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"Bullying"

«Mi hijo sufría acoso en el colegio y se suicidó cuando tenía 10 años. No pararé hasta hacer justicia»

Idoya relata entre lágrimas el calvario que pasó su hijo en el colegio, «torturado por una profesora y compañeros de clase». El pequeño no aguantó más y se tiró por una ventana de casa

Idoya, junto a su hijo Alejandro, que se quitó la vida cuando tenía 10 años La Razón

Alejandro era un niño alegre, cariñoso, sensible y con un cociente intelectual de 150. Sin embargo, no pudo más. Según relata Idoya Gil, su madre, «la tortura» a la que estaba sometido en el colegio hizo que el pequeño dijera «hasta aquí». Se tiró por la ventana. Su madre cuenta lo sucedido entre lágrimas, pero quiere hacerlo público para concienciar sobre el daño irreparable del «bullying» que sufren muchos menores como Alejandro en el colegio. Un acoso despiadado que destroza familias y resquebraja la vida de los que siguen aquí. A él se suman, desgraciadamente, muchos casos más y otros tantos que permanecen silenciados. Pero esta mujer de 49 años hace de tripas corazón y explica qué llevó a su pequeño a quitarse la vida.

No se han cumplido todavía dos años desde que el pequeño Alejandro se fue, pero su «tortura», como insiste la madre, comenzó cuatro años antes. «Cursaba tercero de Infantil en un colegio de Madrid. Su profesora me decía que mi hijo tenía TDAH, que no prestaba atención, que estaba en las nubes. Yo notaba que él no se encontraba bien, comenzó con episodios de ansiedad, se mordía mucho las uñas. He trabajado como maestra y sabía que Alejandro no tenía déficit de atención porque, de hecho, he estado con niños en el aula que sí lo tenían, así que conocía bien el comportamiento de los que lo padecen», cuenta Idoya.

Aun así, ella consultó con especialistas: logopedas, psicólogos y neurólogos. «El logopeda me dijo que lo que le ocurría a Alejandro es que era un niño con altas capacidades, de hecho, cuando le hicieron el test del coeficiente intelectual dio 150. Tenía un desarrollo intelectual de un niño de 12 años. Además, me dijeron que padecía un síndrome denominado del ‘‘acento extranjero’’, es decir que entonaba las palabras de manera diferentes al resto, quizá porque yo le había enseñado a mi hijo otras lenguas».

"Llegaba a casa llorando"

Cuando Idoya acudió a la profesora del menor para explicarle lo que le habían comunicado los especialistas «se rió de mí». Y es que, fue esta docente, según la madre, «la que comenzó con el acoso al pequeño en clase. Solicité que la orientadora le evaluara y la tutora se negó». Cuando llegó a primero de Primaria la situación no mejoró. «Mi niño me decía que la profesora se reía de él, que le llamaba llorón. A eso se sumaban los insultos de sus compañeros de clase, tanto en el aula como en el patio del recreo. Él llegaba a casa llorando. Decidí hablar con el director, pero éste se lo comentó a la profesora y ella comenzó a decirle en clase, delante de sus compañeros, que era un chivato. Los otros niños comenzaron a dejarle solo. Era muy triste verle sin nadie en el recreo», explica Idoya.

Aunque pensó en sacarle de ese colegio, la convencieron para que no lo hiciera porque podría ser peor para el menor dicho cambio. «Me culpo por ello, no sé cómo no le saqué de ahí enseguida. Cada vez que lo pienso me hundo, podría haberle salvado sacándole de ese ambiente, con esa profesora que le acosaba y esos niños que le despreciaban».

Dicha docente continuó de tutora de Alejandro en segundo de Primaria: «El pobre venía a casa con ataques de nervios, le regañaba por todo. Esa profesora la tenía cogida con mi hijo y con algún otro alumno como una niña que se llamaba Diana. Y los niños le pegaban, le insultaba, así todos los días».

La ansiedad se disparó en el cuerpo del pequeño que no había cumplido todavía los 10 años. Llegaron las pesadillas nocturnas y empezó a orinarse en la cama. Idoya estaba desesperada, habló en numerosas ocasiones con el director, así como con la Asociación de Padres y Madres del colegio, «pero me tomaban por loca, decían que era una exagerada».

Miedo a la profesora

Cuando Alejandro inició tercero de Primaria, su madre enfermó de cáncer, «no podía más, quería sacarle del colegio, pero el director me dijo que confiara en él, que ese año no iba a tener a la profesora en cuestión, pero me mintió, porque la tenía como maestra de inglés. Pedí el cambio de clase, pero no me dejaron».

Mientras ella estaba en plena lucha contra su enfermedad llegó la Covid y cerraron los colegios: «Alejandro respiró. Para él se abrió el cielo. No iba a ver a la profesora y a los niños que le acosaban. Había días que venía con marcas de golpes en el cuerpo. Tenía un miedo horrible al colegio», relata angustiada la progenitora.

¿Y nunca abrieron un protocolo antiacoso en el colegio? «No, nunca. La otra niña que sufría acoso se fue del colegio, que es lo que tenía que haber hecho yo con mi niño. Me culpo todos los días por ello», confiesa. Sí que hizo la intentona de trasladarle a otro cercado del barrio de Ciudad Lineal donde reside, «pero Alejandro me dijo que no. Luego más tarde me enteré de por qué lo dijo. Mi hijo no quería hacerme andar más a mí, ya que el nuevo colegio estaba más lejos, porque me veía que estaba malita. Me habían operado varias veces y estaba convaleciente. Lo hizo por mí. Si lo hubiera sabido...».

En septiembre de 2021 llegó la hora de empezar el nuevo curso escolar. «Por suerte, la profesora que le acosaba se había ido del centro, según me dijeron», dice Idoya. Su nuevo tutor era «perfecto». Alejandro estaba en catado con él, era su antiguo profesor de música y se entendían a la perfección. Además, el menor había hecho un nuevo amigo con altas capacidades como él. «Iban juntos al parque y yo empezaba a ver la luz, pensaba que la mala racha había terminado y que por fin mi hijo iba a tener amigos, ser feliz y disfrutar en el colegio».

Sin embargo, todo se torció cuando un día, Alejandro, al llegar a casa, estaba pálido y angustiado: «Me dijo que la profesora en cuestión iba a volver al colegio y le iba a dar clase de nuevo. Estuvo dos días sin ir a clase. Estaba aterrorizado de volver a verla». Era el 16 de septiembre de 2021. El tercer día que Alejando no iba a clase. Idoya, su madre y el pequeño cenaron, vieron la tele y se fueron a la cama. De repente escuché una carrera, cómo se subía una persiana a toda velocidad y un golpe. «Yo no paraba de gritar: ‘‘Alejandro, dónde estás’’. Cuando miré por la ventana le vi estampado en el suelo. Bajé corriendo las escaleras de casa, le cogí y le dije: ‘‘Ángel mío... no te muevas’’». No pudieron hacer nada por él. Murió ese mismo día.

Archivo del caso

Desde entonces, Idoya ha emprendido una batalla leal para hacer justicia en honor a su hijo. «La Fiscalía de menores no lo investigó y mi abogado me recomendó que interpusiera una demanda contra el centro por denegación de los deberes de guardia y custodia de un menor, pero el juez lo archivo en contra del Ministerio Fiscal que consideraba que se estaban conculcando nuestros derechos fundamentales al no tomarnos ni siquiera declaración», relata. Por ese motivo solicitaron a través de un recurso la reapertura del caso. «Me tomaron declaración, pero varios de los testigos que tenía del colegio no acudieron, porque fueron coaccionados. Declaró un forense, la neuróloga... pero el juez volvió a cerrarlo».

Idoya no cejó en su empeño y presentó un recurso de amparo. «Yo sigo recabando pruebas para presentar ante el juez para que se haga justicia y los responsables de la muerte de mi hijo paguen por ello. Sé que me estoy ganando muchas enemistades y la mayoría de padres del colegio han dejado de hablarme porque prefieren mirar para otro lado, pero yo no pararé hasta que paguen por ello los responsables», confiesa.

Idoya, además, pide que se elabore un plan nacional contra el acoso a los menores en centros educativos: «Yo ya no puedo recuperar a mi hijo, pero busco justicia para el resto de niños que a día de hoy sufren ‘‘bullying’’». Según la ONG Bullying Sin Fronteras, en España siete de cada 10 niños sufren acoso o ciberacoso y la OMS apunta que el año pasado se detectaron en España 11.229 casos graves de acoso escolar. En el mundo, esta lacra se cobra al año alrededor de 200.000 suicidios de jóvenes de entre 14 y 28 años. «Hay que levantar la voz, aunque el dolor sea inmenso», concluye Idoya.