Ferias taurinas
Pablo Aguado se reivindica
El diestro sevillano corta una oreja en La Maestranza y pierde otra con la espada.
El diestro sevillano corta una oreja en La Maestranza y pierde otra con la espada.
SEVILLA. Tercera de abono. Un tercio de entrada.
Se lidiaron seis toros de Torrestrella. Desiguales de presentación.
Javier Jiménez, de azul eléctrico y oro, pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada corta tras aviso (silencio).
Lama de Góngora, de pizarra y oro, dos pinchazos y estocada desprendida (saludos); estocada (silencio).
Pablo Aguado, de verde oliva y oro, dos pinchazos y estocada casi entera (saludos); pinchazo y estocada (oreja).
La corrida estaba planteada como una encerrona de toreros sevillanos. Los tres hicieron el paseíllo con la montera calada. Los tres recibieron la púrpura de la alternativa en La Maestranza. Era una de las dos o tres tardes en la temporada en las que Ordóñez recomendaba salir a triunfar o morir si se quiere ser algo en el toreo. Los «torrestrellas» no merecieron tanta épica. Se esperaba más casta, más carbón venido de los Alburejos. La tarde se perdió en el frío y el aburrimiento hasta que la levantó el sexto: «Chillón» por nombre. Era el último grito que quedaba en las gargantas. O quizá el primero. Quien levantó de verdad el ambiente fue Pablo Aguado que se reivindicó en la única oportunidad que tenía en Sevilla. Y no fue con aspavientos ni con efectismo, sino con valor sereno, cabeza y sobre todo torería.
¿Que qué es torería? Entregarle el pecho al toro, que es lo más noble que tiene el hombre, y salir y entrar de las suertes como si las olas remataran mansas después de la rompiente. Eso hizo Pablo Aguado en el último toro al que cortó una oreja a pesar de un primer pinchazo al que le siguió un lamento general. Al segundo envite la buena estocada prendió los pañuelos y la tarde se redimió en parte. Curro Romero, a quien le brindó el toro, ejerció de talismán. El triunfo pudo ser doble porque la espada se interpuso también en su primero. La oreja la tenía cortada cuando puso la mirilla en el morrillo del toro. Otra vez como como en la alternativa en San Miguel. Malogró una faena digna de premio en la que brilló por el izquierdo, que es donde está la verdad. Pero brilló sobre todo la actitud: juncal en el cite, aplomada la estampa. Los muletazos finales a pies juntos fueron un homenaje sentido a los Vázquez. Hubo más torero que toro. El animal se tragaba el primero y el segundo. Al tercero ya no había toro. Los dos pinchazos sonaron como cajas destempladas.
Las expectativas de Javier Jiménez se diluyeron con la escasa fuerza de su primero. El animal, un sardo de casi 600 kilos, era una pintura de Pereda. Alta la popa, larga la badana y todo bondad, pero salió de chiqueros arrastrando el alma. El brindis a Pablo Aguado fue a pesar del resultado que se veía venir: su padre murió hace apenas un mes. Javier Jiménez se afanó entre «jais» y «jeis». El toro, «Empresario» de nombre, dijo que nones. La suerte le resultó esquiva al de Espartinas. El cuarto se defendió a hachazos más que embistió. Si uno no quiere, difícil es la pelea. Bailó con las más feas de los lotes.
La «rentrée» de Lama de Góngora en Sevilla fue con «Lentisquino», que era para ganarle la pelea en el primer asalto. Enseñó el agua potable del pitón derecho en el tercio de banderillas en el que se estrenó otro torero de Sevilla: Agustín de Espartinas. Lama de Góngora tuvo pasajes lucidos pero la función se acabó antes de que comenzara la fiesta. El toro echó el freno por el pitón izquierdo. No faltó voluntad pero sí algo de ajuste. El quinto no permitió a Lama de Góngora sacarse la espina. Cuando se fue a por la espada llevaba cruzado en el rostro el signo de la tarde. La corrida de ayer era la corrida para cambiar la moneda. No hubo posibilidad. Pasó el tren que ni siquiera paró en el andén. Hoy hay previsión de lluvia. Ayer fue tarde de chaquetones largos. ¿Quién dijo que es primavera en Sevilla?