Epidemia de suicidios
El drama del suicidio: “No podía controlar mi mente y llevaba años sin dormir, hasta que decidí que lo mejor era irme de aquí”
Hace tres años, Manuel despertó en el Gregorio Marañón y creyó que estaba muerto, que había logrado quitarse la vida; empezaba su segunda oportunidad
Hace unos pocos años, habría sido impensable que un periódico como este publicara a doble página el testimonio de un intento de suicidio. Por temor a que se produjera un efecto imitación, por incomodidad, por ignorancia. Pero la pandemia nos está impidiendo obviar por más tiempo las zonas oscuras. La tiniebla lo invade todo y no queda más remedio que tratar de poner un poco de luz. Es lo que pretende Manuel (nombre ficticio) con este relato honesto y los profesionales del Centro de Salud Mental de Retiro, que le han ayudado a reconstruirse y le han facilitado empezar una segunda vida.
El protagonista de esta historia es un hombre en la cincuentena, casado, con un par de hijos. Hace unos tres años, «ciertos problemas económicos y de la vida en general» le abocaron a un callejón que él creía sin salida. Estuvo varios meses dándole vueltas, con el ánimo hecho polvo, insomne, exhausto.
Sentado en una sala de este ambulatorio dependiente del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid, explica que «hacía tiempo que estaba metido en un hoyo, sin pedir ayuda porque pensaba que podía solo. No era capaz de controlar mi mente, llevaba años sin poder dormir. Era imposible. Igual me acostaba y a las dos o tres de la mañana ya estaba despierto para todo el día. Eso hace que estés agotado y todo vaya complicándose. Cada día me sentía más frágil, hasta que llegó un momento en que consideré que lo mejor era irme de aquí».
El alivio que le producía la ideación suicida es fácil de entender para cualquiera. El nivel de malestar llega a un grado que la muerte se antoja un bálsamo: «Piensas que ese dolor desaparecerá, que no lo vas a sufrir más porque no estarás aquí. Que tu familia estará mal unos meses y luego se le pasará, cosa que no es cierta. El sufrimiento empieza a tener fecha de caducidad. No habrá más problemas, ni más necesidades. Este es el círculo de pensamientos los meses previos».
Manuel cuenta que se fijó una fecha para quitarse la vida que aún pospondría un par de veces. Fue planeando la manera de hacerlo mientras evitaba por todos los medios que nadie de su círculo próximo adivinara sus intenciones. Él cree que cuando la voluntad de suicidarse es firme, como era la suya, no deja rastro.
En un punto se disoció por completo de las emociones, comenzó a actuar «robóticamente»: «Cuando llegó el momento, estaba como metido en una vía de tren, encarrilado e impulsado. No habría nada que me parase hasta que se acabara la vida. Y fuera». Por eso, el día marcado salió de casa «como cualquier otro, sin demostrar absolutamente nada. Fue totalmente imposible para mi entorno saber lo que iba a pasar, no di ninguna señal. Para todos fue una bofetada cuando se enteraron».
Manuel despertó en una cama del Marañón. Pensaba que estaba muerto. «Cuando abrí los ojos en el hospital creía que había llegado al cielo, que no estaba aquí. Además, una luz iluminaba desde arriba a mi mujer y veía su silueta a mi lado. Ella no se separó de mí ni un minuto».
Tardó en volver del coma, por momentos parecía que no lo iba a lograr por la contundencia de lo que había tomado. Una vez consciente, en lugar de frustración por la tentativa abortada se llenó de gratitud. «Sentí un agradecimiento pleno por esta segunda oportunidad que me daba la vida. Los meses posteriores con mi familia entera fueron como una luna de miel. Entre otras cosas, retomé la relación con mi padre, que siempre fue conflictiva. Hablamos mucho. Me apoyaron y entendieron por lo que había pasado».
Pese a que el entorno fue crucial en su recuperación, está seguro de que, por mucho amor y cuidado que le pongan, los familiares no están preparados para ofrecer el tipo de ayuda que se necesita después de volver de la muerte. Además, uno trata de evitar hablar machaconamente sobre lo mismo porque «se es consciente del gran dolor que produce».
La presencia en la sala en la que tiene lugar esta conversación de María Mallo, psicóloga clínica, y Adrián Capllonch, psiquiatra, valida su testimonio sin necesidad de apostillas. Sentados a ambos lados de Manuel, su actitud silente expresa lo que Manuel califica de «calidez, ausencia de juicio, cercanía y comprensión de la de verdad».
Manuel tuvo la suerte de ser derivado tras su ingreso al Programa de Atención al Riesgo de Suicidio (Prisure) de este centro de Retiro. Pionero en su género, fue puesto en marcha en 2014 y ha sido replicado en Moratalaz, también dependiente del Marañón. Ofrecen una intervención ambulatoria inmediata, intensiva, integral y multidisciplinar para pacientes adultos con riesgo moderado-alto de suicidio.
«Lo más probable es que lo hubiera vuelto a intentar de no ser por esta gente. Lograron revertir por completo mi estado de ánimo. Gracias a sus pautas y a las herramientas de la terapia, junto a la medicación, logré salir adelante y llegar hasta aquí», continúa. Han sido muchos meses de trabajo, de ir rebobinando hacia atrás en su biografía para comprender ciertas cosas, darse cuenta de la depresión que arrastraba y establecer unos cimientos firmes sobre los que volver a asentarse.
«En un principio, el seguimiento fue mucho más intenso. Venía constantemente y desde Enfermería me llamaban a diario, solo para saber cómo estaba». Pensar ahora en recibir el alta definitiva le da un vértigo enorme porque, aunque está «muchísimo mejor, más fuerte», sabe que en cuanto pone un pie aquí está en puerto seguro. «De verdad, me siento totalmente arropado, es un entorno cálido desde que entro por la puerta y me sonríe la persona de recepción».
El equipo multidisciplinar que han puesto en pie los trabajadores de este centro de la calle Lope de Rueda, por la que Manuel pasó millones de veces sin saber que iba a ser tan determinante para su supervivencia, funciona. Tiene un éxito del 100%: de los más de 300 pacientes valorados, solo ha habido tres muertes de personas que, o bien no llegaron a entrar en el programa, o lo habían abandonado. Nadie les ha puesto más recursos, pero de la conversación con ellos se desprende que están motivados como pocos sanitarios estos días. El trabajo en equipo de Enfermería, Trabajo Social, Psicología, Psiquiatría y los internos que pasan por aquí parece contener también la angustia de las situaciones límites a las que ellos mismos se enfrentan a diario.
La psicóloga María Mallo explica que el suicidio es un fenómeno multicausal causado en un 80% por trastornos previos y en un 20% por un cúmulo de circunstancias que les colocan en una situación de desesperanza. No existen mapas, ni rutas prefijadas, aunque ella tiene claro que «predecimos poco, pero prevenimos mucho». Esta creencia de que sí, que se puede, que hay opciones y salidas para los que no las encuentran solos es compartida por Manuel: «Si supiéramos que existen estos recursos se evitaría muchísimo sufrimiento. Es muy probable que, de haberlo sabido, aunque fuera en secreto, yo mismo habría intentado entrar y pedir ayuda. Segurísimo».
El incremento de las tentativas suicidas no es una pandemia silenciosa, se trata de una que hace mucho ruido. Con las cifras que se manejan desde que empezó la crisis del coronavirus, es estadísticamente imposible que no nos haya tocado de cerca. Pese a que a Manuel lo vivió en tiempos precovid, no se le escapa que este tipo de programas «es imprescindible en un momento como este. Vivimos una época muy complicada, la gente se siente muy insegura. La crispación nos rodea por todos lados».
Cuanta más naturalidad en la forma de tratar esta tragedia, menos estigma y más prevención natural, orgánica. «El suicidio es algo que ocurre todos los días, no es una cifra a ocultar. Se hacen grandes campañas para evitar el maltrato de género, por ejemplo, pero el maltrato que se da a la familia de una persona que se suicida es muy fuerte. Sé que es algo que a la gente no le gusta escuchar, que alguien se quita la vida. Yo me di cuenta de que lo que me pasaba no era algo particular mío, lo sufre mucha gente», concluye. En 2020 se suicidaron en España 3.941 personas, según datos del INE. Un 7,4% más que el año anterior y la cifra más alta de nuestra historia. Continúa siendo la primera causa de muerte no natural.
Cuando se aproxima su «segundo cumpleaños», la familia de Manuel, sin decir nada, se va posicionando a su alrededor, como para protegerlo. Aún son pocos los que saben de este aniversario, apenas un puñado de familiares de su núcleo duro. Le queda una conversación pendiente, quizá la que resulte más difícil, con sus hijos. Ahora sabe que tendrá tiempo.
https://telefonodelaesperanza.org/
https://www.plataformanacionalsuicidio.es/
(El Teléfono contra el Suicidio anunciado por el Gobierno sigue sin estar disponible)
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