El buen salvaje
¿Pueden unos gatos ganar elecciones?
Capote le hubiera preparado un cóctel a Taylor Swift y le diría: «Querida, lo único que me gusta de ti es tu novio»
Desde que Taylor Swift se puso del lado de Kamala Harris, la caverna progre no hace más que alabar los cánticos de la rubia y candorosa cantante, la novia de América al que el malvado Trump no puede ponerle las manos encima. Es el mito. Susan (Sontag) y los viejos. Las amazonas. En fin. Siento aniquilar los ánimos, pero los dineros conseguidos después del sí de la niña no resultan suficientes para poner, por ejemplo, una nave en órbita y lanzarse con los amigos de Elon Musk a pasearse por el espacio.
Tal vez hemos sobrevalorado a Swift, no como artista, pues seguramente será fabulosa, aunque no la sienta más que como hilo musical en viajes largos, pero sí como guerrera política, una auténtica samurái con la katana brillante. Swift se retrató como «la loca de los gatos» y seguramente muchos de sus seguidores sigan su mensaje, pero es cierto que en la arena de los mininos se esconde mucho de lo que se juega en el futuro de nuestro mundo. Orín limpio. Caca de gato. No estoy para dar lecciones, yo mismo soy uno de esos locos que tiene perro, pero no niño, y a veces he echado mano del lexatín. Tal vez por eso, puedo escribir y escribo, sin que pueda señalarme nadie, que Taylor se equivoca porque el argumento derechón de los gatos, en el fondo, tiene sentido. No tenemos hijos, pero sí mascotas. Luego, una cita por Tinder (jamás he abierto la aplicación) y una pastilla para dormir. La infelicidad, eso que llaman terriblemente «salud mental» es un apósito del capitalismo de izquierdas (o liberal) en el que nos refocilamos pensando que somos modernos. La cuestión es que hemos sustituido muy pronto a Dios por nuestro ombligo, a una pareja por el onanismo automático y al «hereu» por un precioso gato de angora.
Nos lo pasamos bien de cuando en cuando, un mal viaje alguna vez, esnifar cafeína, que es lo más, y luego miramos por la ventana pensando, como en el antiguo «Pronto» que leían mis tías, «qué hubiera sido de mi vida si...» Los gatos, concluyo, no ganan elecciones, si acaso se mojan y se esconden, como el gato llamado gato de Audrey Hepburn en «Desayuno con diamantes». He abusado de la adversativa, pero de eso se trata. Las comas decidirán estas elecciones y, como casi nadie valora la puntuación, el asunto se queda en tablas por el momento. Capote le hubiera preparado un cóctel a Taylor Swift y le diría: «Querida, lo único que me gusta de ti es tu novio». Quién sabe si la cantante y sus gatos se arrepentirán algún día por las plegarias atendidas.
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