Escapada al emirato
Dubái salvaje: del vértigo al desierto en 45 minutos
Caminar al filo de un rascacielos de 220 metros, bucear en la piscina más profunda del mundo y surfear las dunas de Al Qudra: una escapada de infarto al emirato con más récord Guinness
En la tierra del lujo y los récord Guinness también hay donde refugiarse de las prisas y el exceso. Remansos de paz y conexión con la naturaleza que reconfortan cuerpo y alma. Dubái es sin duda uno de los enclaves planetarios donde la opulencia se respira en cada rincón. Un emirato que gira en torno al mítico Burj Khalifa de 828 metros y su familia de rascacielos a cuyos pies rugen los motores de espectaculares Ferrari y Bugatti.
Sin embargo, no muy lejos de este frenesí de sensaciones vertiginosas se encuentra el desierto de Rub al-Jali, la tierra de dunas que abraza a los Emiratos Árabes Unidos y que sentencia a más del 80% de su territorio. Kilómetros infinitos de suave arena que desconectan de la urbe y sumergen al visitante en mil y una noches de ensueño.
Nuestro destino es Al Qudra, una zona del gigantesco desierto dubaití a unos 45 minutos en coche desde la ciudad. Allí se encuentran los lagos artificiales que alimentan a las más de 170 especies de aves que en algún momento de año migran a este área: cisnes (incluso alguno negro), gansos, patos y flamencos rosados, así como otros en extinción como el águila esteparia o la hubara asiática.
Magia en el desierto
«Durante diez años se ha estado creando este complejo en medio del desierto. Es una manera de enriquecer nuestra naturaleza y de fortalecer la sostenibilidad. Por ejemplo, los flamencos vienen desde Australia y permanecen en Dubái durante cuatro meses. Hemos conseguido acumular hasta 150.000 galones de agua (unos 567.812 litros)», explica nuestro guía.
Este es tan solo el arranque de nuestra inmersión desértica donde los visitantes no verán ni un cactus, ya que aquí quienes serpentean las dunas son los «firebush», pequeños arbustos que sirven de refugio para los numerosos animales que habitan estas tierras. Nos adentramos en la reserva natural de Al Marmoon y lo hacemos de la mano de nuestro guía de Arabian Adventures, Bokhari, un veterano de las arenas desérticas que vive su trabajo como si cada día fuera la primera vez.
A bordo de su 4x4 explica que esta zona ocupa el 10% del emirato y que es la reserva natural abierta más grande de la región. Eso sí, solo se puede acceder a ella a través de alguna de las compañías que organizan excursiones a la zona. Nadie puede caminar sobre este tesoro por su cuenta. Tampoco se divisan beduinos, que hace décadas, cuando comenzó el «boom» de la extracción petrolera de los noventa, dejaron de ser nómadas para instalarse en campamentos en la periferia del desierto. Comenzamos a divisar los primeros oryx (órices) con su reflectante pelaje blanco, largos cuernos negros de más de 70 centímetros, y su característica franja marrón en el vientre.
«Esa línea marca lo que es su termostato, su mecanismo de refrigeración para soportar las elevadas temperaturas, es justo la zona que hunde sobre la arena. Y si nos fijamos en sus ojos, podemos ver que ahí la piel es negra, son como sus gafas de sol para protegerse de la luminosidad», detalla el guía. Este, de repente, sale del todoterreno. Ha visto algo entre las dunas. Va en su búsqueda. Da un primer golpe sobre el terreno y al segundo, un lagarto brillante se cuela entre sus manos. Es otra de las joyas de la fauna del mágico desierto dubaití, junto a los zorros, las gacelas y las arañas (especialmente la peligrosa araña camello).
Surcar las dunas
Bokhari se sube de nuevo al coche, nos pide que nos ajustemos bien los cinturones de seguridad y pisa fuerte el acelerador. Comienza otro de los puntos fuertes de la aventura. Las ruedas se deslizan entre las cimas de las dunas y dejan en vilo al 4x4 al llegar a la cresta y embestir con furia una bajada poco recomendable para aquellos que se marean al volante. Su ritmo trepidante contrasta con el silencio desértico que dejamos atrás.
Las emociones no paran, ahora toca subirse al camello para disfrutar de una rosada puesta de sol. ¿Nuestro destino? Un campamento privado de fábula donde pernoctaremos. Siete tiendas de campaña elevadas sobre el terreno rodean a una jaima central donde nuestro guía nos prepara una deliciosa cena a base de carne y ensaladas, tras un delicioso aperitivo de samosas y dátiles. Cuando anochece, salimos de nuevo a localizar escorpiones, Bokhari, casado con su trabajo desde hace más de una década, despliega su linterna de ultravioletas y pronto empiezan a resplandecer los venenosos arácnidos. El desierto, de por sí mágico, toma una nueva dimensión cuando se impone la noche. El silencio salpicado por la llamada natural de la fauna que nos rodea resulta evocador.
Un buceo diferente
A la mañana siguiente, madrugamos para ver el amanecer, entres las huellas del desierto que dan buena fe de la vida que atrapan los granos de arena, el sol se despereza entre las dunas. Tras este chute de energía ponemos rumbo a la ciudad para descargar un poco de adrenalina antes de concluir nuestra aventura dubaití. Decidimos hacer submarinismo en la piscina más profunda del mundo. Orgullosos de sus récords mundiales, nos cuentan que Deep Dive Dubái es 15 metros más profunda (en total son 60 metros) y cuatro veces más grande que cualquier otra piscina de buceo del mundo y donde se acumulan 14 millones de litros de agua dulce, algo así como seis piscinas olímpicas.
Nuestra monitora, Shelma, inmortaliza cada uno de nuestros movimientos mientras probamos todas las actividades de recreo sumergidas: motos, tableros de ajedrez, canastas de baloncesto... No hay un rincón que no sea digno de un nuevo post en Instagram. Compensamos nuestros oídos y para dentro.
Tras esta curiosa inmersión aceptamos el desafío de caminar sobre un rascacielos. Literal. De infarto. Acudimos al último grito del emirato: The Edge Walk. Durante 20 minutos de absoluta adrenalina, bordeamos la planta 53 del edificio a más de 220 metros de altura. Sin barreras, sin más protección que un doble arnés. Muy seguro, eso sí. No teman. Los valientes se balancean y ponen las puntas de su pie al filo de la plataforma. Los que se sienten «overwhelmed», permanecen atónitos cual estatua retando, cara a cara, al Burj Khalifa. Y es que todos los caminos, de una u otra manera, llevan a este mítico rascacielos, convertido en emblema indiscutible y uno de los mayores reclamos de Dubái.