Destinos
Mar del Norte: Navegar por el renacer de Europa
Respetuoso con el entorno, MSC Euribia nos descubre ciudades mágicas como Hamburgo, Róterdam o El Havre
Despertar en un crucero es emocionante e intrigante: no todos los días el sueño se acurruca en un camarote de diseño en Yacht Club ni se descubre, tras saltar de la cama y gracias a un gesto tan sencillo como deslizar la cortina, cómo el escenario marino puede ser, de la noche a la mañana, tan interesante y cambiante. Desembarcar en tierra firme es otra película, al menos en el caso de los puertos en los que recala el nuevo barco MSC Euribia durante su travesía por el mar del Norte. Lejos de defraudar, los guiones escritos en las escalas de los cuatro países elegidos (Alemania, Países Bajos, Francia y Reino Unido) sorprenden por su renacer histórico y su encanto.
Hay quien decide pasar unos días en Londres antes de dirigirse al tranquilo puerto de Southampton, situado a menos de dos horas en coche de la capital del Támesis. En este punto de partida, las vistas desembocan en una marina con pequeñas embarcaciones, una fotografía salpicada del romanticismo de aquellos cuadros de William Turner. No hay rastro de sus tormentas ni de sus desbocados cielos rojos, tan solo claroscuros entre nubes grisáceas y la imponente silueta del barco MSC Euribia. Su casco, diseñado por el artista gráfico alemán Alex Flämig, representa un nutrido mundo acuático azul en movimiento, una obra que refleja el compromiso de la compañía, con sede en Ginebra, para preservar el valioso ecosistema de los mares.
Este nuevo buque sostenible, botado en junio de 2023 y propulsado por gas natural licuado GNL, tiene clara su hoja de ruta: su primer viaje de cero emisiones netas de gases de efecto invernadero marcó un cambio de paradigma en la industria de los cruceros.
El callejón invicto
Entre Reino Unido y el siguiente destino, Alemania, se necesita un día de navegación. Una travesía idónea para descubrir que 331 metros de eslora, 43 metros de anchura y 75,5 metros de altura dan mucho de sí, incluso para un gimnasio de capricho, un spa balinés, un simulador de fórmula 1, un aquapark, cinco piscinas, 21 bares y salones con música en vivo, 10 restaurantes temáticos (show teppanyaki incluido), un teatro o clases variopintas para todas las edades.
Al amanecer, el «skyline» que se perfila al otro lado de la cristalera no ofrece dudas: tras el puerto de aguas profundas, el tercero más importante de Europa, sobresalen las contadas torres puntiagudas de Hamburgo. Es muy sencillo llegar hasta el casco histórico de la segunda ciudad más poblada de Alemania, bien con una excursión organizada o con los transfers que parten desde el crucero. A esta urbe bañada por el río Elba, antaño miembro de la Liga Hanseática, se la conoce como La Bella Durmiente. Lo cierto es que su encanto se prodiga en diversos rincones. Uno de ellos es su lago urbano Alster que, en las mañanas de domingo, amanece con las estelas que dibujan los amantes de la vela y los barcos de recreo.
Otra opción es perderse entre los innumerables senderos que trazan este ejemplo de ciudad verde (solo en sus calles se han plantado 230.000 árboles) y acercarse a los soportales de Alsterarkaden. Sus múltiples cafeterías miran hacia la joya por excelencia, el ayuntamiento o «Hamburg Rathaus».
Antes de volver a embarcar, es obligado visitar Krameramtsstuben. Merece la pena pagar una entrada simbólica y subir las empinadas escaleras de la casa museo, el cobijo de madera crujiente donde es sencillo imaginar cómo vivían aquellas viudas cuyos maridos, antes de fallecer, comerciaban con especias o seda.
Una vez dejamos atrás este callejón del siglo XVII, uno de los pocos que burló la devastación de la Segunda Guerra Mundial, el camino de vuelta se torna rojizo entre los canales del barrio de Kontorhaus, con su célebre edificio modernista Chilehaus, y a lo largo de los almacenes portuarios de Speicherstadt. Construidos desde 1885 hasta 1927 entre las islas estrechas del río Elba, y parcialmente reedificados tras el conflicto bélico, constituye uno de los conjuntos históricos de depósitos más sobresalientes del mundo. Ambos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en el año 2015.
El barco zarpa de nuevo al anochecer. Atrás quedan el 60% de metros que viajan sobre puentes de hierro. También la silueta de la Iglesia de San Pedro, la de San Miguel o las ruinas neogóticas de San Nicolás, un recuerdo conmemorativo con el sello de los bombardeos de la Operación Gomorra. El edificio de cristal sobre un almacén rojo de la Filarmónica de Elba, un imponente contraste que emerge del agua con su forma de ola, nos regala una despedida musical junto a los Beatles: aquí vivieron y grabaron su primer disco.
Arquitectura de cenizas
Abrir los ojos y descubrir Róterdam es impactante. Tanto que, por un momento, se tiene la sensación de haber atracado en Estados Unidos. Pongamos que hablamos de Nueva York. Una ilusión óptica que, tras dos días en la ciudad, lejos de resultar descabellada está justificada. Los lazos al otro lado del Atlántico son muchos, no solo por el grupo de colonos holandeses que en 1626 se instaló por un puñado de florines en la isla de Manhattan, a la que bautizaron como Nueva Ámsterdam. Desde este puerto, el más importante de Europa en la actualidad, hicieron las Américas, entre 1880-1925, cerca de un millón de almas.
Si el puerto marca la personalidad cosmopolita de esta ciudad de los Países Bajos, que acoge habitantes de cerca de 180 nacionalidades, los bombardeos nazis forjaron, sin fisuras, su historia. Quince minutos de un 14 de mayo de 1940 fueron suficientes para que cerca de mil personas murieran, casi 70.000 perdieran su hogar y el centro de la ciudad quedara reducido a cenizas, con la Iglesia de San Lorenzo como uno de los contados bastiones. Un episodio sobrecogedor del que Róterdam se levantó con un transgresor enfoque vanguardista. Sobran los ejemplos.
Uno de ellos es pasear entre las originales viviendas Blaakse Bos y visitar uno de los 38 cubos amarillos con un giro de 45 grados. Otro es acercarse al mercado de vidrio cubierto Markthal y disfrutar del espectacular color de su estructura, bajo el que conviven tiendas, restaurantes, 228 viviendas y un vestíbulo en el que probar quesos locales y las típicas «krokets» de rellenos variados. Un desafío de modernidad que contrasta con el céntrico White House: el primer rascacielos de Europa, 43 metros de altura Art Nouveau, suspendido sobre mil pilares desde 1898, y con un claro guiño nostálgico a los edificios de Nueva York.
La parada técnica del crucero en Róterdam, apodada la Manhattan del Mosa, son dos días. Algunos invierten todo su tiempo en enloquecer con sus edificios y otros no se pueden resistir a la tentación de acercarse a Ámsterdam: una postal pintoresca con trazos de canales, flores, bicicletas, fachadas estrechas y bocadillos de arenques.
El capricho de Monet
La última parada, antes de echar el ancla final en Southampton, nos lleva a El Havre (Francia), cuya excepcional reconstrucción del centro lideró el arquitecto Auguste Perret. Un ejemplo del urbanismo de posguerra que, gracias a su uso del hormigón, forma parte de la Lista Patrimonio de la Humanidad. El contraste encantador se encuentra muy cerca, en Honfleur. Su pequeño puerto con coquetos barcos y un carrusel, sus casas con fachadas de pizarra, las rayas grises y blancas que enmarcan las ventanas salpicadas de flores, sus pequeñas confiterías con suculentos chocolates, sus numerosas galerías de arte… ¡todo resulta apetitoso en este capricho normando que tantas veces inmortalizó Monet! También la Iglesia de Sainte Catherine, cuya nave nos deja una pincelada impresionante al alzar la mirada. ¡No todos los días el casco imponente de un barco centenario de madera se puede admirar del revés!
A finales de abril, MSC Euribia finaliza esta ruta y navegará rumbo a los Fiordos Noruegos y, a partir de noviembre, a Emiratos Árabes. MSC Preziosa será el buque que surque de nuevo, el próximo invierno, el mar del Norte.
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