Tradiciones
Mágica noche de San Juan en San Pedro de Manrique
Miles de personas reviven e Paso del Fuego en este municipio soriano
Un año más, la localidad soriana de San Pedro Manrique ha revivido en la noche de San Juan, la más corta del año, el ritual del paso del fuego, en el que diecinueve pasadores, cinco de ellos mujeres, han cruzado con los pies descalzos una alfombra de fuego, en una tradición milenaria que ha acaparado las miradas de cuatro mil personas.
El recinto de Nuestra Señora de la Virgen de la Peña registró un lleno absoluto con más de 2.000 personas sentadas en el anfiteatro. Los vecinos de este municipio de Tierras Altas, arropados por visitantes llegados de todas las partes del mundo, vivieron una de las fiestas con más proyección de la provincia de Soria, que aspira a convertirse de la mano de la Unesco de Patrimonio Inmaterial.
Los habitantes de este pueblo enclavado en la comarca de Tierras Altas, una de las más despobladas de la provincia, han respondido un año más al compromiso con esta fiesta ancestral declarada de interés turístico nacional, difundida para el resto del mundo, que comenzó a ser conocida bien entrado el siglo XX, y que los hijos del pueblo asumen como una seña identitaria.
El Ayuntamiento sampedrano inició hace unos años los trámites para conseguir que la UNESCO reconozca estas fiestas, desde 2005 con el sello de Bien de Interés Cultural (BIC) y desde 2008 como fiesta de interés turístico nacional, como patrimonio inmaterial de la Humanidad.
El ritual del paso del fuego comienza cuando el sol se oculta en San Pedro Manrique, momento en el que se queman mil kilos de leña de roble, en el anfiteatro de la ermita de la Virgen de la peña, para preparar el camino de brasas por el que transitarán en la medianoche los pasadores
Mientras se va consumiendo en llamas la madera de roble, el público ha ido llenando el anfiteatro de la ermita de la Virgen de la Peña para asistir a una celebración ancestral que se ejecuta hacia poniente y que los expertos señalan como ritual iniciático para lograr la inmortalidad a través de la hoguera purificadora.
Cuando llega la medianoche, con los graderíos repletos de público y la alfombra de fuego iluminando la escena, los pasadores sampedranos han abierto su ritual. Tras dar tres vueltas a la lengua de fuego, al son de la música y descalzos, se han concentrado para encarar un año más este reto y empezar el paso del fuego portando a las tres móndidas.
Dicen que el fuego lo pasan sólo los hijos del pueblo, no ya porque se impida probar suerte a los forasteros, sino porque nunca abundan los voluntarios y además, según sentencia general del vecindario, "los de fuera se queman".
Las brasas encendidas, solos o con alguien a cuestas, se han cruzado como lo hacen cada año desde antiguo, de generación en generación. Elena ha portado a su hija de año y medio.
El párroco de la localidad, Toño Arroyo, que ha estudiado el origen de esta fiesta, significó la importancia de los artesanos para conseguir en el centro del recinto una alfombra de brasas. “Previamente y para conseguir esa alfombra compacta se crea una pila funeraria que simula a la que hacían los celtas. Los pasadores pisan la arena del recinto para enraizarse con la madre tierra y antes de pasar la alfombra danzan a su alrededor”, indicó, para citar al antropólogo Julio Caro Baroja, como gran conocedor del origen de esta fiesta.
Los primeros en pasar fueron tres vecinos que portaron en sus hombres a las tres móndidas (doncellas) de este año: Leire Martínez, Alicia Fresno y Ana Pascual. El hijo del alcalde de la localidad, Carlos Martínez, se encargó de pasar a Alicia.
Esta proeza (conocida como pirobacia) ha despertado en la historia reciente el interés de curiosos, científicos y parapsicólogos, que han dicho de casi todo, desde que el secreto reside en pisar fuerte para no dejar oxígeno y evitar la combustión hasta que contienen la respiración, pasando por la concentración, la fe, el sudor, el vino o burbujas de aire que se interponen entre la piel y las brasas.
Los pasos de los sampedranos, al atravesar la hoguera, son firmes, convencidos y cortos, con el objetivo de eliminar el oxígeno y quemarse en menor medida. Además, impregnan sus pies con arena fresca para aminoran el daño del fuego. No obstante, la mayoría de ellos niegan que se quemen los pies, aseveración que también entra dentro del rito.
Todo el ritual está presidido por las Móndidas, tres jóvenes sampedranas elegidas por sorteo en mayo –antaño entre las mozas casaderas-, que son las protagonistas de los actos de la festividad de San Juan, en las que, ataviadas con vestido blanco y un extraño cesto en la cabeza con flores de pan y largas varitas de harina y azafrán (arbujuelo), rememoran el tributo de las Cien Doncellas tras la derrota musulmana en la cercana Clavijo.
Como marca la tradición, los tres primeros pasadores han portado a sus espaldas a las tres móndidas (Alicia Fresno, Leire Martínez y Ana Pascual), y sin interrupción, han encadenado pisadas en el manto de cenizas de leña de roble que alcanza una temperatura de 400 grados.
Con los pantalones arremangados, un hombre, una mujer o un adolescente han ido pisando decididos las ascuas, dando entre cinco a nueve pasos -por lo general siete-, ante la emoción contenida de los espectadores y las familias y amigos.
El origen de estas fiestas ha sido estudiado, entre otros, por el reconocido etnógrafo Julio Caro Baroja, que presenció el paso del fuego en 1950, y la investigadora Chesly Baity, una década después, y quienes encontraron similitudes del paso del fuego con el de los Hirpi Sorani de la Italia Clásica y con los pueblos indoeuropeos del sur de la India.
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