Joan Fontaine
Operación nostalgia
La gala 0 de «OT» fue líder en la noche del lunes con un 19% de cuota.
La gala 0 de «OT» fue líder en la noche del lunes con un 19% de cuota.
Como sucede en el cine, los «remakes» son un arma de doble filo. Lo más común es que sus responsables se terminen pegando un tiro en el pie y salgan por la puerta de atrás. Con el regreso de «Operación triunfo» puede suceder lo mismo, no porque sea un programa mal ejecutado, aunque no faltaron los fallos de sonido y algún desajuste técnico impropio de Gestmusic. Es el menor de los problemas porque es una cuestión de engrasar la puesta en escena. El escollo mayúsculo son, a qué engañarse, Rosa, David Bisbal, David Bustamante, Chenoa, Manu Tenorio y el resto de los concursantes de la primera edición, que son como Rebeca de Winter, en la película de Hitchcock: un fantasma emocional. Los aspirantes de ahora representan al personaje que interpretó Joan Fontaine y tienen que empezar ya a recrear su propio Manderley.
¿Se perdió la inocencia?
En 2001 todos éramos más inocentes, también desde el punto de vista televisivo. Habíamos asistido con expectación al éxito de «Gran Hermano» y recibimos «OT» como una aventura que no sabíamos a dónde nos iba a llevar. Por aquel entonces las estrellas de ahora eran unos chavales en busca de una quimera. Había un punto de pureza en ellos que se quedó en la retina de los espectadores. La indefensión de Rosa, el manantial de lágrimas que le salían a Bustamante porque sí, la autoridad algo chulesca de Chenoa... y todo sin que supieran que ya eran unos fenómenos mediáticos.
Los que están saben que pueden alcanzar ese nirvana musical y también que hay posibilidades de estrellarse por las malditas comparaciones. Empezaron mal. El lunes los aspirantes –Agoney, Aitana, Alfred, Amaya, Ana Alicia, Joao, Juan Antonio, Luis, Marina, Mario, Mireya, Raoul y Roi, entre otros– interpretaron unas canciones clínex de usar y tirar. Y lo peor es que soltaron tantos gallos que se podía haber formado un corral. Mejor no nos pongamos estupendos y exigentes: entran a la academia para aprender, aunque la actual directora, Noemí Galera –también se pudo ver a Nina, otra punzada melancólica– les leyó la cartilla desde el primer minuto: «Algunas actuaciones han sido catastróficas». Para colmo, también regresó Rosa a sus orígenes como invitada. No hacía falta mirar tanto a través del retrovisor. Fue contraproducente.
A quien no se le echó de menos fue a Carlos Lozano. Roberto Leal, con su cara de no haber roto nunca un plato, estuvo como procedía: nervioso y algo envarado. Rosa le dijo que se «quitara el palito del traje». Es un presentador tan blanco como el programa.
¿Y el jurado? Si se tiene en él a Mónica Naranjo está asegurado el espectáculo. Es una diva y ejerce de ello. Manuel Martos hizo unas valoraciones ajustadas y al desconocido Joe Pérez Orive algunos le denominan ya el nuevo Risto Mejide... vuelta al túnel del tiempo. Es de esperar que «OT» no entre en un agujero negro. Por ahora tienen un buen colchón: la gala logró un 19 por ciento de cuota de pantalla y casi 2,6 millones de espectadores. La pregunta es cuántos seguidores se dejarán por el camino o si captará al público adolescente que a principios de 2000 ni existía.
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