Feria de Abril
Lleno en la plaza; vacío en la memoria
Manzanares corta una oreja en una tarde de más a menos que acaba en decepción en Sevilla
Ficha del festejo:
Maestranza de Sevilla. Duodécima de la Feria de Abril. Se lidiaron toros de la ganadería de Juan Pedro Domecq, bien presentados. El 1, deslucido y de corto recorrido; 2º, noble y con entrega; 3º, de buena condición pero a la espera y a menos; 4º y 5º, nobles y a menos; y 6º, sobrero, tris, del mismo hierro, rajado y deslucidote. Lleno en los tendidos.
Enrique Ponce, de azul y oro, pinchazo, media estocada (silencio); media, tres descabellos, aviso (saludos).
José María Manzanares, de nazareno y oro, estocada (oreja); cinco pinchazos, aviso, media (silencio).
Ginés Marín, de azul y oro, pinchazo, estocada corta (saludos); estocada fulminante (silencio).
A “Manzanilla” suave sabían las primeras embestidas del Juampedro, que descolgó en el capote de Manzanares. Era la vuelta después de acercarse hacía pocos días a la Puerta del Príncipe, que es muy suya. Y la última tarde en la que hacían el paseíllo las figuras en esta Feria de Abril. La de El Juli y “Orgullito. Así para la historia, como lo fue en su momento Manzanares y “Arrojado”, imposible recordarles por separado. Suave la capa, tersas las muñecas, cadencia en la embestida del segundo toro de la tarde, con la divisa de Juan Pedro Domecq. Lo intuyó Ginés que le dio dos y una media verónica sublimes en el trazo y en la expresión. Hay veces que con poco se dice mucho. Fue de esas. Tuvo nobleza y entrega el toro en la faena de José María Manzanares, que mantuvo el interés siempre en una labor de altibajos. Deambula el alicantino por los caminos del empaque y son senderos que casan bien con la torería y el gusto, a pesar de que no siempre hubo reunión con el toro. Cuando le cogió el aire, mediada la faena, en una tanda, explotó aquello. Y hubo, se recordará, y él también, un pase de pecho de barriga hasta la hombrera de la chaquetilla que transitaba entre la ansiedad y la saciedad. De los que hay un diálogo con el toro, privilegiado claro. La espada, qué facilidad, remató la faena, tapó las desigualdades y paseó un trofeo.
La flojera del quinto agonizaba la ambición de Manzanares y la del público por alargar la diversión. Ya se le vio en la suerte de varas que era rácano en el viaje, pegado al piso, le costaba mucho ir y despegarse del engaño. Con un tironcito se lo llevó Manzanares más allá de las rayas del tercio, intentó desproveerle de querencias y el animal lo agradeció. De lejos se arrancaba y descolgaba en el encuentro y le fue exprimiendo poco a poco... Recién comenzaba el disfrute se acabó el toro. Qué desidia. Y el toreo ya no fue. Ni la espada. Caso extraño. ¡Hasta sacó el descabello!
Un tranco le faltó al tercero, que tenía buena condición pero a la espera. Y a menos. Y eso que derribó al caballo en el primer envite como si no hubiera mañana y se fue después al pecho del caballo en el segundo. Brindó Ginés a Sergio Ramos, que ocupaba una localidad en el callejón de la maestranza sevillana. Marín anduvo fácil por la plaza. Resuelto y en el intento de dar continuidad al viaje del toro, pero en verdad, se acabó por apagar la faena antes de que llegara a levantar el vuelo. El sexto se complicó y de tanto complicarse se convirtió en sobrero y al final en tris. Un horror. Una espiral de la que creímos no salir nunca jamás. Se mantuvo a este sexto que era octavo pero por el qué dirán. Ruina para Ginés. La gente para la feria. La loca movilidad del toro, descontrolada y sin entrega se justificó pronto al rajarse y sin mostrar más argumentos. Con estos mimbres a Ginés le costó encontrar una estructura sólida a una faena que no era.
Enrique Ponce había abierto plaza no con demasiada suerte ante un toro deslucido y de corto recorrido. No tuvo demasiadas intenciones el animal de colaborar en el asunto y los ánimos de Ponce no encontraron en el público el eco deseado. Quedaba el cartucho del cuarto. Y pareció que tendría más movilidad e interés en los primeros compases de faena. Se fue Enrique al tercio y ahí hizo la labor al completa, que no tardó en bajar en intensidad a la vez que el toro en condicionar la repetición de sus arrancadas. Lo que viene siendo una tarde gris, de lleno en la plaza y vacío en la memoria.
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