Las correcciones

Putin ya ha ganado la guerra (o eso piensan en la Plaza Roja)

El acuerdo de «paz por territorios» que sugiere Trump es música celestial para el jefe del Kremlin

Escribí a una colega de Rusia tras conocer la sorprendente victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses (sorprendente no por la victoria en sí sino por su magnitud). «Aquí están eufóricos», me contestó. Tanto el presidente Vladimir Putin como su peón en Hungría, Viktor Orban, descorcharon botellas de champán el 6 de noviembre. La euforia de Moscú es comprensible si rebobinamos las declaraciones de Trump y su equipo durante la campaña electoral. El presidente electo prometió poner fin a la guerra en 24 horas. No dijo cómo, pero sugirió un acuerdo de «paz por territorios» que exigiría a Volodimir Zelenski la entrega permanente de franjas del Donbás a su invasor. Ucrania podría verse obligada a asumir un estatus de neutralidad durante veinte años o aceptar garantías de seguridad colectiva como la OTAN o similares, lo que dejaría al país como Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, dividida entre las potencias occidentales y el neoimperialismo ruso. Parece claro que la «pax trumpista» es música celestial para el Kremlin. De ahí la euforia descrita. Trump no es un político convencional pero entre sus virtudes sí está la transparencia de sus postulados políticos. No nos sorprenderá si llega a un acuerdo rápido con Vladimir Putin. Lo único que podría hacerle cambiar de opinión es si su futuro secretario de Estado, el senador Marco Rubio, le convence de que a Estados Unidos no le interesa un Putin envalentonado a las puertas de Varsovia. A Trump no le gustan las guerras, pero menos parecer débil.

Mientras los líderes europeos esperan lo mejor (que Trump reaccione ante la vergüenza de un pacto rápido con Moscú), deben prepararse para lo peor (el abandono de EE UU de Ucrania). Es muy posible que los aliados de la OTAN se vea obligados a elegir entre tragar con la retirada trumpista o se enfrentarse en solitario a la agresión de Putin en Ucrania.

La victoria arrolladora de Trump nos dice dos cosas: que el magnate no es un accidente de la Historia y que los estadounidenses se han cansado de ser el gendarme del mundo. Europa ha dependido durante demasiado tiempo del paraguas de seguridad de Estados Unidos. Es hora de ser el adulto en la habitación. Francia, Alemania y Reino Unido son perfectamente capaces de desplegar fuerzas convencionales suficientes para disuadir al matón de Putin, cuyas limitaciones militares han quedado muy expuestas en estos dos años y medio de guerra. El ejército ruso, que presumía de ser el segundo más poderoso del mundo, fracasó estrepitosamente a la hora de arrollar a un vecino más pequeño y desarmado. Es la hora de crear una política de seguridad europea verdaderamente independiente. A ello no ayuda las limitaciones del viejo continente como potencia militar. Hay que revisar la industria de la defensa para corregir duplicidades y ser capaz de fabricar con más rapidez y a mayor escala. El cambio de mentalidad que se requiere es colosal y la falta de un liderazgo fuerte en Francia y en Alemania con Emmanuel Macron y Olaf Scholz de salida no ayuda, pero la magnitud del desafío no nos deja alternativa. El orden internacional basado en reglas creado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial se ha resquebrajado. Europa debe garantizarse su propia seguridad por una cuestión de pura supervivencia. Es un imperativo.