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Espíritu olímpico
No nos engañemos: la abrumadora mayoría de las disciplinas olímpicas son una ruina. Una carrera deportiva breve y mal pagada para lograr, si la suerte acompaña, un epígrafe de Wikipedia
Esto de las olimpiadas consiste, básicamente, en esperar triunfos de deportistas a los que ignoramos hasta que llega el año bisiesto. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que, en los últimos cuatro años, piragüistas, escaladores, taekwondocas, boxeadores, arqueros y hasta marchadores han estado matándose a entrenar para jugarse, en cuestión de dos días, la honra deportiva y su sustento. No nos engañemos: la abrumadora mayoría de las disciplinas olímpicas son una ruina. Una carrera deportiva breve y mal pagada para lograr, si la suerte acompaña, un epígrafe de Wikipedia y un puñado de noticias de caducidad warholiana. La esgrimista Lucía Martín-Portugués, la cuarta mejor del mundo y la primera española en las olimpiadas en los últimos 16 años, perdía en primera ronda y, desolada, declaraba: «¡Qué vergüenza! Venía a por medalla y caer en primera ronda… Es que esto no merece la pena». La tiradora de 33 años, que ha trabajado de camarera y ha recibido la ayuda de su familia para pagar el alquiler, lloraba por la posible pérdida de la beca ADO que supone buena parte de su sustento. Un mal día de competición es un desastre de cuatro años.
No teman, que no les voy a soltar una monserga sobre la humildad y nobleza de los deportes minoritarios frente a la mercadotecnia de las botas de tacos sobre el pasto. Y eso que, acogotado también por la presión, yo mismo he cultivado disciplinas deportivas de las que me olvidaré por lo menos durante los siguientes once meses. El otro día emergí de una siesta de dos horas y media con los brazos en alto y entonando el himno de España con trompeta imaginaria. Busqué el abrazo de mi familia, que vagamente me reconocía, y ellas rehuyeron mi cuerpo sudoroso, pues me había entregado a la prueba con olímpica determinación y persianas bajadas. Pese al desdén de mi afición, me coloqué la insignia dorada de campeón de siesta española mientras me enjugaba las lágrimas. También he obtenido preseas codiciadas en deportes de paternidad. En concreto, bronce en retórica, plata en socialdemocracia y oro en estalinismo. No ha sido suficiente para regir cordura en lo que ya he pasado a enunciar como un «what a little summer you are giving to me».
Y aunque debería estar entregándome a actividades de dudoso gusto como el paddle surf o el no menos intolerable pádel de la palita, no puedo. Este verano, que estoy especialmente moñas, me encuentro embarrado hasta las rodillas de la nostalgia, densa como crudo negro en la playa de mi memoria, y me traslado con obstinada amargura a las tardes perfectas de una infancia feliz e inasible. Me dicen que salga a correr o algo. Yo solo gimo.
Vergüenza lo mío, Lucía.
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