Religión
Lágrimas del Papa por la «torturada» Ucrania
Francisco rompe a llorar durante su tradicional oración ante la imagen de la Inmaculada en la Plaza de España de Roma
Se le quebró la voz. Se le enjugaron los ojos. Y rompió a llorar. No pudo continuar con su oración. Francisco tuvo que interrumpir ayer su plegaria ante la imagen de la Inmaculada Concepción en la romana plaza de España debido a su preocupación por la guerra que asola Europa. «Virgen Inmaculada, me hubiera gustado hoy traerte la acción de gracias del pueblo ucraniano…», entonó el Papa cabizbajo cuando la emoción pudo con él y las lágrimas se le escaparon. Se apoyó con una mano en la silla, guardó silencio y respiró hondo mientras quienes le escuchaban respondieron a su sollozo con un tímido aplauso que se esfumó y todos enmudecieron con él.
Entonces, el pontífice argentino retomó su alocución para lamentarse de que todavía no haya llegado «la paz que desde hace tiempo venimos pidiendo al Señor». «Todavía tengo que presentarte la súplica de niños, de ancianos, de padres y madres, de jóvenes de esa tierra torturada, que sufren tanto», sentenció Francisco. Levantando su mirada por un instante a la estatua de la Virgen, compartió que «en realidad todos sabemos que estás con ellos y con todo el sufrimiento, como estuviste junto a la cruz de tu Hijo».
En este ambiente de recogimiento, el Papa continuó su rezo acompañado a pie de calle por sus colaboradores más estrechos, entre ellos el sustituto de Secretaría de Estado, Edgar Peña Parra, además del alcalde de Roma, Roberto Gualtieri. No en vano, Jorge Mario Bergoglio reanudaba oficialmente esta tradición de orar ante la imagen de la Inmaculada después de la pandemia cuando sí mantuvo el gesto, pero fuera de agenda. En esta ocasión, se recuperó todo el protocolo tradicional. A su llegada, poco antes de las cuatro de la tarde, depositó una corona de flores blancas y amarillas, los de la bandera pontificia, a los pies de la columna de la Virgen. A continuación, saludó a los ciudadanos presentes en el lugar, entre ellos un grupo de enfermos. También se acercó hasta la embajada de España ante la Santa Sede, donde conversó durante unos minutos con la embajadoraIsabel Celaá. Se da la circunstancia de que la delegación española está de celebración en estos días por los 400 años de su sede, el Palacio Monaldeschi, situado en la plaza.
Lo cierto es que las lágrimas del Papa son el fruto de una tensión contenida desde que el conflicto estallara el pasado mes de febrero. Su compromiso personal para acabar con la invasión de Vladímir Putin arrancó cuando se presentó personalmente en la embajada de Rusia a los pocos días de desatarse la guerra en un gesto inédito en la historia de la diplomacia vaticana. Su implicación en este tiempo ha sido tal que ha llegado a mediar telefónicamente para forzar un intercambio de prisioneros y ha mostrado algo más que interés por viajar a Kiev para solidarizarse con la población. Sin embargo, precisamente desde la Secretaría de Estado de la Santa Sede han frenado sus intenciones en favor de mantener el papel neutral de mediación que se le atribuye al Papado.
Esto no ha impedido, sin embargo, que mantenga una relación más que fluida con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. Junto a estas gestiones, no ha pasado una semana hasta hoy en la que alguna de sus intervenciones públicas no haya mencionado lo que ya ha denominado como «una tercera guerra mundial en fascículos». De hecho, este pasado miércoles llegó a comparar la situación del «pueblo mártir» ucraniano con el holocausto judío.
Llegar a fin de mes
Además de tener presente a Ucrania, Francisco también pidió la intercesión de la Inmaculada para otros colectivos vulnerables. Entre ellos, tuvo presentes a los «padres y madres que a menudo luchan para llegar a fin de mes», a los ancianos y a los jóvenes, «abiertos al futuro, pero frenados por una cultura rica en cosas y pobre en valores». «Traigo especialmente a los niños, los más afectados por la pandemia, porque se reanudan lentamente para agitar y extender sus alas y redescubrir el placer de volar alto», añadió el pontífice.
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