Covid-19
La voz de Rebeca suena desgarrada al otro lado del teléfono. En un primer momento, se enfada porque cree que la llamada es de alguien que le reclama otra factura. Desde que su marido apareciera muerto el martes de la semana pasada en la cocina de su bar, no han cesado de acosarla para cobrarse las deudas: «No dejan de llamar, cada minuto, cada minuto, yo me voy a hacer cargo, pero esto es una locura, por favor, que me dejen respirar un momento».
Todo apunta a que Raúl Aparicio, de 47 años, dueño del bar vallisoletano «Las Torres», se quitó la vida agobiado por la situación desesperada que vive el sector desde que comenzó la pandemia. Pero ella no se lo explica porque su marido no tenía problemas psicológicos, era un «currante», y le pesa en el alma no haberlo visto venir. Estaban intentando salir adelante por todos los medios, como siempre, «toreando lo que nos venía». «No me lo esperaba, él no daba un paso sin mí, pero no supo contar conmigo para esto. No sé qué se le debió de cruzar por la cabeza», cuenta entre sollozos.
Sus hijos, una niña de 16 años y un niño de once, están en la otra habitación. No quiere que le oigan hablar porque a la pena terrible por haber perdido «al hombre de mi vida» se suma la ira por la injusticia que quiere denunciar a este periódico. Asegura que a la hostelería la están tratando «como a lo peor, no nos están dejando ninguna opción. Cuando al principio de la pandemia todo estaba cerrado, la gente salía y aplaudía a las ocho de la tarde, pero como ahora solo están cerrados los bares no le importa a nadie». El bar en el que su marido ya hacía los deberes cuando era pequeño iba bien hasta que llegó la Covid-19. Trabajaban dos personas en la cocina, un camarero, la limpiadora y Rebeca iba de vez en cuando a echar una mano.
Cuando el panorama se puso tan negro, ella pidió una excedencia en Mercadona para estar al lado de su marido. En las últimas semanas, solo estaban ellos dos al frente del negocio, haciendo el trabajo de seis personas. Hasta el fin de semana pasado, que se permitió la apertura de terrazas, Valladolid llevaba un mes con el cierre total de la hostelería. Solo estaba autorizado el reparto a domicilio. «Quien crea que esto se puede mantener con dos cafés para llevar es que no se ha enterado de nada. Lo han hecho mal, muy mal», se queja.
Las ayudas no llegan y los pagos, los impuestos, no se interrumpen: «A todo el mundo le han permitido seis meses de carencia y a nuestros negocios, nada. O te das de baja y cierras o no optas a ninguna subvención. Solo nos han ofrecido préstamos y más préstamos, todos lo que queramos, cuando antes del coronavirus no había forma. Es todo una gran mentira».
No entiende por qué se está dañando «tanto al obrero, al grande nunca le van a hacer nada, y luego anuncian ayudas para empresas de 250 trabajadores, pero es que España está hecha de negocios pequeños y medianos». Dice que la subida a los autónomos dada a conocer ayer le parece una broma, el remate total: «Cada vez nos creemos menos, es un chuleo». Rebeca no se quita de la cabeza las imágenes de estos días. Riadas de personas apiñadas en las calles viendo las luces de Navidad mientras se proscriben los bares y restaurantes, donde «lo hemos hecho todo bien».
El bar «Las Torres», en la calle Tirso de Molina, es muy popular en el barrio de La Rondilla. La conmoción por el suicidio de Raúl ha sido enorme y los vecinos han llenado la entrada de velas en homenaje. «Lo quería todo el mundo. Podía haber tirado de muchísima gente, pero se lo comió él solo», cuenta su viuda. El local servía desayunos desde el alba, a las seis de la mañana abrían para dar café a «los más mañaneros» y por la tarde muchos pasaban a comer una hamburguesa antes del cine. «Hacíamos la comida a mucha gente para que no cocinaran el día que descansaban. Estábamos siempre para los clientes; cuando no había para nada no importaba, armábamos la marimorena», recuerda.
El hogar de los Aparicio aún está lleno de las pancartas que Raúl había confeccionado para la protesta que debía tener lugar el pasado martes por una crisis que en lo que va de año ha causado el cierre del 15% de los locales. Para el año que viene, las previsiones son mucho peores. Hasta el 50% de los bares y restaurantes de toda España podrían echar la persiana. Una situación imposible para muchos pequeños empresarios como Raúl, que no pudo soportar tanta presión sin salida. No ha sido el único. Antes que él, otros dos propietarios de casas de comidas en Sevilla también se quitaron la vida.