Ciencia
Universo 25: el científico que replicó Sodoma y Gomorra con 620 ratones
El infanticidio, el incesto, y todo tipo de atrocidades surgieron de un mundo aparentemente utópico, donde los ratones tenían suficiente alimento y agua para ser felices.
Nos gusta adelantarnos a los acontecimientos. Rara vez nuestra cabeza está puesta en el presente. Si no estamos vagando entre nuestras memorias es porque las estamos usando para tratar de predecir “¿qué viene ahora?”. Esta incansable búsqueda nos ha llevado a elucubrar futuribles, ficciones que, ya fueran noveladas o con ínfulas premonitorias han poblado nuestro imaginario colectivo. A las predicciones más agoreras le hemos llamado distopías, lo cual, en cierto modo, nos ayuda a entenderlas como ficciones y despreocuparnos de que, algún día, puedan llegar a materializarse. Y entre utopías y distopías pasamos los años, suponiendo que el futuro será más moderado que el pasado.
Cualquier ejercicio de previsión a largo plazo es como disparar una flecha hacia arriba. Según tu pericia tardará más o menos en volver a ti, pero acabará bajando y asaetando tus carnes. En este contexto nació el experimento que dio fama a John Calhoun, experto en el estudio del comportamiento animal. El nombre del estudio parece sacado de la literatura pulp: Universo 25. La idea era sencilla, estudiar los efectos de la sobrepoblación cuando el resto de las necesidades están cubiertas. Pero los universos de Calhoun encarnaban aquello de “cuidado con lo que deseas”, porque bajo el disfraz de utopía, lo que se escondía era la distopía de un Maquiavelo.
La ciudad de 620 ratones
A mediados del siglo pasado, cuando Calhoun comenzó sus experimentos, el mundo temblaba con la idea de la sobrepoblación. En los últimos doscientos años las ciudades se habían hipertrofiado, la población crecía como un caballo desbocado. Con el crecimiento de las urbes la pobreza y el crimen también estaban aumentando y los maltusianos culparon a la falta de recursos. De hecho, apuntaron a que, dado que el crecimiento de nuestra especie parecía exponencial (2, 4, 8, 16…) sería difícil proveernos de víveres teniendo en cuenta que la producción de recursos creía artiméticamente (2, 2, 4, 5…)
Películas como “Cuando el destino nos alcance” retrataban este tipo de futuro y la idea parecía haber calado en la población, pero ¿y si había un peligro más acuciante? ¿Y si la propia sobrepoblación era la causante del aumento del crimen y no hacía falta llegar a la hambruna para que nuestra sociedad colapsara? Esta fue la idea que empujó a Calhoun a experimentar con múridos, tanto ratas como ratones. En sus experimentos la constante estaba clara: crear un Edén de metal, plástico y serrín donde los ratones tuvieran tanto como pudieran desear, salvo espacio. De esta forma, todo efecto del experimento podría ser atribuido a la sobrepoblación y no a la escasez de recursos.
No obstante, habría sido muy sencillo introducir cientos de ratones en una jaula y ver las consecuencias, pero sería poco realista. Para ver cómo cambian los roles sociales y cómo el crecimiento poblacional va haciendo mella en los sujetos, la población tenía que crecer a partir de unos pocos individuos, como ocurre en la naturaleza. La diferencia está en que, en el mundo real, una población de organismos no crece ilimitadamente, ya que se ve limitada por los depredadores y por los recursos disponibles. Por lo general tienden a crecer hasta que hay más individuos de los que el entorno puede mantener, y entonces la ratio entre la mortalidad y la natalidad aumenta, reduciendo a la población hasta que llega un nuevo periodo de bonanza. Este equilibrio inestable es a lo que el mundo nos tenía acostumbrados antes de que comenzáramos a emplear la tecnología. Epidemias, catástrofes naturales y como hemos dicho más de una vez: la desnutrición, que hasta reduce la fertilidad.
Teniendo esto en cuenta, lo que Calhoun decidió hacer fue introducir tan solo ocho ratones en una jaula de siete metros cuadrados. Cuatro machos y cuatro hembras que disfrutarían no solo de su mutua compañía, sino de túneles, nidos, superficies por las que trepar y tanta agua y alimento como pudieran consumir. Era una utopía, un paraíso ratonil como ningún ratón había vivido antes, y claro, entre tanta abundancia las pulsiones básicas afloran, sobre todo en ratones, que tampoco tienen mucho más a lo que dedicar su tiempo. Dicho con otras palabras. Los ocho no tardaron en ser docenas. Entre julio de 1968 y agosto de 1969 eran más de medio millar las ratones que poblaban Universo 25, concretamente 620 múridos.
Durante los primeros meses la población había sufrido un revés, algo que se ha visto en otros estudios e incluso cuando se introducen especies exóticas en la naturaleza, como fue el caso de los estorninos pintos en Estados Unidos. Sin embargo, el bache fue fugaz y pronto quedó eclipsado por un crecimiento verdaderamente exponencial. Hasta alcanzar las seis centenas, claro. Hacía un tiempo que la población ya no aumentaba exponencialmente, la pendiente se iba suavizando, revelando un crecimiento logístico, un freno puesto por algo que no podían ser los recursos. La comunidad de ratones de aquel pequeño búnker entró en una fase de meseta donde las camadas eran cada vez más escasas, pero la mortandad ascendía. La extraña gráfica escondía tras sus números una realidad bastante más cruenta que hizo al recinto merecedor de su nombre: cloaca de la conducta.
Tras las cifras
La ya no tan pequeña sociedad de ratones se había convertido en un verdadero infierno. Las acciones que en ella tenían lugar habrían sido suficientes para reescribir el antiguo testamento varias veces. Descontando el previsible incesto, había infanticidio, luchas de poder, canibalismo y un periodo de sexo obsesivo e indiscriminado al que siguió una pertinaz sequía. El último de los ratones nació en 1970 y el caos ya se había apoderado del recinto. Las madres devoraron a sus hijos, los machos comenzaron a montarse entre sí y resultó que el propio espacio era un recurso escaso por el que pelearse a muerte.
Mientras tanto, los únicos que parecían mantenerse al margen de la barbarie eran un pequeño grupo al que llamó “los guapos” que dedicaban su día a atusarse el pelo, comer y dormir. Podríamos ver en ellos un brillo de esperanza para la virtud en medio del abismo, pero en realidad su pasividad era fruto, posiblemente, de la consanguineidad. No había en toda la literatura una distopía comparable al extremo alcanzado por la sociedad murina de Calhoun. ¿Era este el futuro que nos esperaba?
Según Calhoun los ratones murieron dos veces. Cuando se quedaron sin individuos fértiles su sociedad quedó condenada, pero mucho antes de eso, cuando su estilo de vida ratonil mutó hacia el destructivo sindiós que hemos descrito, su esencia ya había muerto. Aquello no eran ratones, eran otra cosa.
Normalmente la historia termina aquí. Se habla de cómo la población abandonó la meseta para terminar extinguiéndose lentamente en 1973. La conclusión con la que suelen rematar estos artículos es que nos espera este futuro y que llegará mucho antes que el desabastecimiento, pero no son más que especulaciones salvajes. ¿Podemos extrapolar este universo de ratones a nuestras sociedades? Es evidente que no somos ratones, pero ¿somos comparables?
La respuesta no es fácil, pero nada parece apuntar a favor de un rotundo “sí”. Entre otras cosas, no solo por la falta de leyes positivas en las comunidades de ratones, sino por el hecho de que Universo 25 no representa nuestra realidad. En nuestro mundo existen las restricciones que los ratones no tenían, la falta de recursos ya limita el crecimiento de algunas comunidades y nuevos y complejos factores sociales han aplanado el crecimiento de las sociedades del primer mundo. Plantear que la sobrepoblación hará que devoremos a nuestros propios hijos es demencial, sobre todo partiendo de un estudio metodológicamente laxo, como es el de Calhoun. Hoy en día no estaría permitido llevar a cabo una abominación así poniendo en riesgo la vida y el bienestar de tantos animales de investigación a cambio de información tan poco realista e imposible de extrapolar.
El experimento de Calhoun responde a una época donde los estudiosos del comportamiento ya fueran sociólogos, psicólogos o etólogos, creían que los límites de la investigación eran para los demás, excusando con cuestionables premisas filantrópicas lo que en realidad era solo curiosidad egoísta. De hecho, el artículo original remata con una suerte de firma de mala praxis Era una época en que a las ciencias blandas aún les quedaba mucho por madurar y que, cual díscolo adolescente, estaban sumidas en una contracultura forzada, apostando por la forma por encima del fondo. Algo a lo que el autor osa en llamar “ecuación” pone el lazo al texto. Como el resto del estudio, ni hay por donde tomarlo, ni aporta nada al papel que lo soporta.
Sin duda se avecinan problemas, pero tal vez no son los que Calhoun suponía. En cualquier caso, lo realmente paradójico es que buena parte de esos problemas serán fruto de nuestra falta de previsión. El calentamiento global, la pérdida de biodiversidad, la pérdida de los caladaeros… Somos una especie que vive con la cabeza en el “¿qué será?” pero ni siquiera sabiendo lo que está por llegar somos capaces de tomar medidas para evitar que la distopía se haga realidad.
QUE NO TE LA CUELEN:
- El estudio de Calhoun no arroja información relevante más allá de responder a “qué ocurriría cuando torturamos ratones bajo estas condiciones no representativas de ningún futurible de la humanidad”
REFERENCIAS (MLA):
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