Ecuador
«Aunque estés asustado, que no se note, sin miedo»
Los alumnos de la Escuela Taurina de Madrid tientan en la finca de Piedras Albas, propiedad de Joselito, con El Fundi y José Luis Bote
«Aunque estés asustado, que no se note, sin miedo», lo dice Joselito a uno de los alumnos de la Escuela Taurina de Madrid. Y en esa frase cabe de arriba abajo la esencia del toreo y de la vida. «El toreo no son triángulos, son círculos. No te lo eches para fuera y luego le pegues un tirón para dentro», sigue. Y por sus palabras puede transitar la Tauromaquia entera. Pasan las cinco de la tarde de un día cualquiera. Pero no es un día más. El destino puede hacer diana en el calendario de once chavales. Habrá un día después, pero será distinto. Hay tentadero en la casa del maestro Joselito, en tierras extremeñas, para los alumnos de la escuela. Once son los elegidos, muchos más los que cada día van a la escuela del Batán (53 están matriculados), mítica sede de la que han salido ya un buen puñado de matadores de toros. Y entre ellos, los tres que desde enero dirigen el nuevo proyecto: José Pedro Prados «El Fundi» y José Luis Bote, que lleva 20 años como profesor.
Cuentan que su época fue la de mano dura, exigencia y rigor a cargo de Enrique Martín Arranz, una institución que no caduca con el tiempo. «Fue una etapa exigente y espléndida al mismo tiempo. De auténtica gloria. El esfuerzo y el sacrificio eran brutales. Pero sin ellos estoy seguro de que después de lo fuerte que fue la última cornada me hubiera ido a mi casa directo. Y esa fortaleza psicológica fue la que me enseñó a buscar alternativas cuando no puedes. No me podía ir de la cara del toro cuando se me quedaba abajo, pero aprendí a salir de ahí con otros músculos», recuerda José Luis Bote.
Han cambiado los tiempos, duermen en calma las leyendas y hoy todo es distinto. A la finca de Joselito llegan los once elegidos en el furgón de El Fundi y con el maestro como chófer. Se tienta en Piedras Albas. En el paraíso del campo les espera José Miguel Arroyo y Bote, que conoce al dedillo las entrañas de la escuela. Las piezas encajan. Antes de abrir la puerta y que asome la primera becerra, se reúne el claustro de profesores/directores... Ni en los mejores sueños, según hayan ido los entrenamientos y los anteriores tentaderos, así queda el cartel, a la antigua usanza, se premia el esfuerzo y se castiga si andas medio dormido. «Hay muchos chavales y el que no esté bien se queda en el banquillo», dice José Pedro. Hay seis titulares y cinco chavales que están más nuevos. Nos llevaremos sorpresas, pero lo bueno es que está todo por pasar. Y el toreo es un enigma de difícil resolución. De ahí el enganche eterno al misterio.
México, Ecuador y España. Un panorama variado para seis becerras que aguardan en los corrales. Mucho toreo por delante. Bote y Fundi citan a los novilleros. Reparten funciones. Seis «titulares» que actuarán por colleras y participarán en la tienta y cinco chavales más nuevos que van a «probar» después con la muleta. Todos están al tanto de todo. Y se nota. El contraste es brutal, la bisoñez de los novilleros, atentos a cada detalle y la ilusión de los tres matadores encubierta en la exigencia «el toro se la va a pedir después multiplicada por mil», dice Bote.
No sopla el viento y todo está a punto. Es sólo un tentadero, pero no es un juego. Abre plaza Jorge Isiegas. Apunta buenas maneras y le sigue Carlos Ochoa, que tiene las ideas claras, a pesar de cumplir sólo los 16 años, «cada tentadero es una examen, una criba... Ahora notamos más presión pero somos unos privilegiados por vivir la escuela así con tres maestros. Y ya nos dicen que esto es complicado y que para sobresalir hay que ser un fuera de serie, por eso nos exigen, pero yo espero vivir esto muchos años».
Para el segundo turno fue la oportunidad de Sergio Montero y Jesús Mejía, dos alumnos destacados, y en tercer lugar llegó el canto a México con Luis David Adame y Mariano Sescosse. Adame lleva un año en la escuela, tras los pasos de su hermano Joselito, ya matador de toros, «cuando las cosas no salen bien se pasa muy mal, pero hay que tratar de pensar y saber en qué has fallado para no volver a repetir errores».
Las becerras de Joselito embisten de verdad. Importantes. Es un día bueno de los chavales pero los maestros no regalan piropos. Es el turno de los más jóvenes, los que apenas han visto «un pitón». El ecuatoriano Sandoval, Juan José Villa, Villita, cumplidos los trece años, fino de hechuras, un niño, con su muletita y muy buen corte. Una buen sorpresa, una esperanza. Como Daniel Pérez, que en una de ésas de las que hay quedarse quieto sí o sí se llevó un golpe y le partió un diente, «estoy desilusionado, porque siempre hay que estar mejor. Todo lo que dicen los maestros es para mejor. ¿El diente? eso no es importante, no hay que pensarlo». Y así uno detrás de uno, también Raúl Muros o Ángel Téllez, que volvía a torear después de una lesión en el codo.
Los alumnos de la escuela son una gran familia a las puertas de una vivencia distinta. Hoy ha tocado la finca de Joselito, pero viajan de acá para allá, tentadero tras tentadero y con las novilladas a la vuelta de la esquina. Un paraíso para todo aquel que quiera ser torero. Pero esa es la máxima. Quererlo de verdad. «Se piden los valores de siempre, los que determinan esta profesión, el respeto, la seriedad, el compromiso, la capacidad de sacrificio, son los valores necesarios para el mundo al que se van a enfrentar. Y también para la vida», dice José Pedro, «para mí el paso por la escuela fue clave, no nos lo ponían fácil, crecimos en la dureza y en la seriedad de la profesión, pero de matador me he acordado de esas vivencias de chaval. Fue una base fuerte y sólida para luego aguantar tantos años y tantas dificultades. Una preparación auténtica, sobre todo mental. Si les enseño la mitad de lo que me dieron a mí, me daré por satisfecho», continúa.
«Para mí está siendo una experiencia maravillosa. Primero porque te reencuentras con una parte de tu pasado y porque los ves y te ves allí, 35 años antes. Y como les digo a ellos, las cosas se pueden conseguir», mantiene Joselito.
Está a punto de caer la noche. Y queda carretera por delante. Y mañana o al otro, habrá campo y novilladas. La Escuela Taurina de Madrid. La de Lago. La de Batán. La de la vida.
«Ahora se vive la escuela con intensidad y mucha disciplina»
Hace más de 35 años que la escuela está ahí, pero en los últimos tiempos vivía el deterioro. La escuela de la que salió El Juli, Cristina Sánchez, Miguel Abellán, Uceda Leal... La escuela de muchos matadores y muchos más profesionales. En el corazón de la Casa de Campo se mantiene El Batán, hoy remozado, cuidado y alimentado desde que hace algún tiempo la concejala Paloma García Romero se encarga de ello. La plaza de toros, una capilla estrenada, un sala para visionar de cerca las clases de historia del toreo de Paco Aguado y conocer en profundidad al toro y sus encastes con Joaquín López del Ramo y esos corrales en los que se trabaja a contrarreloj para lograr los permisos y poder volver a ir a El Batán a ver los toros que después se lidiarán en la Monumental de Las Ventas, como nos hemos criado con normalidad otras generaciones. Desde que la dirección de la Escuela involucrara en el proyecto a Joselito y Fundi a principios de este año, el maestro José Luis Bote lleva 20 años como profesor, la entidad ha dado un vuelco radical. También respecto a lo que se exige a los chavales. «Antes las clases eran de lunes a jueves dos horas al día y ahora estamos de lunes a domingo cinco horas. Ahora se vive todo con mucha intensidad, hay mucha disciplina y eso marca la diferencia, el que aguanta el tirón es porque de verdad quiere ser torero», afirma Rafael de Julia, matador de toros hecho también en la escuela y actual profesor de la misma. Y también en las oportunidades, no paran de hacer campo y antes de empezar el mes de mayo ya se anuncian en festejos y clases prácticas, todo un privilegio en los tiempos que corren y «con el peor presupuesto económico que hemos tenido en toda la historia, esto es puro romanticismo», concluye Bote.
Entre pase y pase, revolcón
Joan Jesús Sandoval tiene once años y forma parte del grupo de los nuevos. Es ecuatoriano y se sabe que su padre ya le ha probado con alguna becerra, pero ni Bote ni Fundi ni Joselito le han visto en el ruedo más allá del toreo de salón que día tras día imparten en El Batán, junto al también matador de toros Rafael de Julia. En el tentadero, y con la vaca buena, llegó su momento. Con vaqueros, camisa y su gorrilla salió al ruedo. Todo ilusión, y coraje, entre pase y pase, también se llevó un revolcón. El toreo en estado puro. El Fundi, como se ve en la imagen, le echaba un capote sobre los hombros, instantes después.
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