Toros

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Una prueba de madurez

El portugués Juanito consiguió la única oreja concedida en la segunda novillada del abono zaragozano, un festejo que resultó deslucido por el manso juego de la mayoría de los serios utreros de Adelaida Rodríguez y los desaciertos de sus lidiadores.

Seis novillos de Adelaida Rodríguez, de muy desigual volumen y cuajo, los tres últimos con trapío y seriedad de auténticos toros. Salvo el noble primero y el encastado tercero, el resto resultaron mansos y desrazados hasta, en varios casos, rajarse descaradamente en tablas.

Juanito, de celeste y oro: media estocada (oreja); cuatro pinchazos (silencio tras aviso).

Carlos Ochoa, de rosa y oro: pinchazo y estocada caída (ovación); media estocada desprendida y descabello (ovación tras leve petición de oreja).

El Adoureño, de verde manzana y oro, que sustituía a Jorge Isiegas: pinchazo, pinchazo hondo y dos descabellos (ovación); pinchazo, media estocada atravesada y dos descabellos (silencio).

Entre las cuadrillas, Raúl Ruiz y Miguel Murillo saludaron en banderillas.

Tercer festejo de abono de la feria del Pilar, con un cuarto del aforo cubierto (unas 2.500 personas).

Un francés, un portugués y un español hicieron hoy el paseíllo en Zaragoza para lidiar unos novillos de Adelaida Rodríguez, en su mayoría, con volumen y seriedad de toros. Y, lo peor de todo, con una excesiva carga de mansedumbre en su desabrido comportamiento.

Fueron toda una prueba de madurez profesional para una terna que resolvió mejor o peor, atendiendo a su muy distinta capacidad y oficio. Y, en ese sentido, se destacó el portugués Juanito que, por ello, fue también el único que logró «tocar pelo» en tan deslucida tarde.

El lusitano obtuvo el trofeo del que abrió la novillada que, más fino y armonioso de hechuras, fue también el de mejor condición, por mucho que en ocasiones flojera de remos.

Aun así, el utrero salmantino permitió la competencia en quites entre Juanito y Ochoa, y después aguantó la exigente faena del portugués, que le pidió en ocasiones más de lo que el animal podía darle pero acabó sacando una notable serie de naturales que avaló el trofeo.

El oficio y la habilidad que ya se le apreciaron con el bueno le sirvieron luego a Juanito para salir airoso frente a las cortas y ásperas arrancadas del cuarto, coherentes con sus amoruchadas hechuras.

El madrileño Carlos Ochoa, que lució con variedad en los tercios de quites, no acabó de redondear con el más potable de su lote, un segundo basto y abecerrado que se movió sin clase tras la rígida y no siempre templada muleta que tuvo delante.

El quinto, en cambio, fue un auténtico toro, en todos los sentidos menos en el de la edad, y que, demasiado acosado durante la lidia, acabó acobardándose y huyendo descaradamente hacia las tablas, donde Ochoa lo movió más animoso que lucido.

A última hora entró en el cartel el francés El Adoureño en sustitución del aragonés Jorge Isiegas, al que el pasado sábado, en esta misma plaza, se le abrió la cornada que sufrió hace apenas dos semanas en Azuqueca de Henares (Guadalajara).

Aunque llegaba con el aval de ser el flamante ganador del prestigioso «Zapato de Oro» de la riojana feria de novilladas de Arnedo, el torero galo evidenció en Zaragoza sus aun lógicas lagunas ante los serios y complejos utreros de Adelaida Rodríguez.

Le costó acoplarse, asentarse y poder con el temperamental y encastado tercero, que le tropezó las telas más de la cuenta, y no mostró capacidad resolutiva ante el sexto, otro manso de hondo trapío que se dio en retirada a las primeras de cambio.