San Sebastián
José Tomás, en la pureza de los orígenes y volcánico Julián en el gran día
El Juli sale a hombros y el de Galapagar corta un trofeo en San Sebastián.
El Juli sale a hombros y el de Galapagar corta un trofeo en San Sebastián.
San Sebastián (Guipúzcoa). Segunda de la Semana Grande. Se lidiaron toros para rejones de Fermín Bohórquez y para lidia ordinaria de Domingo Hernández y de Garcigrande, el tercero y el sexto, desiguales de presentación. Lleno de «no hay billetes». El 1º, manejable; el 2º, de buen juego; el 3º, sobrero de Garcigrande, enrazado y agradecido; el 4º, de buen juego; el 5º, encastado y exigente; el 6º, deslucido.
Hermoso de Mendoza, tres pinchazos, media (silencio); rejón fulminante (saludos).
José Tomás, de azul y oro, dos pinchazos, estocada, tres descabellos (saludos); pinchazo, aviso, estocada trasera y desprendida (oreja).
El Juli, de teja y oro, estocada (dos orejas); estocada (silencio).
El runrún se convirtió en un volcán en erupción. Una locura. Nada más pisar plaza. A eso se le llama sicosis. A lo que vino después realidad. Torería a los pares de Miguel Martín al segundo y entrega después del torero de Galapagar. Movilidad tuvo el de Domingo Hernández, un ir y venir, que pronto se quedó más agazapado. A la espera. Pero hay esperas en las que caben un mundo, y dos. Dejó José Tomás en los primeros compases del duelo naturales de cante grande y aplomo cuando el toro, que tuvo buena condición, le costó repetir. Esa quietud era un laberinto en el que perderse y la espada una interrupción a la magia de los resultados. Julián vino con el don por delante. Qué bárbaro. Fue con el sobrero cuando meció las muñecas muy por abajo. Pero se sublimó en el quite por chicuelinas y a la vuelta la grandiosidad de unas tijerillas con las manos a ras del suelo.
Eso era ya para volverte loco. Pero quiso más. Mucho más y el toro sacó matices para desplegar toda su tauromaquia que a estas alturas es infinita y había venido a San Sebastián con todo el arsenal. Miraba el toro antes de acudir, examinaba, pero luego lo hacía por abajo, y con fondo. Lo bordó El Juli en una faena de un calado extraordinario. No hubo huecos en blanco y sí un natural, en medio de la nada y camino del todo. Ese que volvió a encontrar para encadenar el delirio. Hizo con el animal lo que le dio la real gana y tan despacio que daba tiempo a pestañear y seguía su curso el toro detrás de la muleta de Julián. Poder absoluto. Toreo redondo. Grandioso y letal. Así la estocada. Fluían sin pereza las emociones. Dos orejones de ley.
Al abismo nos llevó José Tomás con el quinto. Encastado toro, raza y poder, mucho que torear. Entre silencio, congoja y expectación se desarrolló la faena. Qué pureza la de José Tomás. Qué manera la de darse al toro y en honor del toreo. Medio pecho, relajación absoluta, el cuerpo convencido, más la mente, la muleta por debajo de la pala del pitón, rotundo al natural, de uno en uno, multiplicándose el pan y los peces, las emociones, la largura del pase, tan hondo, placentero a los sentidos. El retorno a los orígenes, no hay fuentes más puras en las que beber. Tan cerca uno y otro, reunión explosiva, sin inmutarse, cogido, regreso, a las mismas, por las mismas, sin heridas, ni físicas ni mentales, no le cuesta, es lugar innato para José Tomás buscarse ahí donde casi nadie está cómodo. Fue faena de deleitarse, de no perderse un segundo, porque en ese tiempo cabía todo ante ese toro encastado, con raza, cambiante y exigente. La espada no fue tanto, de misterios podemos hablar largo y tendido. El sexto no acompañó. No quiso. Sin clase y sin querer empujar en la muleta de El Juli que no perdonó ni el quite del toro anterior con unas explosivas lopecinas. Esto era la guerra y ni uno ni otra vinieron a San Sebastián a ceder milímetros de su categoría. El duelo no hablaba de bajezas.
Hermoso de Mendoza completaba el cartel. Se le pidió la oreja del cuarto tras una faena muy centrada, elaborada y brillante a un buen ejemplar. Había fallado con el rejón con el primero, con el que cumplió. Fue tarde grande. Lo veas por donde lo veas. De las que el tiempo dejan en mejor posición. Y ese llenazo que dice más que un millón de palabras.