Teatro
«Antígona»: Poderosa insumisión
Autor: Jean Anouilh. Director: Rubén Ochandiano. Reparto: Najwa Nimri, Rubén Ochandiano, Sergio Mur, Berta Ojea, Toni Acosta, Nico Romero. Pianista: Ramón Grau. Matadero-Naves del Español. Madrid, 6-II-2013.
Hay pocas reflexiones sobre el deber moral frente al poder tan contundentes como «Antígona», la tragedia de la hija de Edipo, dispuesta a llegar a la última consecuencia, la muerte, por dar una sepultura digna, de acuerdo a sus costumbres, a su hermano Polinices, un cadáver condenado a los cuervos por el tirano Creón. Antígona asume un destino demasiado grande para su edad: elige el camino difícil e imparte, sin proponérselo, magisterio ético. En los tiempos que corren, en los que muchos claman derechos y creen estar exentos de obligaciones, la tragedia de Sófocles, el autor del texto, y de Jean Anouilh, que lo reescribió, es una cristalina lección.
Hermosa Tebas
Por eso, el final de la producción que acaba de estrenarse en el Matadero, dirigida con valentía e inteligencia por Rubén Ochandiano, es casi lo único que flaquea: la referencia a España, rótulo explícito y pasodoble incluidos, es ociosa, como si el director no confiara en la capacidad del respetable para llegar a sus propias conclusiones.
No le hacía falta porque como director acierta en el ritmo y subraya lo esencial de esta «Antígona», prestando atención a las particularidades de la versión de Anouilh, que lleva a un territorio de difusa estética bélica –Anouilh escribe en 1942, en pleno régimen de Vichy–, con un piano de «chanson» y un intenso actor francés, David Kammenos, que canta y recita en el idioma de Serge Gainsbourg, a quien recuerda en cierto aire de maldito. La puesta en escena consiste en una larga mesa de madera y los portones del Matadero para crear espacios imaginarios al contraluz. Tebas –innombrada en el texto– es así austera, hermosa y atemporal. Más allá de lo atrevido de cierta disposición de los actores –de espaldas, en columpios...–, que no inventa la pólvora pero se revela como teatro vivo y juguetón, Ochandiano permanece fiel al fatalismo de Antígona y al protagonismo de Creón. En Anouilh, su fiereza es humana: es un tirano que trata de evitar el destino de Antígona, aunque al final no le tiemble el pulso, un hombre que justifica desde una razón de Estado la injusticia. En paralelo a esta idea, la interpretación del propio Ochandiano crece en el tramo final.
Cuesta entender la razón de presentar a una nodriza barbuda: pese a que Berta Ojea la interpreta con talento, no deja de aportar un toque cómico y grotesco a la intensidad de la función. Sergio Mur y Toni Acosta componen hábilmente a Ismena y a Hemón, respectivamente, y Nico Romero a un guardia muy «Joker». Y, en su debut teatral, Najwa Nimri demuestra una gran fuerza expresiva y un carisma que estaba contrastado por el cine. Aunque debe cuidar el ritmo al comienzo, donde está algo acelerada, su Antígona crece con la función.
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