Beirut
Un peregrino con debilidad por España
Cinco continentes y 24 países ha visitado el Santo Padre. Dos de ellos, su Alemanía natal y España, han merecido tres visitas papales en siete años
La primera, en julio de 2006, con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias. En Valencia, Benedicto XVI recordó que la familia es el núcleo esencial de la vida. Peregrino en Santiago de Compostela, cuatro años después, el Papa se volvió a meter a los españoles en el bolsillo al proclamar al mundo que sólo el Camino, la Verdad y la Vida llevan a Dios. En realidad, ésta ha sido la nueva evangelización que ha llevado Benedicto XVI, en sus visitas a Austria, Turquía, Líbano, Brasil, México, Cuba, Reino Unido y las lejanas tierras de Australia, entre muchos lugares de los cuatro continentes. En todos y cada uno de sus viajes, ha sido el gozo de vivir, la bienaventuranza y la dicha de creer, lo que más viva y profundamente ha predicado este Papa. En Barcelona, ante la Sagrada Familia, como en Beirut, el Papa se mostró contrario a la guerra y a la enemistad. No había pasado un año, cuando pisaba de nuevo suelo español. Decenas de países de todo el mundo retransmitieron su llegada en directo al Aeropuerto de Barajas. Millones de jóvenes pudieron escuchar, desde la capital de España, la palabra valiente de este Papa frente a los que «se creen dioses y deciden sobre la vida y la muerte». Fue a esas muchachas, a esos muchachos, a los que pidió su oración para sostenerse y animó a entregarse al amor, que es lo que de verdad transforma y renueva todo. Cuando empezaba nuestra quiebra moral, Benedicto XVI eligió nuestra patria para recordar al mundo que una tolerancia y una permisividad totales no son sinónimo de felicidad. En Madrid, como en Ratisbona, París o La Habana, el Papa plantó cara a quienes promueven la permisividad total y defienden que las cosas no son lo que son, sino lo que interesa que sean. Los españoles estamos en deuda con este Pontífice clarividente y santo, que nos eligió tres veces para anunciar el Evangelio y recordar al mundo que la Iglesia no tiene otra riqueza, ni otra respuesta, ni recurso alguno que Jesucristo, como Dios y hombre real y concreto. Y que la Iglesia, en su nombre y siguiéndole a Él, no se callará nunca a la hora de predicar el tesoro de la fe, aupar la vida y dar esperanza con respuestas claras, precisas y posibles a la mujer al hombre de hoy. Benedicto XVI no habló nunca en sus viajes ni como político, ni como sociólogo; tampoco como economista, sino como hombre de Dios. Y lo hizo siempre desde la pasión por el hombre en su realidad total. Joseph Ratzinger ha mostrado en sus viajes el rostro más humano del Creador con palabras de carne. Con hondura y pensares y sentires muy recios. Está claro que a Benedicto XVI le gustaba España. Después de viajar por todo el mundo, ha decidido vivir hasta el final la fragilidad humana. Como Teresa de Jesús, este Papa, tan trajinado como ella, sabe que nuestra única certeza es una Cruz y que, si de algo precisamos, es de «la industria de la oración» para que florezca una humanidad nueva en favor del hombre. Quien no ora no conoce a Dios ni entra en su voluntad. El Papa se va a orar. No me extraña. A fin de cuentas, un Papa, como cualquier cristiano, sólo es, sólo vale, lo que su oración. No hay más.
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