Política
2-D: anatomía de la caída del socialismo en Andalucía
El desgaste de cuatro décadas en la Junta, la merma de los servicios públicos, la corrupción y las batallas internas propiciaron la tormenta perfecta para que Moreno se convirtiera en presidente
Precisar «el origen exacto de un acontecimiento histórico es imposible, igual que es imposible precisar su exacto final: todo acontecimiento tiene su origen en un acontecimiento anterior (...) y así hasta el infinito, porque la historia es como la materia y en ella nada se crea ni se destruye, sólo se transforma…», escribió Cercas en «Anatomía de un instante». El memento mori del PSOE andaluz encarnado en Griñán (y antes en Chaves) y Susana Díaz sonó al «Frente a frente» de Manuel Alejandro con los ojos cargados de mirada de la juez Alaya. Pero no fueron «solo» los ERE –con el caso en pleno auge, Arenas ganó las elecciones pero no pudo gobernar– y la corrupción –por más que aquella campaña de 2018 arrancara frente al prostíbulo en el que presuntamente se mancillaron los fondos de los parados– sino «una serie de catastróficas desdichas»: el descontento general posterior a la crisis del ladrillo; el cansancio con casi 40 años de Gobierno, emparentando el mandato con un régimen (casi tantos años como el franquismo); el deterioro de los servicios públicos (la sanidad y la educación); y la desconexión de la entonces presidenta y candidata, Susana Díaz, con la realidad de la calle –por más que se dijera asesorada por «las vecinas del Tardón»–, empecinada en batallas orgánicas para liderar el PSOE nacional con una fallida estrategia de elección por aclamación -a las rocieras maneras- y rechazada para cualquier posible alianza por el resto del espectro político. De Adelante Andalucía (Teresa Rodríguez era su líder y dejó su antológico «ni muerta» con Susana Díaz) a Juan Marín en Cs (traicionado como socio externo en aquella última legislatura, como en la anterior IU que era socio de Gobierno), nadie quería pactar con Susana Díaz. A todo ello se sumó un quinto elemento: «el factor Vox», que con doce diputados con vocación de apóstoles cambió todo el panorama andaluz provocando por primera vez la suma de una mayoría de derechas en Andalucía.
El PSOE celebra mañana no la derrota pero sí un acto por el 100 aniversario de la agrupación de Alcalá de Guadaíra con, entre otros, Juan Espadas y María Jesús Montero, otrora mirlo blanco de la sucesión frustrada. Recientemente, un mitin-homenaje en Fibes recordó el legado de Felipe González, presentando a Pedro Sánchez como su heredero y al PSOE, de nuevo, como el partido «que más se parece a los españoles», como cuando era indivisible como un número primo. En tiempos de penumbra, la brújula recurre a la memoria y cada vez más voces apelan al “verdadero” partido. En 2018 el PSOE se dejó más de 435.000 votos y 14 escaños. Solo dos años después, el CIS ya ratificaba el giro a la derecha de los andaluces. En 2022, la hecatombe ha sido peor. El PSOE perdió la Junta pero antes había perdido el discurso. Sus banderas históricas habían caído: la de los servicios públicos, resquebrajada. Según la lista de espera oculta de 500.000 personas desvelada por el PP, había 800.000 andaluces esperando para ser atendidos por la sanidad, uno de cada diez. El Egopa de 2018 señalaba a la sanidad como segundo problema para los andaluces, por detrás del paro y por delante de la corrupción. El cuarto era la educación. Dos de las banderas del PSOE estaban ya ajadas. El Titanic hacía aguas, la orquesta hacía como que tocaba pero era playback y se apeló a la desmovilización tras la debacle electoral. Susana (Díaz) bailaba sola (y al son de su máximo profeta Díaz Cano). Las batas blancas (también las verdes escolares) tomaron las calles tras la gota que colmó el vaso de la fusión hospitalaria en Granada y la aparición de un personaje como Spiriman. “La joya de la corona” sobrevino en “The unboxing of Pandora”.
Susana Díaz era la más valorada pero sin llegar al 5 en las encuestas, más de un 50% hablaba de mala gestión. Apenas un cuarto del electorado se identificaba con el PSOE cuando en su peor momento fue más del 50%.
El andalucismo, otra de las banderas del PSOE-A, ya era un hecho compartido, sobre todo tras la reforma del Estatuto a partir de 2004, cuando Arenas salió indemne de la trampa de Chaves ante el sortilegio del error histórico con el referéndum del 28-F. Hoy, Moreno participa en actos con Rojas Marcos y celebra el Día de la Bandera, con homenaje incluido a García Caparrós. Y la mercadotecnia y el olfato –dos elementos infalibles en el partido hasta entonces– se atrofiaron. No hubo una «tercera modernización» que diera por sentada una «segunda» como hizo aquella campaña de márketing con la primera. La elección de las fechas electorales, cuyo máximo exponente lo protagonizó Griñán salvando la Junta en 2012 con el retraso de los comicios, tampoco fue acertada. El PSOE estaba sentenciado a perder la Junta en 2012 pero Griñán lo paró atrasando los comicios y acudir los andaluces a las urnas tras los primeros ajustes de Rajoy.
El 2 de diciembre de 2018 el desgaste de casi cuatro décadas de gobiernos socialistas en Andalucía, la merma de los servicios públicos durante la crisis del ladrillo y los casos de corrupción que desembocaron en la punta de iceberg de los ERE propiciaron la tormenta, o carambola, perfecta para que Juanma Moreno se convirtiera en presidente de la Junta. A ello se unía la desconexión de la candidata a la reelección, Susana Díaz, con la calle antes y, sobre todo, durante y después de la guerra fratricida con Pedro Sánchez en la que fue derrotada y retratada. En la tercera en las primarias contra Espadas era evidente que, políticamente, emulaba al protagonista de “El sexto sentido”.
El socialismo era el partido de la tierra en Andalucía, el PNV del País Vasco, el CiU de Cataluña o el PP de Galicia. La permanencia en el poder del PSOE-A sobrevivió a la caída del Muro de Berlín pero no a la salida del que parecía su presidente vitalicio, Manuel Chaves. Griñán postergó la debacle, con aquella «mayoría relativa» y «fracaso absoluto» de Arenas –que titularon las portadas– y Susana Díaz conservó la inercia del poder tras romper el pacto con IU y negociar con Cs en 2015. Chaves, que parecía nacido para cabalgar la eternidad de la Junta, acabó descabalgado de la historia, como Griñán y el PSOE-A, con la irrupción y erosión del «caso ERE». Susana Díaz, por su parte, cargará para siempre con su triple derrota: primero contra Pedro Sánchez. Después, como la socialista que, aún ganando las elecciones, perdió la Junta después de 37 años de gobiernos ininterrumpidos del PSOE.
Hace tan solo cuatro años, el candidato Juanma Moreno consideraba que competir con el PSOE era «imposible». «Si te enfrentas David contra Goliat y tienes un mínimo presupuesto frente al Presupuesto del Gobierno de la Junta de manera irregular para hacer favores, es tal el desnivel, el desequilibrio de la competición, que siempre va a ganar evidentemente el PSOE», señalaba. La sentencia de la pieza política de los ERE vino a dar la razón a Moreno, que en aquella campaña también reconocía «los primeros años del PSOE» como transformador de Andalucía. Luego, señalaba, a la hora de elegir entre postergarse en el poder o el bien común de los andaluces, eligió lo primero y es posible que ahí radique el principio del final de la hegemonía socialista. El «cambio», con todo, no se entiende sin los «Cien años de soledad» del PSOE andaluz – 61 años de prisión y 252 de inhabilitación, según la sentencia de los ERE– como si las palabras del hoy presidente Moreno fueran un presagio. Aún queda más de un centenar y medio de piezas separadas por las ayudas de los ERE por juzgar y un ex presidente como Griñán y otros siete ex altos cargos están pendiente de entrar en prisión con una sentencia firme.
Apenas un año y un mes antes del 2-D de 2018, en plena campaña de las autonómicas, en la sede del PP-A, como en los bares cofrades, se contaban los días al revés. «Faltan 33 días para el cambio», anunciaba un cartel con la foto de Juanma Moreno. El candidato popular, en cuatro años de oposición, echó canas y cambió el estilo de sus zapatos (las borlas por el sport, los calcetines a rayas). Apenas una manzana le acompañaba para la travesía sobre la mesa del despacho junto al portátil. Como a Newton, le bastó para hacer historia. Cuatro años Moreno después preside una comunidad con mayoría absoluta. Su posición débil en el partido ahora es ahora de fuerza, convertido en el principal barón junto a Díaz Ayuso y en la cara amable del «cambio». El PSOE post ERE, por su parte, se halla inmerso en la búsqueda de su espacio y es un partido en busca de autor y líder. El cambio llegó con nocturnidad pero no con alevosía: en numerosas capitales andaluzas ya gobernaba el PP. A las once y un minuto de la noche de aquel 2-D, esmorecida de llanto, Susana Díaz sentenció: «A pesar de haber ganado las elecciones, es una noche triste para los socialistas». Y, desde entonces el PP-A muta en el partido hegemónico de la tierra y en el PSOE-A, con la voz de réquiem de Enrique Urquijo, no es ningún secreto que «no amanece». Espadas admitió que el PSOE andaluz “perdió demasiado tiempo” y que sufrió un “bloqueo mental” tras perder la Junta. El prolongado ciclo electoral de 2019 con unas municipales y dos generales llevó a Pedro Sánchez a retrasar el relevo de Susana Díaz. La caída del socialismo en Andalucía, grosso modo, puede explicarse con la metáfora de las Torres Gemelas. En apariencia -y también- el derrumbe se produjo por la colisión de los aviones pero, como le pasó al PSOE andaluz, la estructura de un edificio puede soportar un impacto brutal y después venirse abajo por el exceso de temperatura sostenido en el tiempo.
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