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El nuevo Maquiavelo de La Moncloa y la verdad a la carta

Pedro Sánchez, mucho menos erudito, tenía muy claro a quién elegía, en sustitución de Óscar López como Director del Gabinete de la Presidencia

Juan de Mairena (1865-1909), heterónimo de Antonio Machado (1875-1939), ya escribió que «la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero». Agamenón –aclaración para políticos ignaros–, rey de Micenas, es el protagonista, y también da título, a la primera parte de la Orestíada, de Esquilo (525-456 a.C.). Diego Rubio, nuevo jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, un personaje con una cultura enciclopédica, no precisa de esas aclaraciones. Con frecuencia apoya sus teorías con referencias clásicas. Por ejemplo, apunta que Tucídides (460-396 a.C.) y Jenofonte (431-354 a.C.) describían cómo Cleón o Alcibíades (450-404 a.C.) recurrían al engaño para desacreditar a sus rivales. En un breve y erudito ensayo, «La política de la posverdad», publicado en Política Exterior en 2017, la nueva mano derecha de Sánchez recuerda que Tácito (55-120 d.C.), Quintiliano (35-95 d.C.) y antes Platón (427-347 a.C.) defendieron que «los gobernantes del Estado (...) tienen permitido mentir (...) en sus tratos con sus enemigos o sus ciudadanos». Rubio, no se queda ahí, y recala en Maquiavelo (1469-1527), para quien la misión principal del gobernante no era la de servir como modelo ético a sus súbditos, sino la de «conservar el poder», incluso «mintiendo y rompiendo sus promesas cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses».

Pedro Sánchez, mucho menos erudito, tenía muy claro a quién elegía, en sustitución de Óscar López como Director del Gabinete de la Presidencia que, por cierto, acaba de nombrar a Ana Ruipérez Núñez como Directora del Gabinete del Director de Gabinete de la Presidencia (sic), según reza el BOE del viernes 27 de septiembre. Diego Rubio, convertido en el consejero más cercano al presidente, atesora una trayectoria académica brillante, doctorado en el Magdalen College de Oxford, con una tesis titulada «The Etics of Deception Secrecy» –«La ética del engaño»–, un estudio que merece ser analizado con detalle y que queda para otra ocasión. La filosofía política del jefe de gabinete presidencial le encaja como un guante al inquilino de La Moncloa. La síntesis de todo está condensada en una frase de «La política de la posverdad»: «En el mundo de hoy –escribió Rubio– la verdad no compite contra la mentira, sino contra otras verdades». Sin embargo, no hay verdad a la carta. En las escuelas de periodismo se enseña que si alguien dice que llueve y alguien que no, la obligación del periodista es abrir la ventana y comprobar si llueve o no, algo extrapolable más allá del periodismo. Esa es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, como advertía Mairena.