Espacio
Ser astronauta es malo para la salud
Un estudio publicado en la revista «Science» demuestra que la exposición a las partículas cósmicas está relacionada con el aumento del riesgo de padecer procesos inflamatorios patológicos e incluso algunos tipos de cáncer.
Un estudio publicado en la revista «Science» demuestra que la exposición a las partículas cósmicas está relacionada con el aumento del riesgo de padecer procesos inflamatorios patológicos e incluso algunos tipos de cáncer.
Por favor, no quieran entender en la siguiente afirmación ningún doble sentido oportunista al hilo de la actualidad política, pero lo cierto es que «ser astronauta es malo para la salud». Y lo acaba de demostrar un estudio publicado en la revista «Science» y elaborado por científicos de las universidades de Washington, Georgetown y California. Por primera vez se ha podido demostrar en laboratorio que el impacto de la radiación espacial –es decir, del viento de partículas cósmicas que baña el Universo y del que estamos protegidos en la Tierra gracias a nuestro escudo magnético– en los tejidos internos del cuerpo es una realidad.
Desde que el ser humano abandonó por primera vez la protección de la atmósfera terrestre en los albores de la exploración espacial, existe una creciente preocupación sobre el influjo de las radiaciones recibidas ahí fuera en la salud de los astronautas. Las radiaciones ionizantes que se dan en el espacio son muy diferentes a las que estamos acostumbrados a recibir en la superficie de la Tierra. De momento, los periodos de tiempo pasados en misiones espaciales no son demasiado largos, pero una más que probable misión a Marte en el futuro exigirá a los astronautas que se expongan a miles de partículas energéticas como protones e iones pesados procedentes del Sol y de eventos cósmicos lejanos.
Los protones son los componentes principales de esta radiación cósmica. Se estima que al menos un tercio de las células del cuerpo de un astronauta serían impactadas por ellos en un viaje de duración media a Marte. Hoy en día, existen tecnologías de protección avanzadas que permiten filtrar la mayor parte de esos protones, pero los expertos en exploración espacial están más preocupados por el impacto que puedan tener los iones pesados. Sin embargo, estas partículas son más difíciles de detener con los trajes y los escudos de los que disponemos hoy en día.
Para comprender mejor los efectos de esa radiación esquiva, los científicos han utilizado modelos de laboratorio y, en concreto, se han fijado en el comportamiento de algunos órganos internos, sobre todo del aparato digestivo. El tracto gastrointestinal es un aparato muy sensible a las radiaciones y, además, presenta un elevado índice de recambio celular. Como en él se genera una gran cantidad de duplicaciones celulares –las células nuevas reemplazan a las viejas– es fácil estudiar las variaciones que se producen en cada generación por culpa de las radiaciones.
Hasta ahora no se había comprobado cuál es el efecto real de la radiación en la migración de células dentro de, por ejemplo, un órgano como el intestino. Esta función es importante para mantener sanos los procesos de absorción de nutrientes, el filtrado de toxinas y el control de los procesos inflamatorios.
En ratones de laboratorio sometidos a radiación ha podido comprobarse que el impacto de las partículas energéticas como las que afectarían a un astronauta en un viaje a Marte genera evidentes efectos adversos en el equilibrio celular del intestino. Los efectos son duraderos y no desaparecen hasta que transcurre un periodo de tiempo que va desde los siete hasta los 60 días, dependiendo de la radiación y del propio individuo.
Existen otras muchas secuelas que se han demostrado relacionadas con la exposición a las radiaciones cósmicas. Se observa, por ejemplo, un aumento de la generación de integrinas –glucoproteínas que están presentes en la matriz celular y que además participan en la unión entre las células–. Este aumento puede estar relacionado con procesos inflamatorios patológicos. Además, se observa un incremento en la actividad de células senescentes, que son las células que están en sus últimas fases de desarrollo y que proliferan cuando se produce el envejecimiento de un tejido determinado.
En todos los casos, se aprecia una relación directa entre algunos tipos de radiaciones y el aumento del daño en el ADN, un proceso similar al que ocurre en la Tierra cuando nos exponemos a radiaciones ionizantes como es el exceso de luz solar o las que desprende una central nuclear, aunque, obviamente, en menor medida.
Se aprecia que el daño en el ADN está por debajo de los umbrales de la apoptosis –o muerte celular–. Es decir, las alteraciones provocadas por estas radiaciones no son tan graves como para llegar a la muerte de los tejidos.
El estudio se ha centrado en el intestino de los ratones, pero los resultados advierten que esos mismos efectos podrían producirse en otros tejidos como el colon, unas zonas que son mucho más propensas a la generación de cánceres. Eso significa que no sería descabellado pensar que los viajeros y viajeras de las primeras misiones a Marte pudieran sufrir un mayor riesgo de padecer cánceres como el de colon que los terrícolas que no nos movemos de nuestro suelo firme.
El estrés al que se someterán sus células durante las misiones de larga duración es considerable y, sin duda, contribuirá a aumentar el riesgo de padecer ciertas enfermedades gastrointestinales. A partir del primer año en el espacio, estos efectos se hacen aún más evidentes.
En definitiva, se ha demostrado con tejidos reales que el hecho de ser astronauta supondrá en el futuro un evidente riesgo para la salud de estos profesionales del espacio. Las misiones de larga duración que se planifican para las próximas décadas deberán tener en cuenta esta realidad. Para evitar las consecuencias que puedan generar será necesario crear materiales suficientemente aislantes en las naves y en los trajes espaciales. Pero, al mismo tiempo, también tendrá que confeccionarse una estrategia médica adecuada que contrarreste los efectos de la radiación y ayude a prevenir la aparición de daños que pueden resultar fatales una vez de vuelta en la Tierra.
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