El ambigú

Matar al mensajero

Una prensa controlada es una prensa amordazada, incapaz de cumplir su papel de contrapeso del poder

El Plan de Regeneración del Gobierno en relación con los medios de comunicación dice inspirarse en el Reglamento Europeo de Libertad de los Medios de Comunicación. Esta norma europea tiene como fin primordial configurar un marco común para los servicios de medios dentro de la UE con el objetivo de proteger a los periodistas y medios de interferencias políticas; estas nuevas reglas garantizarán el derecho de los ciudadanos a recibir información libre y plural, y asignarán a los Estados la responsabilidad de establecer un entorno adecuado para proteger esta libertad. El reglamento responde a preocupaciones sobre la politización de los medios y la falta de transparencia en su propiedad y financiación, buscando establecer mecanismos que eviten grosera interferencias en los contenidos editoriales y aseguren la libertad y el pluralismo; también obliga a los Estados a designar autoridades u organismos independientes que establezcan mecanismos libres de la influencia política de los gobiernos para efectuar un seguimiento de la aplicación del reglamento, algo muy distinto a una comisión formada por ministros de un gobierno. La libertad de prensa es un pilar fundamental de cualquier sociedad democrática, más la esencia de esta libertad no radica en controlar o limitar la actividad de los medios, sino en garantizar su independencia y proteger a los periodistas. Someter a la prensa a un control riguroso, bajo el pretexto de evitar la desinformación, amenaza con sofocar la crítica y debilitar la pluralidad informativa que nutre a la democracia. Aceptar las críticas, incluso aquellas que puedan rayar en la mentira, es un desafío inherente a la protección de la libertad de prensa. El filósofo Karl Popper afirmaba: «La libertad de expresión no sólo es necesaria para aprender, sino que también es esencial para la búsqueda de la verdad». En una sociedad abierta, la prensa debe ser capaz de cuestionar, criticar y, en ocasiones, incomodar a los poderes políticos y económicos. Aunque las críticas pueden a veces parecer excesivas o incluso malintencionadas, someter a la prensa a controles o restricciones desproporcionadas puede erosionar su capacidad para cumplir su función. Esto implica que, aunque se debe sancionar la difamación y la injuria, el sistema legal debe ser equilibrado para no convertirse en un instrumento de intimidación contra periodistas. Los periodistas deben estar libres para investigar, escribir y publicar sin temor a represalias; John Stuart Mill dijo «La única libertad que merece ese nombre es la de perseguir nuestro propio bien a nuestra manera, siempre y cuando no intentemos privar a los demás del suyo o entorpecer sus esfuerzos por obtenerlo». A su vez, la prensa tiene la responsabilidad de respetar la verdad y el derecho de los individuos a su reputación. El control excesivo de los medios ya sea a través de la regulación gubernamental o las presiones económicas es una amenaza directa a la libertad de prensa. George Orwell, en su famoso ensayo Libertad de Prensa, argumentaba que «si la libertad significa algo, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere escuchar». Una prensa controlada es una prensa amordazada, incapaz de cumplir su papel de contrapeso del poder. La tentación de regular o controlar la prensa bajo el argumento de combatir la desinformación o las «fake news» puede llevar a la censura. Como sostiene la politóloga Hannah Arendt, «la verdad emerge en un contexto de debate abierto y crítico, donde los ciudadanos sean capaces de discernir por sí mismos la veracidad de la información». La fortaleza de una democracia se mide por su capacidad para soportar la crítica y la pluralidad informativa, no por la eficiencia de su censura; no se deben permitir injustificadas restricciones, y mucho cuando lo son por motivos espurios o partidistas.