Canela fina

La huella de Saladino

«Cuatro mil años después, Siria sigue de actualidad, Damasco es la ciudad más antigua del mundo y la incertidumbre zarandea al Oriente Medio»

En Buenos Aires, Claudio Sánchez Albornoz, en aquella época presidente del Gobierno de la República en el exilio, me habló largamente de Ben Arabí. Unos meses después, en casa de José María Pemán, fue Emilio García Gómez el que expresó su admiración por la obra poética y filosófica de Ben Arabí, intelectual hispanoárabe nacido en Murcia en 1165. Al hacer escala en Damasco, en viaje organizado en 1963 por el diario ABC, es decir, por el ABC verdadero, Pemán quiso contemplar la tumba de Ben Arabí. El guía nos mostró también con orgullo la de Saladino, una habitación de unos diez metros cuadrados donde se encontraban dos sarcófagos, aparte del kufi del sultán.

Saladino fue soberano de Siria y de Egipto, caudillo del Islam, fundador de incontables mezquitas y madrasas, azote de los cruzados, organizador de estados y naciones. Seguido por turcos, kurdos y beduinos, su Ejército tomó Baalbek, Homs, Hama y Alepo, y se adueñó sin lucha de Damasco. Se impuso a los zénguidas y, tras derrotar a los cruzados, se adueñó de Jerusalén, arrebatando a la cristiandad la Vera Cruz. Impuso su dominio sobre la Cirenaica, Samaria y Galilea. Escapó a varios atentados. En una ocasión no le cortaron la cabeza por la resistencia del casco de su armadura y además, gracias a su gambesón, (palabra que no figura en el diccionario de la RAE) atrapó al asesino. Tras reafirmar su dominio sobre Jerusalén, asoló Gaza. (Felipe VI, por cierto, ostenta entre sus títulos históricos de soberanía el de Rey de Jerusalén).

El Papa Urbano III convocó la Tercera Cruzada para recuperar lo perdido. Además de Federico I Barbarroja, que murió ahogado al cruzar un río, participó en ella Ricardo Corazón de León, que no pudo derrotar a Saladino, el cual falleció en Damasco en 1193. El sultán se ganó, por cierto, el respeto de sus rivales. Incluso Dante no le sepulta en el infierno al escribir La divina comedia. Le instala en el limbo junto a Homero y Ovidio, Sócrates y Aristóteles.

Damasco, en fin, es hoy la ciudad más antigua del mundo y Siria jugaba ya un papel relevante cuando Ramsés II, en el siglo XIII a. C. era faraón de Egipto. Ha vuelto Siria a la actualidad porque un Ejército variopinto, al estilo de Saladino, se ha adueñado también sin lucha de Damasco, acaudillado por Abu Mohamed al Jokani, que ha derribado la dictadura de Al Assad.

Luis María Anson, de la Real Academia Española