Bruselas
«Para los radicales no somos más que basura»
Huyó de Pakistán para evitar la cárcel, donde están su hermana y su cuñado por blasfemia. Es el rostro de la Memoria anual de la Iglesia
Joseph Anwar es cristiano, católico para más señas. Esta circunstancia, que para cualquier personas en Occidente no tendría mayor relevancia, en su país, Pakistán, es una cuestión de vida o muerte. Ser cristiano en este país asiático es sinónimo de falta de derechos, de pobreza, analfabetismo y discriminación social. Y también de persecución, porque en esta república islámica, cualquier ciudadano puede acusar a otro de blasfemia, sea verdad o mentira, según una legislación que data de 1986. La mayoría se dirigen contra los cristianos, que se ven indefensos, acaban en las cárceles condenados a muerte –el ejemplo más conocido es Asia Bibi– y, en el mejor de los casos, huyen a otros países.
Uno de estos últimos es Anwar, con el que se ha volcado la Iglesia en Valencia y que hoy cuenta su historia en la Memoria anual de actividades de la Iglesia católica en España, a las 19 horas en el Colegio Maravillas de la capital de España. Llegó a España en 2013, donde consiguió el estatus de refugiado, tras huir de una de las muchas falsas acusaciones de blasfemia que se vierten cada año contra los cristianos. Fue advertido por la detención de su hermana y su cuñado, que hoy siguen en la cárcel y sobre los que pesa una condena a muerte. El matrimonio fue acusado falsamente de «enviar a través del teléfono mensajes blasfemos al presidente de una asociación de abogados y al líder de una mezquita». Así narra los hechos: «Fue el 21 de julio de 2013. Me avisan de que mi hermana y mi cuñado han sido detenidos y horas después, me llama la Policía diciéndome que me van a venir a buscar. Enseguida me pongo en contacto con gente de Iglesia, apago el móvil para que no me localicen y empiezo a hacer gestiones para salir del país. Tuve que pagar mucho dinero para poder viajar a España».
El joven, que ahora vive bajo la tutela de los Salesianos en Valencia tras haber pasado por un centro de refugiados, explica a LA RAZÓN que es imposible que su hermana y cuñada enviaran estos mensajes pues no tenían los teléfonos de esas personas. «De todas formas –añade– consiguieron que mi cuñado se autoinculpase con torturas y amenazándole con hacer daño a su esposa. Confesó para evitar el sufrimiento de mi hermana».
Está muy preocupado por la salud de estos familiares y por eso quiere que se conozca su caso a nivel internacional. Ha llamado a todas la puertas –civiles y religiosas– e incluso ha viajado hasta Bruselas. Tampoco descarta la ayuda del Papa Francisco. «Mi hermana tiene 40 años y parece que tiene 80. Para los musulmanes radicales, los cristianos no somos más que basura y así nos tratan. Somos refugiados en nuestro propio país, no tenemos derechos», explica.
Otra de sus preocupaciones son sus cuatro sobrinos, que están a cargo de una ONG en Pakistán y a los que querría traer a España. Tiene tarjeta de residencia, pero necesita un trabajo estable. Por lo pronto, hace unos días que empezó a trabajar en una empresa textil en la ciudad del Turia, aunque, como él mismo reconoce, «todavía estoy a prueba».
En medio del sufrimiento, Anwar mantiene la esperanza, que dice se sustenta en su fe en Jesucristo: «Me mantengo en contacto con mi hermana a través de la oración de cada día». Sigue creyendo que algún día toda su familia volverá a reunirse. Mientras tanto, pide a Occidente que sea consciente de la situación en la que viven los cristianos en Oriente y «proponga un plan». «Estamos muy disgustados porque nos han olvidado, porque no hacen nada por nosotros. Los países cristianos tienen que salvar a todos aquellos que sufren persecución. Somos hermanos, parte del mismo cuerpo; deberían sentir nuestro dolor. Por favor, ayudadnos», añade. Del mismo modo, advierte de la amenaza de los musulmanes radicales para nuestro país. Le parece especialmente importante: «Estamos alimentando y acogiendo a nuestros enemigos, les estamos abriendo las puertas».
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