Cáncer
Antía, una superheroína contra el monstruo del cáncer infantil
Con apenas tres años le diagnosticaron un tumor cerebral. Tras superar una larga y dura batalla, «ahora, toca ser feliz»
La historia de la pequeña Antía es un ejemplo de superación y lucha. Con apenas tres añitos le detectan un tumor cerebral. Su mundo y el de quienes la rodean cambia por completo. Ahora, tras haberlo superado, «toca ser feliz»
«Cuando convives junto al monstruo del cáncer infantil, tu vida cambia para siempre. Ya no puedes quedarte impasible, tienes la necesidad de luchar incansablemente contra él».Con apenas tres añitos a Antía le detectan un tumor cerebral. En ese instante, «toda nuestra vida, la de Antía y la de quienes nos rodean cambia», cuenta Antonio, su padre.
Dos operaciones para colocar y retirar una válvula, cuatro intervenciones para terminar de quitar el tumor, 34 sesiones de radioterapia, cuatro meses de quimioterapia con cuatro tipos de fármacos distintos... Un calvario de dos años en el que el ejemplo a seguir siempre fue Antía. «Ella ha sido la fuerza. No sólo para nosotros sino para todo su entorno». Antonio, emocionado, relata cómo en uno de los peores momentos de su vida, cuando pensaba que la vida de su hija se escapaba entre sus manos, no podía parar de recordar la frase que su hija le dijo antes de ir al hospital: «No pasa nada papá, tranquilo».
En septiembre de 2016, Antía comienza a tener dolores de barriga. Tras tres meses de idas y venidas a urgencias, visitas al pediatra y analíticas, la niña es ingresada en el Hospital Fundación Alcorcón. A medida que pasaba el día Antía se sentía peor hasta que empezó a convulsionar y fue trasladada de urgencia al hospital 12 de Octubre.
«En ese momento te das cuenta de lo importante que es un diagnóstico precoz en el cáncer infantil», explica Antonio. Y es que fue la insistencia de la doctora Hervilla, anestesista del hospital de Alcorcón, la que quizá salvó la vida de su hija. La recomendación de que a la niña se le realizase un TAC fue clave.
Sobra decir que estas pruebas conllevan radiación y que para una niña de tres años resulta más que incómoda. Su padre bajó con ella, ya que su madre estaba embarazada de 16 semanas. Aún recuerda las frases entrecortadas de los doctores: «Es muy grande», «sí, sí, tiene desplazamiento»... Hasta que al final alguien le confirmó que habían visto una masa en el cerebro.
«Ignorante de mí, tengo que reconocer que en ese momento descansé. Al menos sabíamos a qué enfrentarnos... No era consciente de lo que se nos venía encima», relata con tristeza Antonio. Todo ocurrió tan rápido, nada hacía pensar que sus dolores procedían de un tumor.
Aquí entra en escena la doctora Pascual, la primera en de dar la noticia a los padres y explicarles que su hija tenia un tumor de gran tamaño, que estaba empezando a desplazar el cerebro, agravado con una hidrocefalia severa. Hay que tener una capacidad especial para hacerlo y los padres de Antía sólo tienen palabras de agradecimiento para esta neurocirujana, no sólo por su profesionalidad a la hora de realizar todas las cirugías sino también por su empatía... «Se trata de tu hija, lo que más quieres».
Y en esta ardua lucha nunca se han sentido solos. Te cruzas con mucha gente en el camino y ves cómo algunos padres, al final, se quedan solos. Aquí, la labor de los voluntarios es muy importante. Antonio tiene un recuerdo especial de «Piruleto». Su nombre real es Fernando y a los trece años le detectaron un tumor cerebral, desde entonces todos los domingos acude al hospital para sacar una sonrisa a los más pequeños y a sus familias.
Las armas secretas de Antía
La capacidad de la niña para afrontar los tratamientos con apenas tres años era asombrosa. «Los niños enfermos de cáncer tienen una personalidad admirable, llamarles héroes se queda corto», explica Antonio. Pero Antía tenía tres armas secretas: su muñeco «Apó», su perrita Lola y la reina de su mundo, su hermana pequeña, su «tata».
Antía entendía perfectamente que tenía que pasar por determinadas pruebas para acabar con esa «cosita» o «trocito de carne» que tenía en la cabeza. Eran pruebas duras, pero las afrontaba con una madurez inusual para su edad. Tanto es así que, en ocasiones sacaba fuerzas de donde no había para ayudar a otros niños que iban a pasar por el mismo trance. Gracias a la doctora Prados y su equipo la corteza del tumor por fin se pudo «despegar» de la masa cerebral
En verano de 2017 ya podía salir de vez en cuando a la calle a jugar con sus amigas. Risueña, cariñosa y optimista, ella es muy de quedar y ver gente. En esta época Antía recibía quimioterapia, la «medicina macarrona», según ella. Y es que un día escuchó la palabra macarra y le gustó. Tras explicarle lo que significaba decidió que la quimioterapia era, sin duda, la medicina más macarra que había.
Fue una época dura. En la última intervención sufrió una crisis cerebral mantenida que le impedía hablar y mover el brazo derecho. Los médicos no podían dar garantías de que se recuperase, sólo quedaba esperar. Antía asimiló lo que le había ocurrido y, lejos de resignarse, realizaba juegos de palabras, intentaba coger cosas con la mano... «Era una fiesta cuando le salía una palabra, o conseguía coger algo. Se notaba que se cabreaba por dentro, quería comunicarse, pero no se rendía», apunta Antonio. Si alguien conseguía superarlo era ella, «no hemos conocido a nadie con ese tesón y esa fuerza», añade.
Tras una nueva crisis se obró el milagro y Antía volvió a hablar, a mover la mano y a abrazar a su querido «Apó». Una felicidad que se completó con el resultado de la primera resonancia sin evidencias de enfermedad.
«Sabemos que este tipo de tumor tiene una probabilidad de repetirse muy grande, que no hay nadie ni nada que nos asegure que la enfermedad ha desaparecido para siempre, que seguiremos sin dormir la semana entre la resonancia y los resultados, que en más de una ocasión sentiremos el miedo, pero cuando estás junto a Antía se pasa todo. Sigue siendo nuestra fuerza. Ahora toca ser feliz».
¿Cómo es la vida de Antía a día de hoy? Antonio lo tiene claro: «Feliz. Vive todo al máximo, aunque en su cabecita le quede esa cicatriz que cada mañana se revisa y se tapa según le va creciendo el pelo. Y es que la pérdida de su pelo rizado sí fue un disgusto para ella».
La historia de Antía, un guiño a la esperanza
Antía y su familia quieren que su historia sirva de guía a aquellos que están desorientados, perdidos o necesitan un poco de esperanza en su lucha contra el cáncer infantil. Una enfermedad en la que no se invierte lo necesario ni se investiga lo suficiente. Y es por eso que decidieron grabar un vídeo con Antía y su perrita Lola como protagonistas y dar a conocer a la Asociación Pablo Ugarte (APU). Una asociación sin ánimo de lucro, compuesta únicamente por voluntarios (unos 2.350 socios aproximadamente) y que, a día de hoy, aporta más del 45% de todo lo destinado en nuestro país a la investigación del cáncer infantil.
El vídeo busca sensibilizar y concienciar a la sociedad del problema y la gravedad del cáncer infantil y la necesidad del apoyo a su investigación. Hay que dejar claro que no es lo mismo el cáncer de adultos que el infantil y, por tanto, los avances en los tratamientos de mayores no son aplicables a los niños.
No es la primera vez que Antía se coloca ante las cámaras, ya lo hizo el año pasado, dando voz a esta enfermedad junto a sus primos. Y es que esta asociación ha supuesto un soplo de aire fresco para toda la familia.
La Asociación Pablo Ugarte y su lucha contra el cáncer infantil
En el Hospital Fundación Alcorcón, lugar en el que trabaja Laura (madre de Antía), la planta de medicina interna recauda todos los años por Navidad dinero a través de la venta de papeletas. Después, le dan ese dinero a la familia del empleado que más lo necesite.
El año en que comenzó la lucha de Antía decidieron que esos 1.600 euros recaudados fueran a parar a Laura y su familia. Apenas llevaban dos meses desde que apareció en su vida la palabra ependimoma, pero ya eran conscientes de la necesidad de investigación que existe en el cáncer infantil. Así que decidieron que lo mejor para ayudar a Antía era donar ese dinero a un equipo de investigación que estuviera realizando un estudio, ensayo, lo que fuese, sobre el ependimoma. No encontraron nada.
Y entonces se toparon con Mariano, presidente de la Asociación Pablo Ugarte. «Mariano es un tipo entrañable y cercano que nos presentó el cáncer infantil desde otra perspectiva. A pesar de haber perdido a su hijo Pablo, nos trasladó un optimismo muy grande».
Al cabo de varios meses, recibieron la llamada de Mariano para informarles de que la APU iba a financiar un estudio del ependimoma, dentro del programa internacional para el diagnóstico y tratamiento en el Hospital Virgen de la Macarena, en Sevilla.
«Esa es la esencia de la APU, cada uno contribuye como puede y quiere, con el único fin de acabar con el cáncer infantil en el menor tiempo posible. Cuanto más recaudemos, más se destinará a la investigación y antes acabaremos con esta dichosa enfermedad».
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