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“El aire que respiramos tiene microplásticos peligrosos que se desprenden de lo que nos rodea”, señala la directora de IDAEA
Ethel Eljarrat, directora del Instituto de Diagnóstico Ambiental de Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) nos explica que estos fragmentos pueden provocar problemas metabólicos, inmunológicos, obesidad, diabetes y más.
Dos estudios vinculados a nuestra convivencia con los microplásticos y los nanoplásticos han llamado la atención recientemente. El primero de ellos fue realizado en la Universidad de Almería y demuestra que algunos compuestos del plástico se traspasan a las patatas que cocinamos en el microondas. El segundo de ellos, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, explica una nueva técnica que demuestra que las botellas de plástico contienen hasta un cuarto de millón de nanopartículas capaces de infiltrarse en nuestras células. Para comprender el alcance de ambos estudios, hablamos con Ethel Eljarrat , directora del Instituto de Diagnóstico Ambiental de Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC.
“En el tema de los microplásticos y nanoplásticos, la toxicidad depende de varios factores como el tamaño, la forma y la composición – nos explica Eljarrat en conversación telefónica -. Cuanto más pequeñas, mayor riesgo porque puede penetrar en ciertas partes de nuestro organismo. Las partículas de mayor riesgo son las más pequeñas que 10 micras (una micra es la millonésima parte de un metro). Esto se debe a que pueden alcanzar el sistema linfático, el hígado y los pulmones o el sistema digestivo y liberar los componentes que tienen. Es decir, no solo es importante el polímero, sino también los componentes que se añaden”.
De hecho, una gran parte de la toxicidad de los microplásticos se debe a los aditivos, como demuestra un estudio que cifra en más de 10.000 la lista de los compuestos que se añaden a los plásticos… Y solo un 25% de ellos ha sido catalogado por su riesgo ambiental.
“De los 10.000 hemos identificado aquellos que, por estructura molecular, son más dañinos y en eso nos centramos los científicos – añade Eljarrat -. Conocemos muchos de ellos y sus efectos en nuestra salud. Pueden producir efectos en la fertilidad, en tiroides, diabetes, obesidad, problemas neurodegenerativos. Algunos de ellos están catalogados como posibles cancerígenos. Los estudios indican que los nanoplásticos podrían afectar a nuestro sistema inmunitario, patología gástricos, en el transporte de hierro… Pero todavía hace falta mucha investigación”.
El problema es complejo no solo por la composición o los aditivos mencionados, también por la forma de las partículas, como explica un estudio publicado en Frontiers in Toxicology.
“La forma influye porque puede atravesar más o menos – confirma Eljarrat -. Hay partículas que entran por inhalación o por ingestión y esto influye en el grado de absorción en el organismo. Actualmente, hay microplásticos por todas partes y la posibilidad de inhalación es constante. El aire que estoy respirando en mi oficina, contiene microplásticos que poco a poco se desprenden de lo que me rodea. La manera de reducir la exposición es reducir su uso, pero esto no se puede reducir a cero porque el uso de plásticos en algunas aplicaciones es muy útil. Por lo tanto, hay que reducir la capacidad de estos materiales es de generar estas partículas”.
En este sentido, son importantes las regulaciones que se establecen y limitan el uso o al menos lo controlan. Por ejemplo, el 75% de la ropa que se fabrica actualmente tiene plásticos. Cuando lavamos la ropa se desprenden estas microfibras y llegan a los ríos y mares. Las lavadoras cuentan con filtros para evitar que lleguen a ríos. Y hay más ejemplos cotidianos.
“Antes, las bolsas de té eran de otro material, ahora son de plásticos y cuando la ponemos en agua hirviendo se liberan estos microplásticos. No sé si en el microondas se liberan más o menos (como señala el estudio de la Universidad de Almería), lo que sí se es que se liberan más aditivos de los que lleva el plástico. Con el calor se liberan más sustancias químicas asociadas al plástico. Imagino que también microoplásticos”.
La Unión Europea, por ejemplo, toma medidas constantemente para intentar reducir el impacto de microplásticos en el ambiente. Hace algunos años se prohibió su uso en cosmética y el año pasado se tomó una medida similar con el uso de purpurina porque generaba contaminación con microplásticos.
“Hay dos tipos de contaminación en este sentido – señala Eljarrat -. La primaria, que proviene de los que se fabrican para una cierta aplicación, como la cosmética, detergentes o pasta de dientes, y estos son los que se van regulando poco a poco. Y la otra está vinculada a la que se van generando por la degradación en el ambiente. Para evitar que se generen estos microplásticos tienes que prohibir la fuente”.
Finalmente, hay un último obstáculo. Sabemos que los microplásticos son nocivos, conocemos su estructura molecular, su impacto en nuestra salud, pero ¿cuál es la cantidad límite para nuestro cuerpo? ¿A partir de cuántos microplásticos está en riesgo nuestra salud? La respuesta no es sencilla.
“Siempre es muy difícil saber cuál es la dosis a partir de la cual hay efectos nocivos en la salud – concluye Eljarrat -, llevamos años estudiando esto y es muy difícil cuantificar. En el caso de nanoplásticos y microplásticos llevamos diez años estudiando y aún no tenemos estos datos. No siempre un número mayor, produce un daño mayor. No sabemos si hay que medirlo por gramos o por número de fragmentos. Y a eso hay que sumarle la composición y la forma. Se necesita más información y más estudios sobre este tema”.
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