El bisturí

La propaganda es el faro que guía a La Moncloa

No descarten oír en estos meses que el acuerdo PSC-ERC beneficiará a los extremeños o a los andaluces

Hay dos cosas que nunca perdona un Gobierno de izquierdas: las vacaciones y la propaganda. Es una constante en la historia, y Pedro Sánchez y sus ministros –el largo periodo de disfrute estival de una de ellas ha sido un escándalo– no constituyen una excepción. Concluidas las primeras, la maquinaria oficial ha activado ya la segunda, y su estreno en este curso que comienza se ha producido en África. Concretamente, en Mauritania, Gambia y Senegal, países a los que acompañado de su séquito de periodistas dóciles ha viajado el presidente para hacer ver como que lucha en origen contra la inmigración irregular –la palabra ilegal ha quedado vetada en los círculos monclovitas para marcar lo que es políticamente correcto– mientras Canarias es invadida de pateras y los tumultos por el reparto de menas –otra palabra prohibida por el progresismo de salón– empiezan a asomar en los municipios españoles que se han convertido, obligados, en su destino.

El viaje propagandístico de Sánchez –¿alguien piensa que será capaz de corregir en tres días el efecto llamada que ha provocado su gestión durante seis años?– es el primer fuego de artificio de un Gobierno que lo fiará todo a partir de septiembre a dos supuestos subjetivos, fácilmente objetables: la (falsa) buena marcha económica y la (irreal) estabilidad política en Cataluña. La primera se sustenta en parámetros erróneos y, por tanto, no es tal, por más que nos la intenten vender. Mientras los banqueros centrales se devanaban los sesos en Jackson Hole en idear un futuro que mantenga a raya los precios sin incurrir al mismo tiempo en una recesión, Sánchez y sus especialistas en marketing han empezado a difundir a los cuatro vientos la especie de la pujanza económica del país bajo su mandato, magnificando para ello la llegada de turistas, los datos maquillados del paro y las subidas del PIB. De los fijos discontinuos y la escalada de la deuda pública pese al récord de recaudación y la riada de los fondos europeos que han llegado, ni palabra, claro. De la posible nueva prórroga de los Presupuestos por la falta de apoyos y su indudable inconstitucionalidad, tampoco.

En lo que se refiere a la «nueva normalidad recuperada» en Cataluña, Sánchez y sus corifeos se esmerarán en difundir por medio de todos sus altavoces mediáticos –ya han empezado a hacerlo– que su logro es obra de la mano tendida del socialismo en comparación con el frentismo que supuso la política de Mariano Rajoy en esa comunidad autónoma. Del precio que toda España tendrá que pagar por ello, quebrándose el principio de igualdad y, posiblemente, también el de solidaridad interterritorial, tampoco se dirá palabra alguna, por supuesto, y cualquier verso suelto al que se le ocurra hacerlo se le sumirá en una conveniente espiral del silencio hasta que entre voluntariamente de nuevo en el redil o sea definitivamente purgado, que todo se andará. Al contrario, el Gobierno se afanará a partir de ahora en intentar darle la vuelta a la tortilla y venderá las (falsas) bondades del acuerdo de gobierno entre el Partido Socialista Catalán (PSC) y Esquerra que ha permitido a Salvador Illa convertirse en presidente de la Generalitat. No descarten oír en estos meses que dicho acuerdo beneficiará a los extremeños o a los andaluces y que si no lo hacen será por culpa de la negativa del PP a reformar el modelo de financiación sobre la base establecida en Cataluña. La propaganda es el faro que guía a La Moncloa.