Ferias taurinas
Tras el delirio, el apagón
Impresentable festejo, a pesar de que Castella y López Simón cortaron una oreja cada uno en la segunda corrida de la Feria de Valladolid.
Impresentable festejo, a pesar de que Castella y López Simón cortaron una oreja cada uno en la segunda corrida de la Feria de Valladolid.
Valladolid. Segunda de feria. Se lidiaron toros de la ganadería de Zalduendo, mal presentados en conjunto. El 1º, desrazado; el 2º, humillador pero de media arrancada; el 3º, sobrero, rajado y repetidor; el 4º, sobrero con el hierro de Las Ramblas, deslucido; el 5º, movilidad sin clase; y el 6º, rajado. Lleno.
Morante de la Puebla, de caña y oro, estocada corta y contraria, tres pinchazos, estocada (pitos); pinchazo, media (palmas).
Sebastián Castella, de carmín y oro, dos pinchazos, estocada corta (saludos); pinchazo, estocada, descabello (oreja).
López Simón, de azul marino y oro, pinchazo, estocada (oreja); media, estocada (saludos).
Una escalera fue la corrida de Zalduendo, por decir algo. Impresentable de principio a fin, de aquí y de allá. Un saldo ganadero como quien va a un pueblo a deshacerse de los restos antes de que apriete el invierno y haya que pasar un año más los toros pastando en la dehesa. Feos de hechuras, por dentro y por fuera, cosita los pitones, curiosa tarde, dos horas y cuarenta y cinco minutos, mucho tiempo para poco pastel. Veníamos del delirio en este mismo coso, mismo redondel, con Morante también en el cartel hacía apenas unos días. Y aquella faena, ¡se acuerdan!, la de las dos orejas, la de la magia redentora de las emociones. Ni un soplo le quedó ayer. De suspiro se trató la faena al primero, sin clase. Escaso tiempo duró la faena de muleta, se había abierto con ritmo a la verónica, esperpento espada en mano después incluso espadas en cuerpo. Dos en el toro. Vuelta al pasado en ojos del presente. No gustó. El cuarto fue sobrero de Las Ramblas que deambulaba ya por el ruedo con el ímpetu bajo mínimos. Así el lucimiento. Castella tiró de firmeza ante un segundo de media arrancada violenta y humillada que seguía a pies juntillas una máxima: todo por abajo ni uno por arriba. Así fue hasta que se lastimó una mano. Firme anduvo con la movilidad del quinto que no tuvo del todo clase. Andaban por allí uno y otro, en la distancia corta, protestaba el toro, pero calentaba más la cosa y con la espada remató y paseó el trofeo. Otro más se llevó Alberto López Simón, que hizo el paseo desmonterado. Fue con el tercero, bis, rajadito pero que repetía en el engaño. Pasó todo rápido, fugaz, uno, dos y tres. Sumaba muletazos, montó series y tocó pelo. El sexto se rajó también pero sin la raza del anterior, plomizo éste, contando el tiempo, mirando el reloj y echando cuentas... dos horas y cuarenta y cinco minutos de festejo. Lo dicho, del delirio que vivimos al amparo de la memoria de Víctor Barrio nos llegó el apagón. Impresentable festejo. Jodida tarde.
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