Historia
La Lonja, el símbolo de una Valencia dorada
En su escalinata nació la leyenda del “pardalot”, o una macabra forma de abandono infantil conocida gracias a una novela de Blasco Ibáñez
El pasado año, La Lonja de la Seda de Valencia cumplía su 25 aniversario como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Es uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, y su bosque de columnas lleva más de cinco siglos sosteniendo el esplendor de aquel Siglo de Oro valenciano, que aún parece respirarse al entrar en el fresco ambiente del antiguo mercado.
Su construcción empezó en 1470 o 1471 y duró quince años, tal y como reza una inscripción en la propia piedra del edificio, que se extrajo de la cantera de Godella. Fue considerada, casi desde el principio, como el símbolo de una Valencia comercial, moderna y de burguesía incipiente, que en ese momento era la ciudad más poblada de la corona de Aragón con 70.000 habitantes.
En la plaza del Collado, a la que da la puerta principal del edificio, existía desde el s. XIII otra lonja, la del aceite, que se mantuvo en pie hasta el s. XIX y hoy en día es recordada por el olivo que hay en la plaza. Sin embargo, a finales del s. XV se había quedado pequeña para una Valencia que vivía sus momentos de máximo esplendor económico y cultural.
Tres arquitectos se encargaron de su construcción: Francesc Baldomar, que ideó los planos originales, y Joan Ibarra y Pere Comte, que tras la muerte de su mentor recibirían en encargo de terminarla. Allí comenzaron a cerrar sus acuerdos los comerciantes de la ciudad, en unos escritorios que todavía se conservan. Con el descubrimiento de América, la lonja cobraría aún más importancia por su papel en los intercambios comerciales por mar.
A finales del s. XVII, el negocio de la seda era tan importante que la Lonja de los Mercaderes cambió de apellido y empezó a conocerse como Lonja de la Seda, tal y como la conocemos hoy en día.
Lecciones de piedra
Una de las cosas que más llama la atención del exterior de la Lonja son las veintiocho gárgolas dispuestas a lo largo del alero del edificio. Mujeres con las manos en el sexo, Jonás saliendo de la ballena, Sansón abriendo la boca del león, monstruos abrazados a reptiles... El pórtico de entrada desde el Patio de los Naranjoses conocido como el portal de los pecados, porque en él se encuentran figuras esculpidas que aluden a los siete pecados capitales: hombres desnudos, instrumentos musicales, animales como la tortuga y el caracol como representación de la pereza o el lobo como alegoría de la avaricia...
La profusión escultórica de la construcción, que abunda en temas religiosos, alusiones al pecado, la maldad y el sexo, establecía una suerte de aleccionamiento pétreo para los fieles que pasaran por delante, temerosos de la ira divina.
El Pardalot
Enfrente de la Lonja está la iglesia de los Santos Juanes, construida en los terrenos de una antigua mezquita. La veleta en forma de águila que corona el templo parece revolotear sobre el edificio con una bolsa, o una bola, colgando del pico.
Cuenta la leyenda, plasmada por Blasco Ibáñez en Arroz y tartana, que en épocas pasadas los agricultores aragoneses más humildes iban a buscar trabajo a la capital para sus hijos más pequeños, con la esperanza de colocarlos de criados en las casa más pudientes.
Si no había habido suerte, a la vuelta procuraban pasar por la escalinata de La Lonja y desde allí miraban la parroquia de los Santos Juanes, con la excusa de enseñar al niño la curiosa veleta, que apodaban “el pardalot”. “Míralo, mira el pardalot, que se le va a caer la bola de un momento a otro”, decían los padres.
Mientras el niño, absorto por las vueltas de la veleta, miraba hacia arriba, el padre desaparecía, “con la conciencia de haber puesto al chico en el camino de la fortuna”, en palabras del mismo Blasco.
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