"Las crónicas del salitre"
«¿Qué es lo que pasa, que no se oye?»
“En nuestro país ha habido promotores, managers y empresarios que todo lo que no tenían de profesionales del gremio, lo tenían de jetas”
«Teníamos unos managers que eran de Huelva», así arrancaba la letra de la canción «Los Managers», de los míticos sevillanos «Pata Negra». Evidentemente la historia que cuenta la copla sigue con los trapicheos de caraduras del mundo del espectáculo y todas las ganas de pillar lo que puedan y más, llevando a los artistas más «colgaos» y un equipo que suena a rayos y centellas. En España hemos tenido muchos desconciertos, la mayoría originados por el afán recaudatorio, entonando el viejo éxito de Steve Miller: «Trinca el dinero y corre». En nuestro país ha habido promotores, managers y empresarios que todo lo que no tenían de profesionales del gremio, lo tenían de jetas. Por suerte, también siempre hubo organizadores de festivales y actuaciones de los buenos y niquelando el oficio, pero los malos manchaban demasiado el paño, maltratando a público y artistas. He sabido de no pocas historias, de las que algunas acabaron casi a navajazo limpio… Un concierto flamenco que empezó con 5 horas de retraso. Otro de los británicos Deacon Blue, con el promotor a guantazo limpio con el guarda del recinto. Una prohibición gubernamental que originó más daño que si se hubiese celebrado el concierto de Lou Reed en Madrid (con la gente llevándose hasta los instrumentos y cables del escenario). Sin pasar por alto a «Timo» Turner (frase coreada por el público), con la super estrella dando un conciertazo que solo degustó el público de las primeras filas, pues manager y organizadores, en una carrera por abaratar costes, habían optado por el alquiler de un equipo pensado para teatros y no para estadios. Y luego está a la meca de los desastres musicales: Woodstock 99. Si el primero fue un caos que finalmente pudo dar algo de dinero con los derechos del disco y la película; el de 1999 se llevó la palma con enfrentamientos armados, incendio en el escenario, artistas pasados de vuelta, descontrol total, lluvia y barro a espuertas, rematado por la limpieza, ordenada por un juez del estado de Nueva York, de un terreno que quedó como un basurero de tres kilómetros cuadrados; y todo por sacar más y más pasta del público, que en su mayoría de comportó. Por el momento, y mientras la pandemia no lo joda más, en nuestro país lentamente se abre la veda de actuaciones. Cuesta tela marinera pero se está haciendo, y existen buenos profesionales y organizadores de estos eventos. Al otro lado del charco, el alcalde neoyorkino De Blasio prepara un concierto para final de verano en Central Park como los de antes, con Springsteen, Paul Simon y una buena ristra más, con el que dar la bienvenida a una relativa apertura post pandemia. Posiblemente también actúe Santana, un musicazo que desde hace años vive un mundo espiritual en sus conciertos, repletos de una pregonada «paz, amor y alegría», con la que Sergio Fernández «El Monaguillo» ya provocase algunas risas del personal, rematando el mensaje del artista chicano a grito «pelao» desde el público, como hizo hace años en La Malagueta… «Y más cervezas frías».
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