El bisturí
Mónica García recurre al maquillaje para salir bien en la foto
España está en el furgón de cola de los países que más tarde incorporan los fármacos más disruptivos para los enfermos. Más de 600 días transcurren desde que los avala la Agencia Europea del Medicamento.
Pese a no disponer de las modernas herramientas digitales de edición de imagen que existen hoy en día, Stalin y sus lugartenientes consiguieron convertirse en unos maestros consumados en el arte de eliminar de la foto a posibles rivales o personajes incómodos. Bastaba con ser considerado como un «enemigo del pueblo» por el poder establecido, que era el poder comunista, para desaparecer de la postal, en aplicación estricta del principio de que lo que no puede verse es como si no hubiera existido nunca. Esta técnica de manipulación ha subsistido hasta nuestros días, aunque con matices. Ahora se procura que el contendiente no llegue ni siquiera a aparecer en la foto y si consigue salir en ella, la idea es que lo haga caricaturizado hasta sumirlo en el descrédito. Es lo que ha intentado hacer el Gobierno durante estos últimos años con Isabel Díaz Ayuso a través de los medios adictos, con penosos resultados, por cierto, para Pedro Sánchez y sus compañeros de desventuras, como puede verse elección tras elección.
Otra de las artimañas para edulcorar la realidad a conveniencia es cocinar cifras, estadísticas o sondeos, materia en la que José Félix Tezanos, al frente del CIS, es un referente reputado, llegando a crear escuela. De hecho, otros afines al poder no le han ido a la zaga. Entra aquí, por ejemplo, la eliminación de los fijos discontinuos de las estadísticas oficiales del desempleo para minimizar el impacto de su crecimiento en la opinión pública. Cuando había pocos contratos de ese tipo, la adulteración apenas tenía relevancia, pero cuando han proliferado, el efecto beneficioso para la depauperada imagen del Gobierno ha sido considerable.
Otra que pretende sumarse al carro de esta práctica es la ministra de Sanidad, Mónica García, a la que no paran de lloverle palos por lo mal que marcha bajo su mandado esta antigua joya del estado del bienestar que tanto afirma defender. Su estrategia vuelve a los orígenes, que son los de alterar el contenido de la foto para que no parezca lo que realmente es. ¿Qué pretende hacer exactamente? Resulta que el último cómputo de las listas de espera ha vuelto a corroborar que la sanidad pública revienta por sus costuras y que, en medio del caos y del desastre para los enfermos, Madrid se ha convertido en una suerte de isla, que opera tres veces antes que el resto del país, lo que desmonta todos los ataques que prodiga el Gobierno a la presidenta de la Comunidad. Para evitar que los datos vuelvan a sacarle los colores, la ministra se plantea aplicar otra forma de contabilizarlos, lo que equivale a decir que intenta idear un sistema que perjudique a Madrid y no destape las vergüenzas de su Ministerio, que no ha hecho absolutamente nada en más de 11 meses para mejorar tal desaguisado, pese a prometerlo la coalición de «progreso» en su programa electoral. Este maquillaje estadístico también planea sobre los medicamentos innovadores. El informe WAIT, irreprochable en su objetividad e impulsado por la patronal farmacéutica europea, sitúa a España en el furgón de cola de los países que más tarde incorporan los fármacos más disruptivos para los enfermos. Más de 600 días transcurren desde que los avala la Agencia Europea del Medicamento. El remedio que propone la ministra a este oprobio pasa por hacer un informe propio en el que, obviamente, el Gobierno saldrá bien parado. Ningún ministro socialista anterior a ella se había atrevido a tanto con tal de salir bien en la imagen.
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