San Petersburgo
Un loco demasiado cuerdo
Madrid- «Diario de un loco» es uno de «Los cuentos de San Petersburgo», pero podría servir de muestra concentrada de la literatura de Gógol: humor (oscurísimo) y un columpiarse entre la realidad y la fantasía. No sabemos si el protagonista es un enfermo mental, pero lo que sí es seguro es que Aksenti Ivanovich es un funcionario de la burocracia rusa zarista al que el tedio le puede hasta tal punto que se acaba creyendo el Rey de España. Aseguran los especialistas que han leído la obra que podría tratarse de una esquizofrenia y que lo logrado del relato tiene mucho que ver con la biografía de este autor, que murió con apenas 42 años. Después del éxito de su novela «Almas muertas», se propuso escribir una secuela aún de mayor calado, pero le empezó a poder la ansiedad, que llegó a tanto que quemó el manuscrito de esta segunda entrega y acabó muriendo por el ayuno continuado al que le llevó una depresión psicótica. No es éste el punto de partida del monólogo que tomará el Matadero durante el próximo mes. De hecho, estuvimos a punto de cambiar el título por el de "Diario de un hombre (loco)"», recuerda el director, Luis Luque, que asegura que, más allá de las ensoñaciones, el texto «tiene que ver con la identidad y con las preguntas que nos hacemos todos, sobre todo, en torno al concepto de amor». «Si él está loco, estamos locos todos», aporta José Luis García Pérez, el protagonista, «crea un imaginario fantástico, si fuera pintor, resultaría maravilloso. Además, tiene un gran sentido del humor».
«La crisis como impulso»
Ambos han comprobado, que, como todo gran clásico que se precie, parece escrito ayer: «Está ambientado en la época zarista y, sobre todo, se siente preso porque cree que no podrá ascender de la clase social a la que pertenece, un sentimiento muy de ahora». Hablando del ahora, este tándem reivindica «la crisis como impulso». Se ponen como ejemplo porque han llegado a un gran escenario público desde una iniciativa particular, y, en principio, modesta. Fue un proyecto generado por ambos, pero quisieron contar con un escenógrafo, un iluminador e incluso con un compositor profesional, para poner engrasar, aunque fuera un poco, la industria.
Luque ha tenido que modificar el montaje, que nació para unas cuantas funciones en la azotea del edificio con ocasión del veraniego Fringe Madrid, pero que, ahora , debe llenar con un monólogo la sala principal. «Jugamos con la idea de que a los locos en verano los sacan al patio, pero en invierno los tienen que guarecer», bromea el director. García Pérez, no sólo no tiene miedo a llenar él solo tanto vacío, sino que se felicita de la disposición que han ideado para colocar a los espectadores y avanza que «hemos creado nuestro propio espacio. Van a ver la sala como no la han visto hasta ahora», dice emocionado por afrontar su primer monólogo. Hacía tiempo que venía acariciando la idea sobre todo, después de un año cargado de cine, como 2012, en el que participó en «Holmes, Madrid Suite 1890», de José Luis Garci; «A puerta fría», de Xabi Puebla; «Los niños salvajes», de Patricia Ferreira; «Impávido», de Carlos Therón y «Ways to live forever», de Gustavo Ron; y tras una intensa gira de «La avería», dirigida por Blanca Portillo. Asegura que lo único negativo es que en los minutos previos a que se alce el telón no hay ningún compañero con el que bromear en los camerinos, pero una vez que comienza esta función, ha comprobado que «logra hacerse amigo de cada espectador. Esta obra genera un «feedback» increíble». El actor admite que su físico, pero, sobre todo, su voz (tan rota que en la distancia corta asusta), le condiciona, por eso admite un reto como éste: «Me obliga a ir por otro lado, a reencontrarme cada día con el niño que llevo dentro».
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