Letras líquidas
Galicia y la «cuestión española»
Las elecciones gallegas se han revelado como alerta del «desencaje» territorial
Contaba un alto cargo socialista, muy próximo a Pedro Sánchez, que en esta legislatura la «cuestión vasca» sería la protagonista. Lo vaticinaba poco antes del 23J. Y eso, claro, lo cambia todo. Antes del 23J, el PSOE daba (casi) por perdida La Moncloa; antes del 23J, el discurso oficial sostenía que Cataluña se había «pacificado» después de años de tensiones (el famoso «suflé») y antes del 23J, en fin, regía el consenso de que la amnistía era inconstitucional. El después ya es conocido por todos y nos ha traído hasta los casi cien días de gobierno. La «cuestión vasca», como la denominaba aquel político, planteada como la eclosión de las reivindicaciones máximas de autogobierno, ha ido manifestándose estos meses, es cierto, pero de una manera muy discreta, muy sutil, apenas perceptible. A la espera de la intensidad que pueda adquirir en la próxima convocatoria electoral para alcanzar Ajuria Enea, el protagonismo de Cataluña ha eclipsado cualquier veleidad soberanista vasca. Puigdemont, su situación procesal, los ecos del «procés» son, de momento, las estrellas indiscutibles del debate público.
La clave territorial como eje de la vida política española no es ninguna novedad, pensemos en el pesimismo orteguiano, pero sí estaría dando un salto cualitativo. A la conjunción catalana y vasca, o vasca y catalana, se suma una tercera fuerza que, aún compartiendo órbita, no desplegaba hasta ahora la misma intensidad: era, más bien, un sentimiento nacional moderado, amoldado a la organización administrativa existente y que no generaba demasiada controversia. Pero algo ha cambiado al ritmo que terminaba la campaña gallega. El auge del BNG, consolidado como primer partido de oposición, viene, por una parte, a confirmar el trasvase de los votos que se pierden a la izquierda del PSOE, tras el desmantelamiento de «mareas», Podemos, Sumar, y demás siglas y, por otra, a ratificar el proceso por el que el nacionalismo continúa su metamorfosis en favor de un abierto independentismo.
La coalición de ERC, Bildu y BNG que se presentó a las europeas en 2019 (con visos de reedición para el 9 de junio) mostraba con claridad la confluencia de un triángulo rupturista, siguiendo una especie de línea invisible, que uniría a las nacionalidades históricas reconocidas por la Constitución. Las elecciones gallegas se han revelado como alerta del «desencaje» territorial porque, al final, con la multiplicación de los frentes soberanistas la tensión identitaria sería tal que habría que preguntarse dónde queda la «cuestión española».
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