Fundación Víctimas del Terrorismo
Otegi no es Nelson Mandela
Un somero repaso a la biografía de Arnaldo Otegi muestra la larga trayectoria terrorista de un individuo que se integró en ETA a finales de los años setenta, cuando España se abría camino hacia un régimen de democracia y libertad, que participó en numerosos actos delictivos, incluidos atentados incendiarios y secuestros, que huyó a Francia, donde fue detenido y extraditado y que, a partir de su primera condena, siempre ha tratado de jugar con los intersicios de la Ley y beneficiarse con la dejación de muchos de los que estaban obligados a defenderla. Un individuo que ha perseverado en su militancia delincuencial, justificado el asesinato de inocentes, exaltado a los asesinos, insultado a las víctimas y, amparado en siglas políticas, desarrollado una labor de destrucción de las instituciones democráticas españolas. Una vida, en fin, dedicada a imponer por la fuerza de la violencia y de la mentira su concepto totalitario de la sociedad. Con habilidad, trató de soslayar sus responsabilidades y eludir las consecuencias de sus actos enarbolando falsas banderas de paz que sólo buscaban la impunidad para los terroristas derrotados. Y fueron vencidos cuando la sociedad española unida tomó conciencia sin ambages partidistas ni excusas sofistas de la enormidad criminal que había significado ETA y del terrible sufrimiento que había infligido a un país que sólo buscaba el progreso en libertad y la convivencia en paz. Un país que, pese a la ignominia del terror, había conseguido salir de una larga dictadura para convertirse en un referente de la democracia en el concierto de las naciones. Arnaldo Otegi es, pues, uno de esos terroristas derrotados por la sociedad española, que sale de la cárcel tras cumplir su pena de privación de libertad por pertenencia a la banda terrorista etarra. Un convicto al que la Justicia ha impuesto una pena accesoria de inhabilitación para el ejercicio de cargo público hasta 2021. Es uno de los referentes, además, de la cobertura inmoral y cínica de cientos de asesinatos y miles de delitos de extorsión, coacción, lesiones y estragos que tiñeron de luto las familias y los pueblos de España. Nunca luchó contra una dictadura, ni contra exclusión o arbitrariedad alguna. Al contrario, quiso imponerse por la violencia contra la voluntad democrática de los ciudadanos y las leyes fundamentales que los amparaban. Si hay una persona que ejemplifica todos los valores opuestos por los que Nelson Mandela sacrificó su libertad durante 27 años es Arnaldo Otegi. Es preciso que la sociedad española desoiga a esos corifeos de la izquierda internacional, que siempre se ponen del lado de los liberticidas, y a todos los que desde intereses partidistas y miserables están llevando a cabo la campaña de olvido y mentiras para conseguir la rehabilitación política del terrorista convicto al que consideran su líder y su mejor opción para salir del marasmo electoral en el que se encuentran. La Justicia no debe permitir que el recurso a los hechos consumados –como ocurrió con el caso del etarra Iker Casanova– haga posible que Otegi se salte la inhabilitación y pueda concurrir a las próximas elecciones autonómicas vascas. No hay excusa moral para tal atropello a las normas básicas de la democracia. La Fiscalía del Estado y la Magistratura están obligadas a actuar con diligencia, sin reparar en vergonzantes apelaciones a la conveniencia política. La memoria de las víctimas, la verdad de la dura y larga lucha por la libertad así lo exige.
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