadrado. Pero aquello también iba a quedar en nada frente al infierno que estaba por venir.

«Por la tarde empecé a ver vídeos horribles, pero me hice realmente consciente de la tragedia cuando al día siguiente en una reunión telemática de trabajo con nuestros compañeros de Valencia, faltaba Cristian». Cristian fue una de esas personas que quedó atrapada por el agua mientras intentaba volver a casa. Afortunadamente, en su caso pudo ser rescatado. Se encontraba encaramado a un árbol. A partir de ahí, la consciencia progresiva de lo que ha pasado. Llamadas con el corazón en un puño para asegurarte de que toda tu gente está bien. Culpa por estar allí, impotencia de nuevo.

Ángela y José cancelaron un viaje a Barcelona que tenían previsto para el puente del 1 de noviembre. «No estamos para viajes, estamos de luto». De nuevo el sentimiento que todos los valencianos, estén donde estén llevamos y llevaremos durante mucho tiempo.

Desiree es profesora, da clases a niños en un colegio de Benimantell, un pequeño pueblo situado muy cerca de Altea, uno de los paraísos de la Comunidad Valenciana. Al igual que Javi y Ángela, se fue haciendo consciente de la tragedia conforme iban pasando las horas. «Empecé a recibir mensajes de todas partes de España y del mundo, incluso del pequeño pueblo de Guatemala donde estuve de cooperante, donde casi no tienen ni conexión. Ahí me di cuenta de que realmente era algo muy grave».

De nuevo el miedo, las llamadas para preguntar si está todo bien. «Afortunadamente todos mis conocidos no han tenido pérdidas personales, solo materiales». Desiree no tardó en movilizarse para empezar a recoger todos los productos que veía que eran necesarios. «Localicé a una profesora de la Universidad de Valencia que vive en Altea. Me había enterado de que allí era punto de recogida de material escolar, así es que se lo dimos a ella porque tenía que venir de todas formas, no queríamos colapsar las carreteras». Como sus paisanos en el exterior, tuvo que hacer «de tripas corazón», ya que allí «seguía la normalidad», aunque en su interior ya nada era normal. "Los niños no tienen la culpa de nada, el día 31 era Halloween, tuvimos que hacer fiesta, pero claro, con una sensación muy rara", asegura esta valenciana.

Sin embargo, reconoce que a su alrededor ha visto un gran despliegue de cariño y solidaridad. "Pronto me di cuenta de que realmente sí, el pueblo salva al pueblo, y que íbamos todos a una para ayudar". Queda mucho por hacer, esto va para largo, y la ayuda, sea en el fango o en cualquier parte, es y será necesaria durante mucho tiempo.