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El viaje que Benedicto XVI no hizo a España

LA RAZÓN publica un extracto de la biografía de Antonio Mª Rouco Varela, en el que desvela detalles de su relación con Francisco y con el Papa emérito

El viaje que Benedicto XVI no hizo a España
El viaje que Benedicto XVI no hizo a Españalarazon

La historia evoluciona y el cardenal Rouco Varela ha sido testigo de primera mano de la renuncia de Benedic­to XVI y de la elección del Papa Francisco. Pero de lo que ha sido testigo, y testimonio, en su vida, es de la conti­nuidad del valor de la sucesión apostólica, de la elección pontificia y del magisterio pontificio. Los pastores de la Iglesia con su cabeza, que es el obispo de Roma, mantu­vieron siempre viva la tradición. «Por tanto —señala—, viva quiere decir fielmente. No han entregado nunca la Palabra, la verdad, los sacramentos, distinta de la que reciben del Señor, sino que es siempre la misma. Y la han entregado como respuesta a cada época y a cada momento histórico, hasta hoy mismo. La Iglesia queda ya diseñada en la vida histórica de Jesús, sobre todo en­tendida, comprendida y realizada en el momento de la Pascua. Los doce fueron llamados por el Señor antes (...).

En la valoración del pontificado de Pablo VI, de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, y del tiempo que llevamos del Papa Francisco, hay una continuidad clara en la pre­ocupación por aplicar el Concilio Vaticano II en el con­texto vivo de la tradición de la Iglesia y no fuera de ella. Y, por lo tanto, con la preocupación de que se den formas y modos institucionales o pastorales de la relación con el mundo en los que lo sustancial sea la experiencia de la fe y de la vida de la fe, ser testigos ante el mundo de la sal­vación de Cristo. Esa preocupación es una constante de los pontificados y les une como el hilo de oro de las in­tenciones de los Papas a la hora del ejercicio de su ma­gisterio. Consiguientemente, con una proyección pas­toral y misionera evidente, que termina en la apelación a la Nueva Evangelización, incluso a la hora de poner en circulación la expresión «nueva evangelización», que no era conocida, que no se usaba antes del Vaticano II.

LA RENUNCIA DEL PAPA EMÉRITO

Un «apóstol itinerante»

Otro aspecto de esa preocupación fundamental de los cuatro Papas en el ejercicio del magisterio, señala el cardenal Rouco Varela, es la preocupación por el viejo mundo cristiano, las viejas sociedades cristianas, entre las que incluyen de algún modo también las de Améri­ca, las de América del Norte y América del Sur. Tras el Sínodo de los Obispos de 1999 sobre Europa, la exhor­tación postsinodal Iglesia en Europa usa la expresión «apostasía silenciosa». Es un hecho y un dato determi­nante que explica el sitio en la vida, el contexto existen­cial, la fórmula y el modo de la elección de los temas, de la centralidad de los mismos, y de la hondura espiritual y diríamos casi sobrenatural de la fe y del juicio de la fe con respecto a los momentos históricos que atrave­samos.

Don Antonio María confiesa que tenía un secreto de­seo de que Benedicto XVI volviese a España para una vi­sita ya centrada en la Iglesia en España, en el conjunto de la Iglesia en España, no sólo en una diócesis concreta. Había visitado la iglesia de Santiago de Compostela, con su significado tan vigorosamente expandido y vivo como ser meta del camino de la fe de Europa, camino de pere­grinación cristiana. Vino a Barcelona, con la inaugu­ración de ese prodigio de arte y de fe que es la Sagra­da Familia. Pero no al conjunto de la Iglesia en España. Y necesitábamos que viniese. Ahora espera que venga el Papa Francisco, que es un Papa peregrino del mundo, un apóstol itinerante, un Pedro entusiasmante.

Es hora de entrar en la renuncia de Benedicto XVI. ¿Cómo la vivió el cardenal Rouco Varela? «La verdad —contesta sin tomarse un minuto de silencio— es que la forma como la opinión mundial, en todos los rincones del planeta, por parte de todos los grupos, instituciones y realidades culturales y sociales de todo tipo y, por su­puesto, también del mundo de las religiones y del mun­do cristiano no católico, han vivido y han manifestado su respuesta personal y colectiva a la noticia de la renun­cia del Santo Padre demuestra hasta dónde llega la fuer­za y la luz de un Papa peregrino. Benedicto XVI ha sido un Pedro del siglo XXI, peregrino y testigo nuestro de la fe. No hay nadie más en el momento actual de la huma­nidad que pueda cumplir esa misión, sólo el Papa. Y con él, naturalmente, toda la Iglesia, el episcopado mundial, toda la Iglesia católica. Pedimos al Señor que siga guiando a la Iglesia a través del Espíritu. Quien guía a la Igle­sia es Cristo, el Hijo hecho hombre, resucitado, ascendi­do a la derecha del Padre, y que envía el Espíritu. El Espíritu no viene a la Iglesia desde otra fuente que no sea la de Él. Pensar que hay una acción del Espíritu al margen de Cristo y de la acción eclesial o de la acción fundante de la Iglesia por parte de Cristo, en la Palabra, en los sacramentos, en la ordenación comunitaria en torno al ministerio de la sucesión apostólica, es no dar con el Espíritu, es no encontrarse con el Espíritu».

Este libro, acta narrativa de un género de diálogo auto­biográfico, no podría concluir sin unos últimos compa­ses sobre la marcha de la vida de la Iglesia en la elección del Papa Francisco. Máxime si quien es su protagonista ha sido testigo privilegiado de los dos últimos cónclaves, y de la novedad de la renuncia, en la época contemporá­nea, de un Papa al ejercicio del ministerio(...).

El cardenal ha sido testigo de los acontecimien­tos recientes que han cambiado la Iglesia y el mundo. ¿Existen dos cónclaves distintos, el de la realidad y el de los medios de comunicación? Las Congregaciones Gene­rales se desarrollaron, apunta, en un ambiente fraterno, abierto. Sin ninguna tensión. «La impresión que uno tie­ne, tanto del Colegio Cardenalicio al que le cayó la res­ponsabilidad de la elección del sucesor de Juan Pablo II como de aquel al que le cayó la elección del Papa Fran­cisco, es que es un colegio que ha vivido esos dos mo­mentos con una visión muy profundamente sobrenatu­ral de la vida de la Iglesia. Una actitud de mucha apertura y de mucha fraternidad entre todos. Con un deseo de ofrecer o de vivir los cónclaves en un clima de comunión que la Iglesia pudiese percibir como tal. Por lo tanto, la realidad está mucho más allá de la interpretación, digamos, que viene desde los ambientes sociales, civiles, cul­turales, profanos. Los resultados, bien conocidos y obje­tivamente comprobables, lo corroboran. El cónclave de la elección del Papa Francisco duró también dos días. Es verdad que fue necesaria una quinta votación. Una vota­ción más que en el caso del Papa Benedicto XVI, pero, en definitiva, también fue un cónclave breve», comenta.

Insiste en establecer una línea de continuidad entre el cónclave que eligió a Benedicto XVI y el que eligió al Papa Francisco. En el caso del cónclave de Benedic­to XVI, en cuatro votaciones se llegó a la llamada conver­gencia, en el caso del Papa Francisco, en cinco votacio­nes. Por lo tanto, «había una voluntad clara y neta del Colegio de acertar respondiendo a la voluntad del Señor, a la voluntad de Dios. Segundo, responder a esa volun­tad de Dios de una forma en que los aspectos más huma­nos y los aspectos más personales, o más de grupo, que­dasen subordinados al bien general de la Iglesia. La convergencia, por tanto, se produjo relativamente pron­to. Creo —sintetiza— que eso es lo que hay que decir. Es lo que hemos vivido con el espíritu propio de la Iglesia, de una Iglesia vivida en clave de comunión, en un mo­mento en que la presencia y la acción del Espíritu sobre la Iglesia, sobre todo en el grupo de los obispos cardena­les que eligen al Papa, han sido muy intensas. Un mo­mento en el que la oración ha jugado un papel muy im­portante».

Como se ha insistido con frecuencia, las Congrega­ciones previas al cónclave jugaron un papel relevante (...). Es evidente —señala— que si hay cinco votaciones es que hay más de un candidato. Si hubiese sólo uno, hubiera sa­lido ya a la primera. En eso no se puede olvidar la historia de los cónclaves, particularmente del siglo xx. Hay que ad­vertir que efectivamente todas las especulaciones perio­dísticas sobre candidatos, votos, números, vistas desde los que hemos tenido la experiencia de los cónclaves, no son lo más acertadas que se puede uno imaginar, sobre todo si uno analiza los datos objetivos, incluso los que son abier­tos y ciertos. De los Papas del siglo XX, los dos únicos que entraron como tales con la opinión pública unánime, la publicada y la no publicada, fueron Pío XII y Pablo VI. De los demás, de todos los que se habían predicho, ninguno fue elegido. El caso de Pío XII fue singular, lo recuerdo bien, salió a la segunda votación, y Pablo VI a la tercera. Los demás ya nunca. Sólo fijándose en los datos objetivos, que son accesibles a todos, se puede hacer la hermenéutica acertada. Lo otro son especulaciones que no tienen fuerza ni valor histórico. Hay que tener en cuenta también que no haya actas de los cónclaves. Después de cada sesión de vo­tación se quema toda la documentación, todos los papeles personales y públicos que existen se queman. Incluso el acta final, que es la única que queda, es un acta, desde el punto de vista de la curiosidad de detalles, extraordina­riamente parca. Lo que se dice es que el Papa fue elegido a tenor del artículo tal y tal, y del párrafo tal, de la Constitu­ción Apostólica, en este caso Universi Dominici Gregis, y punto. Y que aceptó la elección, y que se puso el nombre tal y tal. Pero no se dice: «Pues tuvo tantos votos». Eso no aparece en el acta. ¿Influye el cónclave de los medios de comunicación en el cónclave real? A veces, contesta el cardenal Ronco, «uno se dice: "Hombre, yo no sé con qué método llegan a estas conclusiones". No sé si a base de relacionar suge­rencias e impresiones se pueden sacar las conclusiones que se sacan. La verdad es que en un riguroso examen de metodología histórica, nada de eso tiene consistencia. La síntesis ha sido que hemos vivido esos momentos, con nuestros defectos y pecados, que son propios de toda persona humana, también de los cardenales de la Iglesia católica, con un espíritu muy profundo de Igle­sia, en un ambiente de mucha comunión personal, espi­ritual y apostólica y, por lo tanto, también con un gran clima de cordialidad personal y humana, un aconteci­miento del Espíritu. Y, por supuesto, no creo que las in­formaciones de la prensa influyan mucho en la forma­ción de la opinión de los cardenales. Nos atenemos a los datos objetivos que creo que conocemos, tanto de la si­tuación de la Iglesia como de los posibles candidatos o de los posibles cardenales que sus hermanos piensan que son aptos para ser elegidos como obispos de Roma y sucesores de Pedro y pastores de la Iglesia universal».

Cuando el cardenal Rouco Varela entró al cónclave de elección del Papa Francisco era considerado uno de los cardenales veteranos. Los veteranos se conocen más que los nombrados recientemente. Recuerda que hay mo­mentos en la vida ordinaria de la Iglesia actual, que pro­ceden de la renovación, de la reforma o de la legislación conciliar y de su aplicación, que facilitan ese conoci­miento más o menos periódico entre cardenales. Los sí­nodos, por ejemplo (...).

Mucho se ha dicho, y se ha especulado, sobre su rela­ción con el cardenal Bergoglio. Vayamos a los datos. Co­noció personalmente al cardenal Bergoglio cuando vino a dirigir los Ejercicios Espirituales a Madrid en el mes de enero del año 2006. En el año 2004 le había invitado como presidente de la Conferencia a que dirigiera los Ejercicios. Le ofreció como posibles fechas 2005 o 2006. Él aceptó y prefirió el año 2006. Fue una relación de di­rector de Ejercicios que era un cardenal, al que querían atender bien, con un ejercitando que quería hacer los Ejercicios lo mejor posible. Apunta que «no sé si eso re­sultó por mi parte». El texto de esos días está publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos con el título de En Él sólo la esperanza. Señala que los Ejercicios «fueron muy ignacianos, por lo tanto, entrando en toda la cues­tión de la conversión personal y de la conversión, diría­mos, pastoral. Es decir, el obispo, al hacer examen de con­ciencia, hace también examen de cómo cumple con todo lo que le pide Cristo a través del sacramento del orden en su grado último del episcopado, en su oficio concreto de obispo de una diócesis de un país concreto. Fueron unos Ejercicios que te colocaban ante esa gran tarea. Los dio con mucha finura personal, mucha sencillez y con una normalidad fraterna. No es que llamase la atención en relación con lo que ya vivíamos los obispos españoles. Había una sintonía plena. Se lo agradecimos mucho».

A los pocos meses, don Antonio María hizo un viaje a Buenos Aires. Tuvo la ocasión de volver a encontrarse con él en la capital argentina, donde estuvo toda la sema­na de Pascua del año 2006. Le habían concedido el doc­torado honoris causa de la Universidad FASTA, un movimiento católico argentino que tiene la sede en Mar del Plata. El acto de concesión fue precedido y seguido de actividades en Buenos Aires, con una conferencia en la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires, de la cual el cardenal Bergoglio era gran canciller. Y de una misa en la Catedral de Buenos Aires. Mantuvieron varios encuentros, también con sus obispos auxiliares. Recuer­da particularmente un almuerzo en el Palacio Arzobis­pal. No se le va de la memoria el hecho de que «el carde­nal Bergoglio fue a recibirnos, me acompañaba en ese viaje monseñor Fidel Herráez, al aeropuerto a las tres de la mañana, y allí estaba esperándonos. Cuando nos mar­chamos, también quería ir a despedirnos a altas horas de la madrugada, pero le insistí en que no hacía falta. Fue una relación muy fraterna, de hermanos, con una sinto­nía personal y pastoral total. Después hemos tenido al­guna ocasión de llamarnos y de escribirnos, de llamar­nos por teléfono sobre todo».

Califica su relación con el Papa de «muy en sintonía personal, tanto desde el punto de vista de la forma de vi­vir y de ejercitar el ministerio episcopal como de la for­ma de comprender, entender, explicar y querer realizar el ejercicio del ministerio de acuerdo con la voluntad de Dios y en el momento actual de la Iglesia. Bueno, y con una relación personal inmediata muy cordial».

EL PONTIFICADO DE FRANCISCO o cómo vivir a fondo la fe

A estas alturas del libro, el cardenal Rouco Varela in­siste en algunos aspectos del pontificado del Papa Fran­cisco que le parecen especialmente relevantes. Uno de ellos, «la voluntad de encontrar y de vivir a fondo la di­mensión espiritual de la vida cristiana. La calidad, hon­dura y autenticidad espiritual del trabajo pastoral y apostólico, eso lo está poniendo de manifiesto día tras día. Más allá de todo lo que anecdóticamente se dice, creo que ésa es la línea, el cautas firmus de los primeros meses de pontificado, tanto en sus homilías, en sus catc­quesis, como en su forma de presentarse y de actuar. Si uno lee despacio sus textos, te dices: "Aquí estamos ante un gran padre espiritual de la iglesia". Por lo tanto, nada manipulable, política y socíalmcnte. Y, si me apuran, ni mediáticamente tampoco. Esos rasgos que caracterizan su ser de padre espiritual de la Iglesia, que la Iglesia ne­cesita hoy, en este momento concreto del Año de la Fe, de la Nueva Evangelizaeión, cincuenta años después del inicio del Concilio, después de los grandes de Pablo VI, de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, son lo que necesita la Iglesia».

El cardenal Rouco Varela tiene, en este contexto, un recuerdo especial para Benedicto XVI. Su imagen le sugiere, «primero, mucha ternura. Y diría­mos afecto, sobre todo cuando los has conocido, los has tratado. Segundo, son unas personalidades espiriluaí-mente muy hondas y auténticas desde el punto de vista tanto de la experiencia de Cristo como de la experiencia de la Iglesia. Y, luego, muy sugerentes desde el punto de vista pastoral, teniendo en cuenta el presente y el futuro de la Iglesia y las condiciones en las que los hombres de Iglesia, los pastores de la Iglesia, acceden ahora a su mi­nisterio. La sociedad actual es una sociedad con más personas mayores y menos personas jóvenes. Y, tam­bién, una especie de experiencia de la verdad y de la ri­queza de lo que es la comunión en la Iglesia, el principio de comunión. Pues ahí está: un Papa que dice que se va, renuncia a su oficio, no puede renunciar a ser obispo, eso no (...).