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Unión Europea

¿Cuándo Reino Unido dejó de ser un país «sexy»?

¿Cuándo Reino Unido dejó de ser un país «sexy»? larazon

La victoria del Brexit en el referéndum del pasado 23 de junio colocó a Reino Unido y a la Unión Europea en un punto de no retorno. Las consecuencias últimas de esta decisión permanecen todavía inciertas. Theresa May relevó a David Cameron en Downing Street y se sumió en la paradoja de ser una primera ministra sin aval democrático que reivindica el mandato de las urnas.Brexit means Brexit” repitió como un conjuro. Reconocía, con esta cacofonía, la falta de argumentos y herramientas para articular el que probablemente sea el divorcio más complejo de nuestra historia reciente. Se han necesitado más de cuatro meses para adivinar el rumbo que tomará Reino Unido en solitario y parece dispuesto a entrar en colisión con los valores y principios fundamentales de la Unión Europea.

A efectos prácticos, Brexit significa elaborar listas negras con la nacionalidad de los estudiantes y los trabajadores (ésta última tuvo que ser rectificada en menos de 24 horas); favorecer la contratación de empleados británicos frente a los extranjeros sin importar el mérito y anteponer el control de fronteras a la libre circulación de productos y personas. Este nacionalismo ha devaluado uno de sus mayores activos; ser un centro internacional de atracción de talento, diversidad y negocio. Lo que por otra parte le ha permitido construir una de las economías más dinámicas del mundo.

El interés por mantener el acceso al mercado común europeo hizo pensar que las autoridades británicas optarían por una salida suave del club. Que se emplearían a fondo para alcanzar un acuerdo a la noruega que conjugase el acceso al mercado comunitario con la libertad de movimientos.

May, sin embargo, ha esbozado un Brexit duro y arrastra a la Unión Europea hacia el terreno de lo desconocido. Plantea la negociación de forma unilateral como si Europa no tuviera intereses ni ideas que defender. Y se olvida de que los 27 deben acordar cuáles son los términos de la ruptura. Olvida, también, que Alemania y Francia van a liderar este proceso y que ambas potencias sienten en la nuca el aliento de los euroescépticos. Pueden, entonces, caer en la tentación de dar una lección a las fuerzas populistas de casa con la experiencia británica. Es cierto que Europa no ha sabido dar una respuesta a los ciudadanos golpeados por la crisis económica que se han quedado al margen de la globalización pero también que su Estado de Bienestar ha logrado resistir al tsunami financiero. Al final del camino, los británicos pueden sentir que hace más frio fuera de la UE que dentro.

“Formar parte de un bloque comercial de 500 millones de personas es esencial para nosotros”. Esta frase la pronunció la misma Theresa May en un encuentro privado con banqueros de Goldman Sachs antes del Brexit. Pero no sólo la prosperidad económica está en juego. También el papel de Reino Unido en el concierto internacional. No es lo mismo contribuir desde una posición de fuerza a forjar la política exterior de un bloque con veintiocho Estados miembros que hacerlo de un sólo país con 63 millones de habitantes. Tus competidores no te miran, ni te escuchan igual.

El Brexit amenaza, además, con romper las costuras internas con la propuesta de un segundo referéndum en Escocia. Reino Unido parece haberse dejado llevar por una pulsión nacionalista y neoimperialista rancia. De alguna manera, el 23 de junio los británicos no sólo se bajaron del tren europeo, sino también del de la historia.