Primera visita de un Pontífice
Francisco en Mongolia: el penúltimo rincón católico
El Papa inicia su viaje a un país estratégico, atrapado entre China y Rusia, en el que solo el 0,04% de sus 3,3 millones de habitantes son católicos
El destino más recóndito. Aparentemente, con poco rédito geopolítico y pastoral. Solo aparentemente. Francisco ha despegado este jueves desde Roma, en torno a las seis y media de la tarde, con más de nueve horas de vuelo por delante hasta Mongolia, un país asiático en el que apenas viven unos 1.450 católicos, 0,04 % de la población entre 3,3 millones de habitantes, la mayoría budistas tibetanos y ateos fruto de la dictadura comunista.
En total, con solo dos curas nativos, 77 misioneros de 13 congregaciones y la mayoría de los fieles extranjeros distribuidos en ocho templos, son menos que las personas que entran en una misa de domingo cualquiera en la parroquia de Santa María de Caná de la localidad madrileña de Pozuelo. Pero así es el Papa que ha dejado aparcado los epicentros cristianos para desplazarse a hasta esas «periferias reales y existenciales» que defiende de viva voz.
Es lo que encontrará en sus 74 horas de estancia en el país, que retomó la presencia del catolicismo en 1992, cuando se aprobó la Constitución que reconoce la libertad religiosa. Entonces, solo había allí 14 fieles a Roma. «Será la ocasión para abrazar una Iglesia pequeña en los números, pero vivaz en la caridad encontrar un pueblo noble y sabio», entonó el Papa este domingo durante el rezo del ángelus.
Así pues, esta aventura se enmarca dentro de una agenda diplomática vaticana que no entiende de legislaturas cuatrianuales, sino de inversiones a largo plazo. O lo que es lo mismo, Jorge Mario Bergoglio no desembarca en Ulán Bator por un antojo personal, sino centro de una larga marcha que precisaba de parada y fonda en medio de su pontificado. Y es que, cuando Mongolia se constituyó como Estado independiente intentando dar esquinazo al lastre soviético, buscó de la Santa Sede su reconocimiento oficial y apoyo en materia social.
Con el espaldarazo oficial de Roma conseguido, llegó a la par el envío de misioneros que han llevado a cabo una labor de cooperación y desarrollo ejemplar. De hecho, son pioneros en materia educativa, atención a los niños abandonados, ancianos… Tras años de tanteo mutuo en el que las autoridades locales han constatado que los católicos no suponen una amenaza proselitista, Mongolia y Santa Sede se han unido en un frente común ante el hostigamiento de Pekín tanto a budistas como cristianos.
Esta alianza entre Roma y Ulán Bator se fortaleció cuando el año pasado Francisco nombró cardenal al prefecto del país, el misionero italiano de la Consolata, Giorgio Marengo, de 49 años, el más joven de los purpurados del planeta.Todo un reconocimiento a un país que geográficamente está atrapado entre China y Rusia, los dos imperios vetados para los papas.
Posibles dardos
Precisamente, este nuevo escenario es una oportunidad para el pastor jesuita en su empeño de agotar todas las vías alternativas posibles para frenar la guerra de Ucrania. Aunque Estados Unidos es aliado nato de los mongoles, su dependencia de Moscú es tal en lo económico, que se abstuvo en la propuesta de condena de Naciones Unidas a la invasión de Putin hace un año. De ahí que, a buen seguro que el Papa lance algún dardo en sus discursos sobre la necesaria implicación del Gobierno local para frenar la violencia.
En sus declaraciones más recientes, Marengo se ha negado a entrar en las implicaciones políticas de esta peregrinación y se ha limitado a elogiar cómo «el corazón de Francisco arde por la Iglesiadonde ella vive en un contexto minoritario». Por su parte, la embajadora mongola ante la Santa Sede, Gerelmaa Davaasuren, sí ha dejado caer que la visita supondrá «una gran contribución al mantenimiento de la paz y la estabilidad en nuestra región y el mundo».
Precisamente, los discursos de Francisco pueden alimentar la estabilidad quebrada de una nación que atraviesa un bache más que significativo debido a la corrupción generalizada en estos últimos años. Del pontífice argentino también se espera que sea fiel a su denuncia en materia medioambiental, puesto que se mueve en estos días en uno de los países más castigados por el cambio climático y una desmedida urbanización que ha hecho que un tercio de su población haya abandonado el campo. No en vano, uno de cada tres mongoles vive bajo el umbral de la pobreza.
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