Viajes
Marrakech, una ciudad de contrastes
Considerada una de las urbes más importantes de Marruecos, cautiva al viajero por la autenticidad de sus calles y sus espectaculares jardines
Fascinante, seductora, vibrante y mágica, con estos cuatro adjetivos podríamos comenzar a definir la ciudad que enamoró al conocido escritor Juan Goytisolo, quien residió en ella hasta el final de sus días. Hablamos de Marrakech, una de las urbes más importantes de Marruecos y cuyo contraste entre modernidad y tradición consigue cautivar a todos los turistas, por ello, y porque le aseguramos que será uno de sus viajes más bonitos y sorprendentes, le recomendamos que añada a su lista de viajes esta bonita localidad marroquí.
Situada en la depresión de Haouz y bautizada como «Al Bahya», la ciudad que alegra el corazón, en Marrakech podrá disfrutar de paseos en carruajes de caballos, ver espectáculos de artistas ambulantes, contemplar lugares únicos en el mundo, pasear por espectaculares jardines y, por supuesto, deleitarse con una exquisita gastronomía árabe. Todo ello le hará ser consciente de la riqueza patrimonial y cultural de una población cuyos orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XI.
La medina, donde se respira una autenticidad indescriptible
Empezamos nuestro camino por la medina, declarada Patrimonio de la Humanidad, en concreto, por su centro neurálgico: la Plaza Jemaa el-Fna, la cual siempre está llena de gente local y turistas paseando por ella; de día hay diferentes puestos de zumo de naranja y especias, mientras que al caer la noche se llena de puestos de comida. En ella también hay espacio para encantadores de serpientes, restaurantes y música local, sin duda, aquí se puede sentir la esencia marrakechí. Desde aquí mismo, nos trasladamos al zoco de Marrakech, muy cerca de la mencionada plaza. Este mercado, en el que encontrará comida, ropa y, especialmente, artesanía, se ha convertido en una de las principales atracciones de la urbe.Realmente, lo ideal para disfrutar de estos puestos tan típicos de Marruecos es perderse por las caóticas y laberínticas callejuelas en las que están distribuidos, deleitarse con los olores que desprenden las especias y las elaboraciones de los puestos de comida y, cómo no, regatear, es otra de esas experiencias tan típicas que un viajero no puede dejar de hacer si viaja hasta aquí.
En nuestro recorrido por el centro de la ciudad, nos encontramos con varios riads, pequeños palacios árabes que se han adaptado como hoteles y en los cuales hay un patio interior en el que el agua, un bien sagrado en la cultura árabe, y el verde de la decoración floral se funden perfectamente con la arquitectura de estos palacetes. Alojarse en un riad es una maravillosa forma de descubrir todos los encantos de la ciudad. Caminamos un poco más al norte para encontrarnos con otra de las joyas en la medina de Marrakech: la Madrasa de Ben Youssef, aneja a la Mezquita de Ben Youssef, en su tiempo fue el centro de saber más importante de Marrakech y de todo Marruecos. Contemplar cada detalle de esta preciosa obra y sentir la paz en la que envuelve al visitante es algo único.
Aunque no pueda visitarse su interior por ser un lugar sagrado y de culto para musulmanes, le recomendamos ver el imponente exterior de la Mezquita Koutoubia, la más importante de toda la urbe, de hecho, fue una de las mayores del mundo islámico al finalizar su construcción en el año 1158. De su exterior lo que más destaca, sin duda, es su elevado minarete, el cual supera los 70 metros de altura, por lo que puede verse desde diferentes partes de la ciudad. No deje de pasear por sus jardines, estos sí son visitables y deslumbran con su extraordinaria belleza.
Una mirada a sus otros imprescindibles
Seguimos recorriendo Marrakech para disfrutar de los atractivos con los que seduce a quienes la visitan, en concreto, nos detenemos en las Tumbas Saadíes, también dentro de la medina, la cual está limitada por una impresionante muralla de la que le recomendamos ver, si dispone de tiempo, la puerta Bab Agnaou, considerada por muchos la puerta más bella de Marrakech. Volviendo a las Tumbas Saadíes, cabe destacar de ellas que, aunque datan de finales del siglo XVI, no fueron descubiertas hasta 1917, momento en el que se abrieron al público; por su simbolismo y las sensaciones que transmite, todo aquel que viaja a esta ciudad marroquí decide acercarse hasta ellas. Asimismo, merece la pena conocer el Museo Dar Si Said, cuyo edificio es de singular belleza y cuya colección, en la que se cuenta mobiliario, objetos cotidianos, armas e instrumentos musicales, es la más grande de Marrakech.
En el itinerario no pueden obviarse dos majestuosas construcciones: el Palacio de la Bahía y el Palacio El Badi. El primero de ellos está situado en el Mellah —el barrio judío, en la medina y de muy recomendable visita—; con unas ocho hectáreas de extensión, el palacio cuenta con 150 habitaciones que dan a varios patios y jardines. Imponente también resulta el mencionado Palacio El Badi, cuyo significado es «El Incomparable», de hecho, en su época de máximo esplendor tuvo 300 habitaciones decoradas todas ellas con los materiales más nobles: oro, turquesas y cristal. En su interior se exhibe el mimbar de la Mezquita de la Koutoubia. Su patio, de una enorme extensión, en ruinas es un buen indicio de la importancia que tuvo este palacio. Visitarlo es adentrarse directamente en la historia de Marrakech.
El fin de nuestro viaje no podría ser otro que visitar algunos de sus parques y jardines, ya que, si por algo destaca Marrakech, es por su convivencia con la naturaleza. Entre las muchas zonas verdes, destacamos dos, ya fuera de la medina: el Jardín Majorelle y el Jardín de la Menara. Es, por su belleza y su ambiente relajado frente al ajetreo del centro, la mejor forma de despedirse de una ciudad de palacios, mercados y mezquitas. Consideramos que no hay mejor broche final para el viaje a Marrakech que deleitarse con las panorámicas, la tranquilidad y la paz que nos regalan estos jardines.