Tribuna
La inmigración, el poderoso caballo de batalla electoral
Sería incurrir en una farsa pretender que sólo es cosa de Trump, de la derecha más radical. Obama levantó más metros de muro que nadie
La inmigración se percibe como el principal «problema» de España. Lo confirma el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Para un 28 por ciento de los españoles es así. Nada, por otra parte, singular. Aunque España se ha convertido en uno de los países donde más crece la inmigración. Pero para nada la opinión de los españoles es aislada en el concierto internacional. Es así, en mayor o menor medida, en el conjunto de la Unión Europea de los 27. Y muy en particular en Estados Unidos, al punto que el rechazo a la inmigración masiva que se da en la frontera con México es uno de los motivos que sustenta la alianza entre Donald Trump y Elon Musk, el propietario de Tesla, SpaceX y primer accionista de la red social X.
Trump mantiene un discurso feroz contra la inmigración. El republicano ha prometido de nuevo impermeabilizar la frontera concretando un muro sin mácula en la frontera terrestre, desde San Diego (Pacífico) hasta el Golfo de México. Esa es su valla de Melilla. Pero sería incurrir en una farsa pretender que sólo es cosa de Trump, de la derecha más radical. Obama levantó más metros de muro que nadie. Igual que fue el presidente que más tropas mandó al extranjero en sus dos mandatos pese a su promesa electoral de retirar las tropas de Irak. O cerrar Guantánamo. Cuando asumió la Presidencia sus decisiones no fueron tan claras como sus promesas.
Piketty, uno de los referentes de la izquierda europea, asegura en «Capital e ideología» que la actitud hacia la inmigración es uno de los dos factores principales que determinan el voto en las sociedades europeas. El otro sería la redistribución de la riqueza. El libro fue publicado en 2019. Desde entonces, lejos de apaciguarse, la actitud ante la inmigración se ha enconado más en la medida que la inmigración masiva en el Mediterráneo ha ido a más. Y eso ha tenido una traducción en los resultados electorales de los diferentes estados de la Unión Europea. Austria es el caso más reciente. La ultraderecha se impuso el 30 de septiembre con el 30 por ciento de los votos en un país con una tasa de extranjeros del 21,6% mientras la media europea es del 13,3% según Eurostat (2023) por el 17,1% España. En cambio, la Italia de Meloni está por debajo de la media. Y Francia está justo en la media. Pero es España uno de los países que más inmigrantes recibe. Y de hecho sigue al alza. A 1 de enero (según Funcas/Eurostat) el porcentaje subió un punto. Del 17,1 al 18,1. Con Baleares, Madrid y Cataluña a la cabeza.
El auge de la extrema derecha en toda Europa es un hecho incontestable y en buena medida se fundamenta en la exigencia de leyes más restrictivas para con la inmigración. Incluidas las devoluciones en caliente o los centros de internamiento. Pero esa demanda ya no es sólo patrimonio de la extrema derecha. Al punto que la izquierda que representa Mélenchon (la Francia Insumisa) ha reorientado su discurso en los últimos años. La frontera francesa ha dejado de ser permeable. Las otras formaciones de izquierda incluso acusaron a Mélenchon de haber abrazado el discurso del Frente Nacional de Le Pen para disputarle el llamado electorado popular, el de los barrios más humildes. Los que ayer fueran feudos del Partido Comunista hoy son el principal bastión de la extrema derecha. La izquierda francesa agrupada en el Nuevo Frente Popular en las últimas elecciones afrontó el reto de llegar a un acuerdo en ese extremo y lo logró. Pero con una notable incomodidad y con una mayor dosis de ambigüedad.
Tampoco es un fenómeno francés. Por mucho que el Frente Nacional estuviera más cerca que nunca de lograr un triunfo en la segunda vuelta. De hecho, es lo mismo, en buena medida, que acontece en Estados Unidos salvando las distancias. Las posiciones políticas se han extremado y bipolarizado como nunca. El apoyo a Trump se ha multiplicado en el llamado Cinturón del Óxido. Los estados de la desindustrialización, de la crisis manufacturera son ahora los estados bisagra. También los más perjudicados por la exportadora China, primera potencia mundial. Eso da pie a otra de las promesas de Trump para seducir al electorado. Implantar un proteccionismo a ultranza. Los obreros del Rust Belt le dieron la Presidencia a Trump en 2016 frente a Hillary Clinton, la candidata del establishment para una parte de una clase media trabajadora venida a menos. Está por ver qué ocurre en esta ocasión. Biden logró parar la tendencia y darle la vuelta. Lo suficiente en 2020. Pero un ligero cambio inclinaría la balanza en un sentido o en otro nuevamente. Ahí es donde se juega la partida, con el magnate Elon Musk dándolo todo en Pensilvania con una triple receta: parar la inmigración, las exportaciones chinas y rebajar la presión fiscal.
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