Estreno
No le deseo la fama de «Glee» ni a mi peor enemigo
Warner TV acaba de estrenar la serie documental sobre la ficción de éxito y su «lado oscuro» con la muerte de tres de sus actores
La palabra «maldición» siempre trae consigo la dificultad de demostrar los indicios que apuntan a que tras una serie de hechos desafortunados hay alguna mano negra o cuestión de destino. Así lo intenta «‘Glee’: la serie maldita», el documental en tres partes que acaba de estrenar Warner TV, pero que ya lleva dando que hablar desde su lanzamiento en Estados Unidos en enero de este año. El punto de partida ya es un fallo en sí mismo, considerar que la muerte de tres miembros del reparto de la serie creada por Ryan Murphy, de salida distintas, aunque extrañas, no son fruto de la coincidencia, si no de una mano negra o algún tipo de maldición que se nombra poco y no termina de afinarse.
El primer episodio del documental traza las líneas generales de la trama que pasa por enumerar las muertes por suicidio de los actores Corey Monteith y Mark Salling, y el accidente que segó la vida de Naya Rivera. También en insistir que el éxito de la serie consiguió encumbrar al reparto, pero a partir de ahí todo fueron problemas por la exposición pública de los actores y sus vidas y las exigencias desplegadas por la producción para aprovechar al máximo la serie y sus derivados. Recordemos que «Glee» se estrenó en Fox el 19 de mayo de 2009. Pronto su éxito se hizo viral, auspiciado por el mejor momento de redes sociales como Facebook, Twitter y Tumblr, que propiciaron los rumores de los conflictos entre bambalinas. Pero todo lo que se narra no es más que un resumen del éxito de la serie y las muertes mencionadas, y los testimonios los dan personas que participaron en la producción en departamentos técnicos como el de peluquería, gaffers (responsables de la iluminación), un asistente del productor ejecutivo, un director de fotografía, ex publicistas y amigos de las estrellas. Los miembros del reparto declinaron participar e incluso los más cercanos, como Kevin McHale y Jenna Ushkowitz, que tienen su propio podcast sobre la serie, calificaron el documental de «basura». El único testimonio relevante es el del padre de Naya Rivera, George, que transmite autenticidad hasta que la producción se lo lleva al lugar donde murió su hija. Un detalle innecesario como otros tantos.
Cuando uno se ve los tres capítulos, se da cuenta que dos terceras partes de la docuserie están centradas en Corey Monteith, sus adicciones y lo que pudo llevarle a suicidarse el 13 de julio de 2013 y hasta que punto influyó en él su relación con Lea Michel, que es sin duda la más maltratada por la pieza documental. Quizá la declaración más impactante en este sentido es la del jefe de peluquería de la temporada 3 de «Glee», Dugg Kirkpatrick. Supuestamente durante un corte de pelo, Monteith le confesó que «estaba en una fiesta y que no había bebido y que quería tomar un trago pero sabía que no debía y cierto miembro del elenco le dijo: ‘Debes tomar una copa. Estaré aquí siempre puedes confiar en que estaré’». Otro filón que intenta explotarse en el segundo episodio es la rivalidad entre Naya y Lea, sin conseguirlo, ya que la propia Rivera en sus memorias de 2016 «Sorry Not Sorry» ya habló de su dinámica con Michele, resumiendo que eran distintas.
Tampoco la relación entre Corey y Lea a partir de 2012, de la que todos dudaron, explica nada de lo que pasó alrededor de la serie. Y mucho menos que ver tiene la muerte de Mark Salling, en la tercera entrega, donde narran su detención por posesión de pornografía infantil en 2018, y que acabó suicidándose alimentando la causalidad, que no una maldición. Sí que destaca que de la producción murieran un total de ocho personas, pero ninguna de las causas apuntan a la trama que habla de la presión sufrida en la producción. Visto el éxito de «Glee», cadena y showrunner se preocuparon por convertirlo en un trabajo a tiempo completo donde unos jóvenes grababan una serie, pero lejos de disfrutarlo se embarcaban en giras maratonianas por todo el país. Y con los actores acosados por besadores sin permiso y el set de rodaje convertido en un búnker para evitar su exposición. Me quedo con la confesión de Corey Monteith a su ex compañero de piso, Justin Neill: «No le desearía la fama ni a mi peor enemigo».
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