Opinión | "El bloc"
Periódico y kiosco
"Los fatalistas perciben el fin del mundo detrás de cada cambio, pero el mundo no se acaba, qué va"
Oficio en decadencia, el periodismo sigue regalando a sus sufridos practicantes momentos impagables. Cómo, si no, iba a conducir un señor desde El Ejido hasta Madrid para acabar a las tantonas de la madrugada bailando por Freddy Mercury encima de una barra con una docena de vándalos con los que tres horas antes no había intercambiado ni una palabra. Ya habrían querido para ellos, el Rey y los jefazos, el fin de fiesta que se regaló la delegación andaluza en el Barbara Ann, formidable garito, tras la conmemoración del XXV aniversario de La Razón. Ocho años antes de la apertura de esta casa, en 1990, él ya vendía periódicos en su céntrico kiosco, donde el niño repelente que fuimos compraba el Diario 16 junto al dónut cotidiano (bendita sea la bollería industrial y confunda el Altísimo a los putísimos fanáticos de la comida sana). Este domingo va a ser el último en el que nos llevaremos bajo el sobaco el fajo de papel, hoy con el suplemento de nostalgia pese a que llevábamos lustros concienciados del arrasamiento del modelo: hemos enterrado juntos a lectores y cabeceras por los que guardamos duelo perpetuo mientras que en su pequeña tienda decrecía la oferta de diarios, revistas y prensa extranjera en relación directamente proporcional al aumento de la venta de agua mineral, recargas de móvil y un sinfín de cachivaches. Se desvanecerán como lo hacen los sueños gozosamente lúbricos esos miles de instantes compartidos en transacciones de lance, desde el ejemplar de la víspera de Le Figaro para el padre que ha marchado hasta las chucherías y lápices de cera para sobrinos que ya pasean carritos de bebé. Los fatalistas perciben el fin del mundo detrás de cada cambio, pero el mundo no se acaba, qué va. Los que terminamos el viaje somos nosotros. Fue un placer, querido Antonio.
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