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Psicología

Fisioterapia contra el demonio de la anorexia: «Hacemos un ejercicio controlado, antes pasaba horas en el gimnasio»

Eva lleva un año y medio ingresada en el Centro San Juan de Dios en Ciempozuelos por un trastorno de la conducta alimentaria

Entrevista a una paciente con trastorno de conducta alimentaria, en el centro asistencial sanitario y sociosan Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Eva nunca estuvo preocupada por su peso. En realidad, ni siquiera le interesaba y se reía con sus amigos cuando volvía del veraneo con unos kilos de más. Tampoco empezó a desarrollar la enfermedad a una edad temprana. En esto también se sale de la media, aunque, pensándolo bien, es que esa media no existe. Es una de las conclusiones con las que una sale en la cabeza después de pasar una mañana con Eva y el resto de profesionales que tratan los trastornos de la conducta alimentaria en el Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos. Sobran clichés, generalizaciones y tópicos para hablar de una enfermedad infinitamente más compleja, más subterránea, que una mera obsesión por estar delgada por culpa de la publicidad y otros estímulos externos.

Eva cree que en su caso prendió la mecha del infierno un problema familiar que le superó. Ya con 21 años, estudiando y con una vida funcional se vio escapando al gimnasio siempre que podía para esquivar el caos en casa. «Empecé a obsesionarme con ciertos hábitos. Te evades haciendo deporte, te vuelves inflexible con el peso y acabas atrapada. Al principio no te das cuenta, la báscula se convierte en tu aliada, y lo único que quieres es que la cifra baje, independientemente de cómo te veas. Para ti, lo único que importa es que el número sea menor cada vez, y eso te ayuda a ignorar otros problemas de tu vida».

Ese control sobre la báscula que al principio le daba sensación de estar al mando se volvió contra ella muy pronto. Tanto deporte y restricción la dejaron por debajo de 30 kilos de peso. Aunque por un tiempo se sintió llena de energía, algunos monitores del gimnasio acabaron por negarse a darle clase y tuvo que dejar de ir. Luego es que tampoco hubiera podido porque le fallaban las fuerzas. «Cuando empecé a bajar mucho de peso, los familiares y amigos comenzaron a notarlo. Ellos me decían que algo estaba mal. Pero para mí, el problema no era visible. Pasó mucho tiempo hasta que reconocí que me ocurría algo. Llegué a pesar 27,9 kilos cuando mi peso normal es de unos 50. Fue muy impactante. Incluso tuve un desmayo en una piscina, y eso me hizo reflexionar». Aquella reflexión se produjo solo a medias: «Fui al psicólogo, pero no pedí un tratamiento intensivo. Me recetaron antidepresivos y no hice mucho más. Sabía que estaba muy mal, pero no quería subir de peso. Era una contradicción: no me gustaba cómo me veía, pero tampoco quería cambiar. Acabé guardando la báscula y empecé a cambiar poco a poco. Estuve estable unos 2 o 3 años, pero luego recaí. Esta vez fue peor, porque además de la restricción alimenticia, empecé con purgas y, ocasionalmente, alcohol».

Las sucesivas crisis con escasa remontada terminaron con Eva, que hoy tiene 36 años, en un centro de día que resultó insuficiente para la gravedad de su trastorno. Finalmente, ella misma entendió que su salvación podía pasar por un ingreso largo en esta unidad pionera en la Comunidad de Madrid, que hoy cumple cuatro años. «Vine voluntariamente. Lo vi como la última opción para cortar de raíz mis problemas. Pensé: “Si esto no funciona, no sé qué más hacer’’. Al principio fue difícil, lloré mucho. Entrar en verano (julio de 2023) fue duro porque sentía que me perdía algo, pero al final entendí que algo así nunca viene bien y era necesario para poder cuidar de mi salud».

Una de las terapias novedosas del San Juan de Dios con estas pacientes ha sido introducir en su rutina diaria la fisioterapia. La misma Eva confirma los beneficios: «Si tenemos un índice de masa corporal adecuado, por encima de 18,5, hacemos media hora de ejercicio con el fisioterapeuta. Nos enseña a realizar actividad física de manera controlada, porque el ejercicio también puede convertirse en algo descontrolado. Antes pasaba horas en el gimnasio, así que de eso a solo media hora medida ha sido un gran cambio. Pero después de tanto tiempo aquí, incluso algo sencillo como una sentadilla puede dejarme con agujetas, porque mi cuerpo no está acostumbrado».

Jesús Rodríguez es uno de esos fisioterapeutas de los que habla Eva. Tiene muy claro que hay que terminar con el falso mito de que el reposo es lo único que conviene a este tipo de pacientes. «El ejercicio controlado y supervisado es un beneficio enorme para ellas. Eso sí, somos muy estrictos en cuanto a repeticiones e intensidad. Estas pacientes son muy competitivas y tienden mucho a la comparación. Lo que me transmiten ellas es que necesitaban estas sensaciones, lo viven como una liberación de alguna forma porque el ejercicio se lo habían prohibido. Eso de que estar sentado y sin moverse es lo que vale es un error enorme. Tienen que recuperar la movilidad y el tono muscular perdido. Cuando llegan están oxidadas y encogidas porque tienden a hacerse pequeñitas».

Sentada a su lado, Beatriz Expósito, nutricionista de la unidad, apunta que «cuando las pacientes están renutridas pueden empezar con esta actividad física que les va a permitir retomar la vida diaria. Es que el cuerpo debe ser capaz de tener la fuerza de sostener el propio cuerpo». Se trata, al fin y al cabo, de cambiar los hábitos y la mentalidad porque el ejercicio y la comida «no están para transformar nuestro cuerpo sino para cuidarlo».

Eva afronta la que podría ser la última etapa de su ingreso con optimismo. Los fines de semana fuera del centro va consiguiendo pequeños objetivos que hace unos años habrían sido implanteables. «En mis salidas terapéuticas me expongo a comidas que antes me daban mucho miedo. Por ejemplo, hace poco cociné macarrones a la boloñesa con mi pareja, ¡y los comí con él! Antes también cocinaba mucho porque me encanta, pero siempre me hacía para mí algo diferente».

Las secuelas que le han dejado tantos años de autocastigo pasan por una osteopenia que no llega a osteoporosis y una boca bastante deteriorada. «En cuanto a la dentadura, me han afectado bastante tantos vómitos y he tenido que ponerme varios implantes. Mis dientes están muy finos porque el esmalte se ha deteriorado». Mientras pasea y sigue las instrucciones del fotógrafo Eva parece relajada y confiada. No esconde que tendrá que seguir batallando cuando salga. Contra su tendencia adictiva, contra el trastorno de la conducta alimentaria. Pero tiene planes y una pareja que la espera fuera: «Ahora me han dado la incapacidad, pero es revisable. Si me recupero al 100% me gustaría seguir trabajando de camarera. Si no, me gustaría formarme en informática. Estudié marketing hace tiempo y me gusta mucho la relación con el público. Veremos».